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sábado, 24 de mayo de 2008

CARACOLES DE HILOS PLATEADOS. CAPÍTULO 3


CAPITULO 3 :

LA NAVIDAD VIENE EN AEROPUERTOS

El aeropuerto les dio la bienvenida. Venían los padres de Michael. Raquel no pudo evitar pensar que la última vez que había estado allí fue con Pablo, pero pronto aquel mal pensamiento se desabotonó en su imaginación. Estaba allí, apretada a la mano de Michael. Lo miró. Quiso sentir la diferencia. Vio a un hombre de un metro ochenta, con el pelo color del trigo y los ojos azules como una playa que la observaban desde unas gafas doradas y ovaladas que le daban ese aspecto de intelectual que ella amaba.
"En dos semanas cumplirá treinta años y yo tendré veintinueve. Tenemos mucha vida por delante, mucho por hacer... Me gustaría tanto permanecer juntos…"- Ella pensaba.
-¿Estás bien?- Preguntó él.
-Sólo un poco nerviosa...- Una voz metalizada vibró en el ambiente: el avión que traía a sus padres llegaba.
-¡Ése es el nuestro!- Michael estaba emocionado. Hacía tiempo que no veía a sus padres.-¡Por fin van a conocerte y estoy tan orgulloso!...
Llegaron con tres maletas grandes cargadas en el carrito. Era una pareja con el típico estribillo norteamericano en el despreocupado estar. La señora, de unos cincuenta años llevaba el pelo recogido en un gorro azul a juego con el chaquetón. El padre de Michael, alto y delgado caminaba con un porte elegante. Eran profesores en la universidad. Ella tenía la especialidad de lengua española y él daba clases de literatura inglesa.
-Ahí están...-La señora abrazó a su hijo y todos se saludaron.
-Encantada de conocerles señores Theissen.
-¡Oh, por favor! Llámame Gina y a mi marido, Bob... - Todos salieron de allí hasta el coche de Michael en donde acomodaron el equipaje.
Gina comenzó a hablar en un español bastante bueno. Parecía encantada de estar en España. Era una mujer obviamente habladora así como su marido prefería disfrutar del segundo plano, siempre observador.
Al llegar a la casa, Michael la mostró a sus padres, especialmente la piscina y el jardín y las reformas que habían hecho.
-Lo de la casa es que está a cierta distancia de la ciudad pero tiene una comunicación excelente por autovía hasta Sevilla. Tardamos media hora en llegar a nuestros trabajos...- Añadió Michael.
-¿Trabajáis en lugares cercanos?- Preguntó Gina, a lo que Raquel respondió:
-Sí. De hecho salimos juntos en el mismo coche. Michael me deja en el instituto y luego se va para su trabajo...
-Así que son una pareja...¿cómo se dice?...¿Bien entendida?...- Michael y Raquel se miraron y sonrieron. El muchacho aclaró a su madre:
-Bien avenida, se dice...- Entonces él tomó la mano de su novia y añadió -Sí, y nos queremos mucho.
Almorzaron juntos y después de acomodarles en la habitación de invitados decidieron descansar un rato.
Michael se metió con Raquel en la cocina después de que hubieron recogido todo. El la abrazó mientras ella preparaba unas tazas de té en el microondas.
-Te amo, nena linda...Estoy tan orgulloso de ti...- Se sentaron alrededor de la mesa de la cocina frente a sus tazas de té. Michael acarició las manos de su novia y dijo:
-¿Sabes que estoy deseando hacerte el amor?
-¡Vamos, cariño! Están ahí tus padres...
-¿Y qué?- El se acercó a ella y se besaron trazando sombras ahumadas con las manos. Michael se la llevó fuera. Al lado de la casa había una habitación adosada donde él guardaba sus herramientas y leña para la chimenea.
-¿Aquí?- Preguntó ella resistiéndose a entrar. El cerró la puerta y la alzó para alcanzar su boca. Los 45 kilos de la muchacha se acurrucaron volando entre la pared y el cuerpo de aquel hombre de sal.
-I love you, honey...- Su cúspide de melaza rayó el aire empedrado, deshecho el pantalón. Cuando las manos alcanzaron aquella prenda íntima, desprendida raspando las caderas femeninas él la volvió a alzar contra su cuerpo preparado para el primer empuje de nata. Al alcanzar ese cuenco de miel un arrebato herido se adentró con la fuerza de un rayo de sol enlazado a Agosto. Ella gimió ese primer intento y las rodillas de la luna se encharcaron entre los labios de la pareja que masticaba algas hervidas en el aliento de lo efímero. Aferrada al cuello de su hombre, volaba rítmica, sin pisar el suelo sostenida entre nubes de manos firmes en él. Parecía una burbuja de lluvia escapada en la esquina donde nace la primavera. Raquel adivinó el alud de estrellas machacadas que empezaba a inflamarse dentro de él sin ningún remedio. Ella crujió un puñado de amapolas alborotadas dentro de su cuerpo que la transportaron vía aérea a otro continente embarrado de chocolate.
De nuevo aquellos caracoles con hilos de plata se enredaron en su cabello despeinado a la par que ronroneaba jadeos escritos en pentagrama epílogo de sabores no inventados que sólo ellos paladeaban.
-Te amo...- Consiguió decir él abrazándola aún con más fuerza dentro de aquella deliciosa debilidad.
-Yo también a ti, mi vida...- Suave, la dejó en el suelo, entre risas cansadas con los corazones aún palpitantes.
La lluvia retorcía el polvo, chismosa, aporreando tras el ventanal de aquel cuarto lleno de leña, ahora lleno de amor.
Antes de abrir la puerta, él la abrazó otra vez. Ella se dejó llevar entre su pecho aún desabrochado y se dedicó a ordenar la camisa.
-No quiero que te vea alguien así...dirían que te trato mal...- De pronto se acordó. No habían utilizado protección.
-¿Qué ocurre?
-No hemos usado...Ya sabes...No lo pensé...-Raquel estaba nerviosa y tal vez furiosa.
-Bueno, qué importa, ha sido un error pequeñito...- Pero ella no opinaba igual. A veces ese derroche de tranquilidad la sacaba de quicio.
-¡¡Claro que importa!!- Casi le gritó.- No quiero pensar en la posibilidad de un bebé. O de …no sé. ¡Cómo hemos podido ser tan descuidados!
-Raquel, tranquilízate...- El se acercó y la volvió a abrazar- Perdona el descuido, pero ...¿sabes? Me pareció sublime. No te enfades, por favor...- La dulzura y el sosiego de él dieron por zanjada la discusión. Ya de nada valía lamentarse.
Los días pasaron y la Nochebuena llegó acompañada de lluvia. Habían quedado en ir al chalet de los padres de Raquel. Ella llevó su guitarra. Las reuniones familiares siempre tenían como denominador común la música.
Estaban todos en torno a la mesa y Michael empezó a hablar en voz alta:
-Me gustaría decir algo ya que estamos todos reunidos. Quiero que sepan que amo a esta mujer -señaló con la mirada a Raquel y que deseo, cuanto antes, casarme con ella. Quiero que coincida esta nochebuena tan especial en que están mis padres y mis futuros suegros y cuñados...con la noche en que pido oficialmente la mano de esta muchacha a la que tanto quiero.- Raquel se ruborizó y en las caras de los allí presentes se dibujó la chistera de una sonrisa repartida en tantas bocas.
Michael sacó de su chaqueta de ante marrón un pequeño paquetito y se lo dio a Raquel. Ella lo abrió. Era una alianza con sus nombres grabados. Michael se lo puso en el dedo menudo de la mano izquierda de su novia.
La noche transcurrió agradablemente en familia.
Todos esos días de fiestas navideñas, Bob y Gina disfrutaron en compañía de los padres de ella conociendo la ciudad y sus alrededores. Estaban encantados.
-Me gusta la idea de que mis nietos vivan en este lugar...Porque espero que pronto me vais a dar nietos, ¿verdad?- Gina miró a su hijo sonriente y, dirigiéndose a la futura esposa de Michael le dijo:
-Queremos que paséis el próximo verano en Minnesota. Me encantaría que conozcas el lugar en donde nació y se crió mi hijo. Es un sitio hermoso y vas a disfrutar mucho, te lo prometo. Gracias por hacer tan feliz a mi hijo. Te queremos...
Pronto llegó el día en que se iban para Italia. Al volver del aeropuerto después de haberles despedido, Michael y Raquel llegaron a casa. Se sentaron en el sofá y él encendió un cigarro. Ella se acurrucó a su lado.
-Creo que han sido felices...-dijo Raquel apartando el humo que retorcía centímetros en su territorio. Hubo un silencio dilatándose entre los dos.
La noche de fin de año la iban a pasar en la casa de los padres de Raquel, en la ciudad. Después irían a una fiesta organizada por algunos amigos y sus hermanos.
Raquel se había comprado para esa noche un vestido de fiesta negro que perfilaba cada mueca de sus curvas. Dejaba la espalda al descubierto bajo un tul negro. Los senos desplegaban juveniles arrebatando un escote despegado del vértigo. Las piernas estiraban chaparrones bajo sus medias , desde la mitad de sus muslos y a partir de ahí numerosas hebras de seda hechizaban mareas hasta rozar los tobillos minúsculos.
-Estás muy provocativa...No sé si dejarte salir...- El muchacho recién salido del baño se acercó con tan solo una toalla enrevesada en sus caderas de pinceles húmedos. La abrazó adueñándose de su nuca perfumada.- Estás preciosa...te amo...- Sus manos cincelaron una vez más, desde las nalgas tersas, toreando musgo en la cintura y apagando sed de años sobre sus senos alzados de caramelo líquido.
Ella, agitada, hundió un suspiro en el techo, desvaneció la mirada de la noche sobre la alfombra verde de la luna hasta dejar grabado el nombre de un sueño, enredado en el espejo que le escupía miradas.
El cuerpo de Michael la apretó abrazos ingrávidos contra los espejos, plagados de fríos. La cúspide de sus deseos aumentada de carne, descolgó de un latigazo caluroso la toalla. El vestido ajustado al sistema métrico animal desprendió rodillas de hielo tatuadas a la cara del viento que la dejaba desnuda y clasificada "ese".
Los huecos de sus anatomías se interrogaron en siete idiomas pero sólo en dos lenguas reptando humedades con burbujas de menta y limón, raptando cadencias interferidas con jadeos enlatados al vacío.
Las sábanas voladoras de aquella cama pintada con fantasías interpusieron una demanda de interjecciones carcomidas por los dientes de un gesto rebelde. Se destiñeron el uno dentro del otro localizando fricciones el los huecos con alas bajo la piel de miel. Una manada de elefantes enanos en porcelana china devastaron las esquinas contra las que chocaban hechos agua el uno contra el otro sumergidos en los dátiles más prohibidos del frutero del amor.
Así, en ese juego infinito eran sólo una pareja de enamorados sin pasado, sin futuro, sólo con una urgencia dactilografiada en las entrañas, creciendo ritmos hasta tocar con la punta de los dedos el manto perdido de unos caracoles triturados por un pentagrama con cinco hilos plateados.
Al cabo de una hora llenos todavía de dulzura rastreada en sus cuerpos, entraron en el coche rumbo a Sevilla.
-Me encantó despedir el año así...- Michael acarició a su novia por debajo del vestido.
-A mí también, pero como no te des prisa llegaremos tarde. Y nos están esperando...
Al llegar a la casa de sus padres estaban todos allí.
La cena fue servida y disfrutada. Después todos se fueron a la fiesta. El cotillón duró toda la noche entre boleros, salsa, y otros bailes de salón que acortaron la noche que daba entrada al año 1.993.
Era el primer día de Enero que empezaba a madurar una amanecida fría por el este de sus esperanzas.
Volvieron a casa a las siete y media. Muy poco acostumbrados a trasnochar, cayeron agotados en la cama que les despertó pasadas las dos.
-Happy new Year...honey!
-Buenos días...Me duele la cabeza...
-¿Demasiado cava, señorita abstemia?- Raquel, nada acostumbrada a beber había notado más de lo normal aquellas obligadas copas de licor.
-Muy gracioso...¿Qué te apetece almorzar?
-Una taza de café, salchichas, tostadas, huevos...
-¡Ya basta! Vente a la cocina y preparamos algo...- Así lo hicieron. Almorzaron lentos, mirándose y riendo por cualquier tontería. El daba a probar de sus tostadas y ella le partía en pequeñas porciones las salchichas. Parecían dos niños jugando con la comida, despeinados, medio desnudos y felices.
-Vamos a envejecer el uno junto al otro...¿verdad?- Michael la miraba tomando la mano de la mujer que amaba.
Pasaron sus primeras navidades juntos, llenos de amor, casi cerradas algunas heridas...aunque nunca del todo.

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