BIENVENIDOS AL OLIMPO

sábado, 24 de mayo de 2008

CARACOLES DE HILOS PLATEADOS. CAPÍTULO 4

CAPITULO 4: EL INVIERNO QUE TRAE LAS
MALAS NOTICIAS

El día primero después de las fiestas navideñas volvieron juntos como casi siempre en el auto de Michael, contando anécdotas de sus respectivos trabajos. Al llegar a casa y mirar el buzón había un sobre grande y abultado de Costa Rica. Raquel palideció. Todavía aquello tenía poder sobre ella.
La remitente era Clara Ramos. Raquel se armó de valor y abrió el sobre. Ella leyó despacio y en voz alta. Michael la miraba como insuflando ánimos.

"Raquel, ojalá esta carta llegue a vos. No estoy muy segura de que querés leer lo que yo puedo decirte. Sé que pensás que fui tan culpable de lo que te sucedió como Pablo. Tenía una espina clavada con vos desde hace tiempo. Sé que fui en todo momento cómplice de este hombre que, con mi consentimiento se casó con vos.
Mirá, yo me enamoré de él cuatro años antes de que vos lo conocieras. Cuando me contó qué quería hacer con vos me presentó el plan no para que diera mi opinión sino para que lo acatara. Dijo de vos que eras una mujer bien situada económicamente, que podrías ser su sostén económico para subir otro peldaño, para hacer ese doctorado en europa que le daría más prestigio a su vuelta a Costa Rica. Me dejó en el país con mi hija y los dos hijos de ambos. Por fortuna mi trabajo me ha permitido mantenerlos. El dinero que vos mandabas era para pagar la casa en donde ambos vivíamos antes de que él se marchara. Acá estuviste vos y la viste. Me dijo que sería fácil porque estabas enamorada de él y que podría utilizarte de un modo simple.
Cuando regresó supe que tenía acá otra amante, otra mujer a la que veía a mis espaldas. Me dijo que me fuera de su casa.
Ahora vivo sola con mis hijos pero te mando algunas cartas que pueden comprometerle, documentos que demuestran nuestro matrimonio y fotos de nuestros hijos reconocidos. Yo he querido denunciarle por bigamia pero él me ha amenazado. Tiene muchos conocidos en la corte entre abogados, jueces...Por fortuna puedo mantener bien a mi familia. Ahora me arrepiento de lo que hice y pido tu perdón. Te mando el apartado de correos del prestigioso abogado, padre de la muchacha con la que vive. Si vos le escribís y le contás la historia eso le cerrará muchas puertas. Si deseas cualquier cosa me tenés a tu disposición.
Clara Ramos."

-Tranquila...Ella es igual que él: basura. Sólo trata de utilizarte...
-Lo sé. Está despechada y ahora se acuerda de mí. Pero me manda documentos que pueden comprometerle...- Raquel sabía la verdad. Cualquier cosa que pudiera hacer para perjudicarle la haría. Ni los psicólogos, ni las meditaciones, ni los medicamentos habían logrado de ella la indiferencia hacia él. No había olvidado el agujero en donde la metió, el sufrimiento de todo ese tiempo, el haber amanecido en aquel hospital por haber tomado demasiados barbitúricos. Por no querer seguir viva. Todo el daño que le había causado a ella y a su familia. Todo el amor que ella le había dado.
Michael trató de animarla y prepararon la comida.
Aquella tarde decidieron ir a ver a su abogado, Andrés. Él saludó y les habló:
-La embajada española se puso en contacto conmigo hace dos días. Se investigó ese matrimonio. Efectivamente él estaba casado cuando se casó contigo, lo que le convierte en bígamo...
-Andrés, nosotros queremos casarnos- Michael le habló- ¿Cuándo podría ser?
-El asunto podría tardar tres o cuatro meses. O más. Nunca se sabe. El arzobispo ya me informó. Lo de las anulaciones lo lleva un doctor en derecho canónico sacerdote también, claro. Se llama Ruiz Delgado. Podríais pedirle cita y contarle la historia. Pero no quisiera veros agobiados con el tema. Y Raquel aún está muy sensibilizada, como es normal. No tengáis prisa...- Así se despidieron. Al salir del despacho de Andrés el frío damnificaba a los transeúntes, salpicándoles con copos invisibles adornados con bufandas triangulares que señalaban bajo cero en su termómetro de muñeca.
Raquel abrazó a su novio rodeándole su cintura bajo el abrigo gris que el muchacho llevaba. El se la acercó más a su cuerpo.
Aún no eran las ocho pero ya había anochecido. La ciudad se prendía collares en su cuello de asfalto con bombillas pintadas sobre bocas de arcoiris. El frío caía en gotas plastificadas bajo apariencia de refrán arrugado por un nido de años. La camisa negra de la noche publicaba en aerogramas una iluminación hecha con siestas estivales. Parecían tan bonitas las calles chorreando luz, que decidieron dar un paseo. Siempre abrazados se mojaron de frío la nariz que, en la protesta, tomaba un color rojizo.
Pasaron por una calle conocida y les llamó la atención la apertura de un restaurante nuevo, un restaurante japonés. Se pararon a la puerta y por curiosidad miraron los menús clasificados.
-¿Qué te parece si te invito a cenar?- Propuso Michael.
Entraron y unas muchachas, vestidas a la antigua usanza, como geishas de ojos oblicuos y cabello negro les dieron la bienvenida en un mal pero bonito castellano. Eligieron una mesa del fondo, casi en la penumbra. El establecimiento acogía a un par de parejas más. Era un lugar casi místico lleno de música suave y tapices por todas partes.
Se sentaron el uno frente al otro. Una de las chicas les dio la carta. Eligieron con calma y se miraron.
-Es la primera vez que vengo a un restaurante japonés. ¿Pretenden que coma con palillos?- Decía Raquel. Michael, entre bromas, trató de enseñarle el uso del oriental instrumento.
Les llevaron salmón crudo con una salsa verde, una ensalada hecha de algas, pepino y otras verduras apenas sazonadas. Al ver aquello ambos cruzaron las miradas y no pudieron evitar reír.
-Dicen que las algas son buenas para la piel...- Decía él. Raquel, con los palillos, agarró una porción y se la dio a su novio. A ella le parecía sencillamente repugnante aunque no dijo nada. Michael disfrutaba con aquella parafernalia exótica, así que ella se dedicó a darle de comer de su plato.
La mesa, cubierta del todo por mantel largo y bordado, no dejó ver que Raquel, quitándose uno de los zapatos extendía la pierna disimuladamente, rozando los muslos de Michael. El al notarlo volvió a reír, a lo que ella respondió aumentando sensualidad en las caricias escondidas.
Subió despacio, suavemente, girando en espiral los dedos de su pie desde los tobillos, pasando por las rodillas y llegando hasta la cremallera del pantalón. Michael enrojeció mirándola fijamente. Ella continuaba el baile entre las piernas del muchacho cuando la camarera llegó con el resto de los platos. Unos rollos rellenos, marisco y carne. Michael, algo sofocado, dio las gracias y trató de seguir comiendo.
-Nena...para ya...- Le susurró. Raquel, sonriendo con picardía continuó alargándole los deseos con la punta de sus extremidades, intensificando las caricias. Le parecía divertido y excitante. Tenía tanto de trasgresión, tanto de novedoso...
Para acicalar la travesura, tomó un trozo de carne, sin dejar de jugar con su pie y, antes de morderlo le pasó una lengua atrevida y sensual por el exterior. Ella notó el aumento de aquella cuña envuelta en ansiedades, acelerando la fuerza y el ritmo de sus caricias, a la par que se acercaba a él diciéndole:
-Te amo...
Michael cerró los ojos cuando ella pasaba su dedo índice por la boca del muchacho, suave, incitador, seguro... El lo succionó hasta crujir locuras en su aliento.
-¿Podrías...?- Preguntó ella en voz muy baja. En ese momento la caricia se había transformado en movimiento acelerado y acompasado, intenso y largo. Nadie los miraba. Sólo estaban ellos allí y a los dos se les plegó el sabor agridulce de lo prohibido.
Michael, agarrado al extremo de la mesa, dijo en un suspiro:
-Sigue...- Ella lo miraba y repetía:
-Te amo tanto...deseo que disfrutes ahora...Cierra los ojos y acaríciame los senos con tu imaginación...- Mientras, ella se desabrochó dos botones de su blusa, dejando ver parte de su prenda íntima blanca y transparente. El, ansioso, pidió:
-Quiero ver más...- Raquel se situaba de espaldas a todos, frente a una pared roja de tapices, así que desabrochó el siguiente botón y, suavemente, con su mano desnudó uno de sus senos tersos y erectos.
-Míralo e imagina que lo tienes ahí, junto a tu boca...-El muchacho no pudo más. Diseñó un arco con su cuello hasta que su nuca planeó sobre el respaldo de la silla. Ella le tendió la mano y él se la apretó disimulando miedos.
-Más aprisa...sigue...sigue mostrando tus pechos y acaríciatelos...- Cuando el apretar se convirtió en agonía, ella comprendió que todo había acabado. Michael cerró de nuevo los ojos y suavizó la opresión de la mano.- Eres un pequeño diablo adorable...
Raquel, después de la travesura se sentía feliz. Tal vez por primera vez había hecho algo tan prohibido llegando al final.
Aquella cena la finalizaron con "sake", brindando por los dos y con unos dulces hechos con pasta de arroz, rellenos de higos.
Ya en la calle, Michael la abrazó con fuerza.
-Creí que esto sólo pasaba en las películas...No te imaginé tan desinhibida...
-Y no lo soy. Yo sólo quise probar. No lo había hecho jamás. ¡Estaba asustada!...- Y añadió en voz baja, acercándose a su boca- Y también excitada...- El la besó en medio de la calle, parando miradas de envidias y ternuras. La besó con ganas, como se besa lo que te pertenece, lo que tienes merecido, alzándola hasta sus labios.
Al día siguiente Michael pidió cita con Ruiz Delgado, el canónigo que se encargaba de los asuntos de anulaciones. Los citó para esa misma tarde en su despacho en el arzobispado.
Allí estaban a la hora convenida en aquel lugar que era la antesala de su despacho en tonos viejos de madera y tapices de color burdeos. Todo parecía carcomido por el olvido.
-El señor Ruiz Delgado aún no ha llegado...Esperen ahí.- Les pidió un joven que parecía ser el secretario.
Al cabo de un rato se les autorizó a entrar. Aquel doctor en derecho les dio la mano apenas sin mirares y les pidió secamente que se sentaran.
-Su abogado me habló de su caso. Es fácil de anular este matrimonio. Dígale a su abogado que venga a hablar conmigo...- Raquel, desconcertada preguntó:
-Entonces, sabe que mi marido cometió bigamia...- El interrumpió, como si tuviera prisa.
-Sí. Ya he hablado del caso. Sé quién los casó, cómo se llama él y lo que hizo en este tiempo...- Michael se interpuso entonces:
-Bien, y ¿cuánto tiempo puede tardar la anulación?
-Unos tres o cuatro meses...Miren, el Tribunal de la Rota cobra por la anulación setenta y cinco mil pesetas...El resto del dinero que esto les costará será para su abogado y procurador. Pregunten a ellos...- Raquel, bastante decepcionada por el trato tan poco cálido, se levantó y se despidió. Michael hizo lo mismo y salieron tomados de la mano, en silencio hasta llegar al coche.
-Es un tipo verdaderamente desagradable.- Dijo él.- Y habla de lo que cobra el Tribunal de la Rota como si fuera una propina: setenta y cinco mil pesetas...Vaya con los católicos...
-Sí, parece que al tipo le parece poco. O sea, que cobra por igual a esas parejas de la prensa rosa que alegan cualquier patochada para volver a vender exclusivas de otras bodas católicas, que a una persona sin muchos recursos económicos aunque sea obvio el carácter nulo del sacramento...- Raquel se sentía indignada.- Parece mentira cuánta hipocresía...
-Bueno, intenta tranquilizarte. Estoy muerto de hambre...- Era evidente que Michael intentaba quitarle importancia al asunto.
Habían quedado en ir a cenar a la casa de los padres de Raquel. Una vez allí se comentó el incidente. El padre de Raquel comentó:
-Tampoco a mí me parece igual que se cobre a todos por igual. No todos los casos son iguales.
-Bueno. Comamos tranquilos y sepamos diferenciar lo que es la iglesia de lo que son algunos hombres de iglesia...-La madre sugirió acabar así con la conversación.
Los padres de Raquel eran católicos practicantes. Por esa razón se encontraban un poco más decepcionados.
Aunque no tanto para Raquel, para sus padres era importante que ella y su novio legalizaran su situación aunque la mala experiencia con el anterior matrimonio de su hija mayor les daba muchas dudas sobre qué sería lo mejor.
-Hablé con Andrés por teléfono hoy...- Michael habló con voz insegura- y me dijo que una anulación nos puede costar...entre sus honorarios, los del procurador, el Tribunal de la Rota... unas quinientas mil pesetas...- Raquel le miró asombrada.
-¡Dios Santo! ¿Y todo esto para volver a casarme por la iglesia? ¡Se han creído que soy una millonaria de Mónaco o una folklórica!- Michael posó su mano sobre la pierna de ella intentando infundir algo de serenidad.
Al volver a casa Raquel se dio una ducha. Necesitaba relajarse y el agua caliente siempre la ayudaba. Las gotas corrían hacinando olores de jabón rosado que diluía amarras en esponjas sobre ella. Michael abrió la mampara del baño y, desnudo, entró en la ducha.
-¡Eh! ¿Qué haces aquí?- Se sorprendió ella. Los dos se abrazaron empapando distancias.
Raquel lo enjabonó desde la cabeza, pasando por su cuello, su torso, sus piernas, sus nalgas y él la acariciaba bajo el manto líquido. El agua de la ducha los envolvía con ojos de lazos desnudos cubiertos de dedos alargados sobre la piel. La miel en los labios de la pareja se escurría entre los poros mojados.
-Tengo frío...- Raquel hizo ademán de salir de la ducha y Michael la siguió. Se secaron despacio, poniendo atención a cada rincón de su anatomía.
La mañana siguiente despertaron a las siete y cuarto, la hora de todos los días de trabajo. En un rato, ya duchados y vestidos, ambos preparaban el desayuno habitual. Michael desayunó con apetito y desbordando vitalidad.
-Me encanta vivir contigo...Te amo.- Le decía él acariciando la mejilla de su pareja.
Por la tarde, después de almorzar, Michael tenía que irse a la academia. Desde hacía un año él y nueve compañeros más habían invertido dinero en alquilar unos locales donde organizaron una academia. Los beneficios se los repartían entre los diez. Al principio fue casi un fracaso pero ahora iba cada vez mejor. Estaban pensando en comprar los locales en lugar de pagar el alquiler.
-Esto va cada vez mejor. Cada día tenemos más alumnos y hay que hacer más turnos. ¡Es fantástico!- Comentaba Michael.
-Me alegro. Eres todo un empresario, cariño...- El la abrazó y contestó:
-Porque tú me animas. Si no, no haría nada de esto. Contigo me siento mucho más estabilizado y proyectado hacia el futuro. Me encanta trabajar si sé que tú vas a estar a mi lado.
-Yo siempre estaré a tu lado, mi amor. A propósito, ¿por qué no organizamos una fiesta para celebrar lo bien que van las cosas? Podrías traer a tus compañeros...- A Michael le pareció una idea encantadora y prometió comentarlo esa misma tarde. Michael se fue en su coche y ella decidió poner un poco de orden en la casa.
Sobre las cinco de la tarde preparó un té con menta y decidió tocar un rato el piano. Se sentía relajada. Las cosas iban cada vez mejor, parecía que empezaba a salir del agujero y con Michael era todo mucho más fácil.
En ese momento sonó el timbre de la cancela. Se asomó y lo vio allí, frente a ella, con una chaqueta de ante marrón oscuro, corbata de seda, pantalones a juego, tan elegante como la primera vez que lo vio. Sin embargo no se alegró. Se asustó. El corazón desencadenó cien volteretas en el espacio. Era Hugo Fuentes.
-¿Cómo estás, Raquel? Me alegro de volver a verte...-Sus palabras eran como dichas al vacío, enrolladas en hojaldre.
-¿Qué tal Hugo?- Ella lo dejó pasar hasta la casa. Llovía bastante esa tarde. Dentro, el fuego encendido daba la bienvenida al hogar. Ambos se sentaron en el sillón frente a las llamas.
Hugo, discretamente paseó su mirada por la habitación.
-Tienes una casa preciosa y deliciosamente decorada. ¡Está plagada de buenos cuadros!
-Sí. Adoro la pintura. Son cosas de mi hermano, de mi cuñada y de mi hermana. Son pintores...-Dijo ella.
-Sois una familia de artistas...Veo que también tocas el piano...
-Sí. Me fascina la música...- En ese momento Hugo la miró con ternura, con una ternura casi paternal.- Eres encantadora. No te merecías una historia así...- Ella supo que estaba hablando de Pablo y dejó de sonreír. El recién llegado habló:
-He pasado unos días en Costa Rica. Vi a Pablo. Vive con una persona. Bastante vulgar. Qué más da. Quiso fingir que no me conocía pero no le valió de nada. Además tenía algo importante que decirle.
-¿Algo importante?
-Sí. Y he venido a Sevilla porque debo tenía que decírtelo. Pero quiero que trates de tomarte esto lo más tranquilamente posible. Ya no tiene remedio, en mi caso. En el tuyo...no sé.
-¿Qué quieres decirme?- Ella lo miró fijamente a sus ojos grises con desconcierto.
-Verás, me hice unos análisis hace unas semanas...y dio positivo.
-¿Positivo? ¿De qué me hablas?
-Tengo sida. Yo estuve en contacto con Pablo...y él contigo. Te recomiendo que te hagas análisis de todo tipo, que te asegures. También quiero que trates de mantener la calma. Perder los nervios no lleva a nada bueno...- Raquel palideció.- Tú eres la víctima de esta historia sucia y de locuras. Yo tengo la culpa por, supongo, no haber practicado sexo seguro. Pero tú...
-¿Sabes quién pudo contagiarte?- Preguntó ella.
-No tengo ni idea. Sé que me queda una vida corta por delante. Quién sabe...tal vez tu cuerpo, a pesar de todo, no haya estado en contacto con el maldito virus...Pero era mi deber decírtelo. Pensé hacerlo por teléfono, pero creí que te merecías algo más valiente de mi parte. Quiero que sepas que, si necesitas algo, cuentas conmigo...No lo olvides.- Hugo se levantó y ella lo imitó. La tomó de las manos y con una sonrisa se despidió.
Cuando el BMW de aquel hombre sentenciado se perdió de vista, Raquel se hundió en una esponja de temores hechos con agujeros negros.
Volvió, caminando lentamente, a la casa. El agua se encharcaba entre sus cabellos dorados. No tenía lágrimas. Se las apagaron de un solo soplo árido. Deambuló almas huecas por la casa. Almas vacías que se encaramaban por los marcos de las puertas y resbalaban con sonrisas cariadas hasta rechinar contra las alfombras. Se hacían añicos de penas cúbicas y cristalinas. Los fragmentos rotos en décimas de segundo, volvían a unificarse hasta fabricarse por entero. Y continuaban en el juego eterno.
El piano rascó un bemol negro que se le escapaba de picor hasta donde aprendía a volar el metrónomo jubilado. Las fotografías enmarcadas se convertían en sus negativos con alientos plastificados y corrían atravesando paredes de plastilina. Los cuadros se reunieron bailando en una esquina alrededor de una mota de polvo azul que, cubierta de velos, a ritmo de un blue, hacía un strip-tease masticable. Humo gris sacaba decimales a la chimenea que se creía exacta. Sacaron cuatro decimales entre hipérbaton cocida y fritura de hipérbole. La guitarra dormitando acordes contra un sillón, homologó pesadillas esquizofrénicas que goteaban de un grifo averiado, gotas rojas como la sangre. Las llamas, sin pedir permiso, se aventuraron pequeñas a un paseo a través del hollín que les cantaba al oído ardiente viejos tangos de Gardel. Hubiera querido abrazarlas pero el calor se lo impedía. Rasguñaban con fogatas cada esquina de sorpresa por donde pasaban, horadando dudas en lunares ajenos, sin querer, con laxitud.
La habitación centrifugaba vapores amarrados a la copa de un ciprés morado del que colgaban años no vividos. Ella estaba allí, seca de lágrimas, enmudecida, quieta, sin pensamientos. El ruido del teléfono la sobresaltó. Era Michael. Quería saber cómo estaba. Ella calló, intentando conservar esa calma a punto de romperse.
-Sí, estoy bien...Necesito verte...- Decía casi sin acento.
-Sí, mi amor ya voy para allá...- Raquel fue al baño a por una de esas pastillas que le había recetado su psiquiatra. La bebió con una infusión de tila. Sus manos temblaban cuando, cuidadosa, se metió una de esas píldoras en la boca.
Sin saber qué hacer, se sentó al piano. Frente a aquel piano que la había acompañado desde pequeña. Recordó cuando estaba en la casa de sus padres, como se encerraba a tocar con doce años, cerrando todas las puertas para que nadie pudiera oírla. Recordó, qué tontería, a la par que sazonaba en aquel teclado una sonata de Mozart. Una sonata lenta, curvilínea, llena de espantapájaros azules que espantaban corcheas rebeldes rompedoras de pentagramas...
Cuando Michael llegó ella no dejó de tocar. El la besó.
-Me dejaste preocupado. ¿Todo va bien?
-Perdóname...- Eso fue todo lo que ella pudo contestar. Inmediatamente después se echó a llorar desconsoladamente. Michael, alarmado, se sentó a su lado y la abrazó.
-Vamos, mi amor...¿qué tienes?- Cuando pudo tranquilizarse ella le contó todo.
-Mañana iremos a hacernos unos análisis. No estamos seguros de nada. Tal vez Pablo no se contaminó. Hay personas que, sin saber por qué, están inmunizadas, que el virus no les afecta...Y el que yo tenga la enfermedad o no, no debe preocuparte ahora. Que yo recuerde sólo hemos hecho el amor una vez sin preservativo. Y...en todo caso, tú no has tenido la culpa de nada. No te preocupes más, por favor...
Esa noche, apenas durmieron. En la cama se abrazaron los dos. El miedo de ella se disolvió en parte gracias a los brazos cálidos de aquel hombre.
Por la tarde del día siguiente fueron a ver a Alfonso, el médico de cabecera de la familia. El la había tratado durante mucho tiempo y la conocía bien.
-Sí. Tenéis la posibilidad de haber sido contagiados, pero como dice Michael, hay posibilidades de que no tengáis la enfermedad...- El les extendió un par de volantes para llevarlos al analista.
A la salida, cuando cada uno tenía que irse para su propio trabajo, Michael dijo:
-¿Y si preparamos la fiesta que sugeriste para el sábado por la tarde? Sería una buena idea...- Un beso sumergido de despedida se desvistió en sus bocas y una bandada de caricias alborotadas les separaron.

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