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domingo, 11 de septiembre de 2016

Hoy se cumplen 40 años de la primera Diada celebrada en libertad

La depuración del 'Onze de Setembre'

Hoy se cumplen 40 años de la primera Diada celebrada en libertad (con algunas dificultades) en nuestra Historia reciente. Cuatro decenios en los que la inicial fiesta democrática y plural ha pasado a ser un día de exaltación patriótica en pos de la independencia . Poco a poco, l'Onze de Setembre fue depurado de todo aquello, persona o idea, que no comulgara con la entelequia de que Cataluña es una nación que merece, quiere y está en disposición de ser independiente.
Aquel 11 de septiembre, en Sant Boi de Llobregat, se reunieron unas 80.000 personas (contadas a ojo) de todo el arco político con excepción de la CNT y el Club Catalonia de Ramón Guardans y Carles Sentís. Los vídeos muestran una muchedumbre entre un flamear de senyeras, salpicadas por alguna ikurriña y alguna bandera republicana.
Hablaron Jordi Carbonell por la Asamblea de Cataluña, Octavi Saltor por la Lliga y Miquel Roca (único orador superviviente) por el Consell de Forces Politiques.
El clamor de aquellos días cristalizó en el lema de la siguiente Diada de 1977: "Llibertat, Amnistia, Estatut d'Autonomia". La Diada del millón de personas contó entre sus participantes con el propio Sentís, ya diputado de UCD. Un mes después, Tarradellas volvió del exilio y se restableció la Generalitat.
Como era de esperar, la celebración unitaria sólo aguantó unos años y la fiesta fue diluyéndose en una celebración oficial de creciente cariz independentista hasta la eclosión de 2012.
Ya comprendo que casi nada resiste el paso de 40 años. No me atrevería a datar en qué momento se jodió Cataluña, entonces admirada y querida por muchos españoles, vivieran allí como yo, o no. Hoy, Cataluña es un estado de agravio permanente que se hace difícil de soportar para muchos, incluidos bastantes catalanes.
"Conllevar el problema catalán", como propuso Ortega y Gasset en 1932, parece ser la única aspiración. Resignación ante la imposible solución del problema. Como quien soporta al cuñado aguafiestas.
Ya en los años 80 quedó claro que la construcción de la nación catalana era una idea troncal de Convergència, hecha suya por todo el nacionalismo y gran parte de la izquierda.
El apellido nacional fue adosado a las nuevas instituciones del Arxiu, al Teatre, pasando por el Museu d'Art de Catalunya.
La enseñanza fue piedra angular de esa construcción. Y la lengua, a la vez herramienta y fundamento de la nación. Somos una nación porque tenemos una cultura propia, le oímos contar tantas veces a Jordi Pujol. Para rematar... y tenemos una cultura, porque tenemos una lengua propia.
La llamada normalización lingüística no perseguía sólo la recuperación del catalán como se vendía. Ni el establecimiento de una Cataluña bilingüe.
Pronto quedó claro que la inmersión lingüística consistía en el uso excluyente del catalán como lengua vehicular en la enseñanza.
"Los niños son perfectamente bilingües", argumentaban los nacionalistas. Y era cierto.
Tan cierto como que el español fue progresivamente marginado de la Cataluña oficial, empezando por el Parlament. Sólo la irrupción de Ciudadanos alteró esa deriva.
Cataluña tiene dos lenguas, decían. La propia y la del Estado. La nuestra y la otra. Clar i català.
Que el nacionalismo pudiera imponer su idea sólo fue posible por la asunción de sus tesis por parte de la izquierda, singularmente del PSC. En unos casos por convicción, como los Maragall; en otros, por acomodo o complejo, como el ex president Montilla. Al abandono de la lucha ideológica se sumó el mirar para otro lado, incluido sobre el flagrante estado de corrupción, de gobiernos españoles necesitados del apoyo de CiU en el Congreso. Hablo de Felipe González, de José María Aznar y de José Luis Rodríguez Zapatero. Todos tragaron. Aunque las orejas de burro sean posesión del último por su nefasta idea de aceptar que sus compañeros de partido se metieran en la ciénaga de una reforma del Estatut cuyo resultado se comprometió a aceptar a priori.
Cuando llegó la crisis y el régimen de la Transición se agrietó por la gangrena de la corrupción de sus bases, la popular y la socialista, la aspiración independentista ganó adeptos por miles. Y ocupa las calles cada 11 de septiembre. Y crece en las urnas aunque no ha llegado a ser mayoritaria. Aunque para ello tenga que fabricar agravios (de los trenes, a los peajes) y patrañas, como el derecho a decidir y las balanzas fiscales.
Todo indica que la inestabilidad de un ejecutivo a merced de la CUP, las ambiciones de Podemos, la debilidad del Gobierno en funciones y las banderías socialistas llevan a un choque de trenes. Por eso, en este Onze de Setembre, quiero saludar a todos mis familiares y amigos de la cuadrilla catalanes. En la confianza de que podamos seguir juntos. Y regenerar España.

 http://www.elmundo.es/cronica/2016/09/11/57d3b5a5468aebd74c8b45e9.html

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