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miércoles, 30 de abril de 2008

¿POR QUÉ LOS TRENES BOSTEZAN...? CAPÍTULO 4


4.Bernardo, adicto al victimismo


Bernardo era un hombre de 67 años. Alto y robusto. A simple vista parecía una persona normal. Quería mejorar su cultura y después de haber llegado a la edad de la jubilación, decidió que era tiempo de saber algo más. O eso decía. Se le instaló en el grupo de los más avanzados. De los más jóvenes. Pero también había gente de su edad.
Bernardo no tardó en hacerse notar. A casi todo le ponía una pega. Nada estaba a su gusto. Siempre él era la víctima de todo.
-El mundo no puede saber mi pena...- en ese momento muchos de la clase, al corriente de la curiosa adicción de Bernardo empezaron a susurrar y reír un poco. Él les retó. –Pues sí señores. Yo he pasado una vida como para contarla...
-¡¡Vamos, Bernardo!! Tampoco es para tanto.
-Cuenta tu historia , Bernardo...- dijo uno de los más jóvenes.
-Yo me casé muy joven. Con una mujer a la que adoraba. Vivíamos bien. Mi padre tenía fincas. Y yo trabajaba con él. Muchas veces tenía que ausentarme para vender ganado y cosas a la ciudad. Una noche que volví tarde, llegué a casa y me encontré nada menos que a mi padre acostado con mi mujer. Estaban liados desde hacía tiempo. Y yo no sabía nada. Desde aquel día yo dije que no tenía más padre y más mujer. Me separé de ella. Mi hija y mi mujer siguieron viviendo con mi padre. Yo ya tenía mi capital y me fui a la ciudad. Desde entonces no puedo ver a una mujer. No he vuelto a casarme. Y para colmo mi hija dice que soy un mal padre. Y eso que nunca le ha faltado nada. Pero ella dice que ha sido mi padre quien le ha pagado todo. Y eso no es verdad...y yo llevo esa pena...y no la perdonaré nunca. Todo el mundo me dio de lado. Todos decían que yo era el malo. Y era ella quien me había puesto los cuernos con mi padre. ¿Hay derecho a eso? Yo creo que no...- a medida que el discurso avanzaba la emoción que él ponía crecía. Pero se diría que había más de protagonismo y de ira dentro de él que de real sentimiento. Había repetido el discurso al parecer en todas partes, en la televisión, el la radio, en las tertulias de los bares…
Era igual. El caso era ser escuchado y decir que tenía una razón para odiar a todo el mundo.
Bernardo vivía solo. En una casa muy grande. Había invertido y había ganado dinero de distintas formas. No siempre muy honestas, según decían. No compartía nada. Nunca participaba de los gastos que podían originarse en la clase por algo extra escolar. Nunca invitaba a nadie. Difícilmente prestaba un lápiz. Decían que guardaba todo el dinero en su casa en algún lugar. Pero no se sabía donde.
Había comprado un pequeño apartamento en la playa y a veces llevaba allí a sus conquistas. Porque en el fondo Bernardo era un conquistador.
Había puesto un anuncio en un periódico de la cuidad diciendo que buscaba pareja. Que era un hombre con dinero que buscaba una buena compañera. Hacía hincapié en sus bienes personales. De que vivía solo. De que su situación económica era buena. Y había tenido muchas citas. Pero cuando veían la clase de persona que era ninguna llegaba a soportarlo. Pero él tampoco era muy tolerante. La mujer tenía que ser joven y bonita. Nada de mujeres de su edad. Nada de mujeres con hijos.
Bernardo no daba nada. Sin embargo aprovechaba las celebraciones y demás fiestas para comer y beber a costa de los demás.
Había invertido en algunos apartamentos y a veces prestaba dinero. Con unos intereses más que altos. No tenía piedad de nadie. Porque según él nadie había tenido piedad de él tampoco.
Un día llegó a la clase con una muchacha mulata. Ella hablaba con un acento caribeño. Era de mediana estatura y siempre sonriente.
-Os presento a Mirna. Ella ha llegado de La Habana hace unos meses. Vamos a casarnos.- todo el mundo estaba excitado con la noticia y la nueva muchacha que sería una vecina más del pueblo
La muchacha no tendría más de veinte años. Pero la posibilidad de mejorar su vida hacía pasar por alto que el hombre al que iba a atarse fuera treinta años más viejo, fuera insoportable y además inestable a todas luces.
-Vaya pobre...no sabe lo que le espera.- Decían.
-Va con él sólo por el dinero...
Bernardo y Mirna se casaron por el juzgado. Y animaron a la muchacha a venir a las clases. Ella era divertida y alegre. Podía haberse instalado en el grupo de los más jóvenes pero Bernardo no quiso.
-No...ella es mi mujer y vendrá al mismo grupo que yo. De todas formas esto no es más que un entretenimiento para los dos...
-Bernardo tiene miedo de que su mujer pueda dejarlo o algo así...
-Por supuesto que no. Ella no va a encontrar alguien mejor que yo...-Bernardo estaba muy seguro de sí mismo. Y quizás la muchacha se lo hacía creer tanto que lo había convencido.
-Dicen que es una antigua prostituta.
-No se os ocurra decir nada delante de este personaje. Es capaz de todo...- Eran los comentarios que corrían por la clase y por las calles.
Poco a poco ella se fue integrando y paradójicamente hacían una pareja bastante aceptable. Paradójicamente para la gente que pensaba que sería una relación avocada al fracaso.
Un día llegó ella sola a la clase. Todos se extrañaron de que el marido la hubiera dejado venir sola.
-Mi marido me trata bien y claro que me deja venir sola....- Había cierto grado de celos entre las mujeres. No veían con buenos ojos que alguien de su edad tuviera al lado a una jovencita. Exótica y agraciada.
-¿Cómo te las apañas?
-No es un problema. Yo le preparo su desayunito por las mañanas. Le llevo el periódico y comemos bien juntos. Le preparo su baño. Él sabe que a mí me gusta que esté bien limpito. Después él sale a jugar su partida con sus amigos y yo preparo la casa, hago la comida, preparo la casa y hago las compras. Él llega y lo tiene todo bien preparadito. Dormimos la siesta bien juntos y luego venimos a las clases. No es nada complicado.
-O sea, estás siempre a su disposición...eres como su....-Una de las mujeres no se atrevió a decir...
-¿Su criada? ¿Su sirvienta? Pues sí. Pero es mi marido. Él paga mi ropa, mi comida, mis viajes...yo hago lo que puedo por él.- A pesar de su edad estaba tan segura de sus palabras que era inútil intentar hablarle de otra cosa o convencerla de que había algo llamado liberación de la mujer.
-¿Y por la noche...no preferirías tener otra compañía?- Las risas estallaron en el entorno ante una pregunta tan indiscreta. Y hecha con tanta malicia.
-No. La que tengo me gusta. Es cierto que no es como un muchacho de veinte años. Pero esos no valen la pena. Van a lo suyo. No tienen experiencia. Sólo les interesa una cosa y no se preocupan de ti para nada. Prefiero a un hombre mayor que me trate bien y me haga sentir bien. A los muchachos más jóvenes ya los he conocido. Y tengo bastante. Ahora quiero ser una mujer diferente.- Todos la escuchábamos atentos. Me parecía muy interesante. Muy simpática. Y me parecía que tenía mucho que enseñarnos. Y eso siempre me gustaba.
Le gustaba leer y le gustaba aprender. Y lo hacía rápidamente. Y eso no molestaba a su marido. Poco a poco formaba parte de la clase de forma más y más profunda.
La actitud de Bernardo comenzó a cambiar. Era más sereno, más tranquilo, menos negativo. Mirna llevaba la voz cantante casi siempre. Con su llamativa falda corta y sus blusas llenas de color, su boca roja y su cara maquillada se diría que había embrujado al hombre.
Una noche llegaba a la estación de Sevilla. Eran casi las once y media. Allí estaba ella. Acompañada de alguien que no era su marido. En una actitud más que amistosa. Subían la escalera mecánica y yo iba algunos metros detrás. No sabía si sería correcto saludarla o sería mejor pasar desapercibida. De todas formas no tuve elección. Ella miró hacia atrás y me vio.
-Hola, Dafne.
-Hola Mirna.
Al llegar a santa justa después de aquella eterna escalera mecánica que me sube del andén como un levitar de deseos, alguien sale a mi encuentro. Es su voz. Me saluda.
-Le pedí a un compañero cambiar el turno. Quería verte esta noche y agradecerte el libro...- Está vestido con un color verde oscuro. A juego con sus ojos. Lleva una corbata que anuda mis deseos. Me invita a tomar café y yo acepto. Es nuestro primer café. Parece nervioso yo sin embargo me siento tranquila. Le miro y me atrevo a decir:
-No me gustaría estar en el papel de tu mujer...
-¿Por qué?
-Porque tienes un trabajo muy peligroso, llegas tarde a casa y eres condenadamente guapo...- No sé como fui capaz de decir algo así. El se ruborizó.
-Pues no tenía ni idea...-El café se le tambaleaba de las manos y a mí me divierte. Estoy jugando a seducir. Me acompaña hasta el coche le pregunto como se llama.
Fabio Illán. Me pareció el nombre más bonito sobre la tierra. El pregunta cómo es mi nombre.
-Dafne Serruya. - Me di cuenta de que le parecía un nombre definitivamente raro así que mientras bajamos las escaleras le explico:
“dafne era una ninfa amante de la caza. Cuando Apolo se enamoró de ella la ninfa se escapó con miedo. El dios la persiguió y ella echándose en el suelo invocó a la diosa tierra quien la transformó en un árbol, un laurel. Cuando el dios se di o cuenta se abrazó a su tronco. Con las hojas de laurel hizo una corona ciñendo con estas las sienes de los poetas y los héroes...”
-Preciosa historia. Precioso nombre. Podría estar escuchándote toda la vida.- dijo.
Entre todas estas elucubraciones me doy cuenta de que hay una química casi salvaje entre los dos. Y una luna que nos acaricia la espalda a ciegas como poniéndonos manos en los ojos. Es inquietante. Puedo sentir su deseo casi inmoral. Me ha contado cosas de sus dos hijos uno de ellos toca el piano como yo. La niña estudia violín. Le hablo de mis estudios y mi forma de pasar la vida. Mis clases de baile y de música...
Él me cuenta algunas de sus aventuras en el trabajo. Lo que ha tenido que ver. Sus días en la calle antes de llegar a su cargo actual.
Le digo es adorable. La palabra parece afectarle. Se siente halagado. Me lleva hasta mi coche. Mira mis piernas de medias brillantes al sentarme. Lo miro desde el asiento de mi coche supongo que no debería pero es un juego que me envuelve él cierra la puerta del automóvil nos despedimos.
Avanzo hasta que salgo de allí. El espejo retrovisor me lo devuelve con una forma de caminar tranquila componiéndole cercos al cielo con la elegancia de una nube que susurra copos de nieve entre los rayos del sol.
Él tiene veinte años más que yo. Casi no nos conocemos Y está casado felizmente. Yo estoy viva también felizmente. Pero no hay nada de malo en lo que nos atrae. Creo.
La avenida parece esta noche hecha con sus sonrisas. Los semáforos caminan por los pasos de cebra ebrios de luz y el gran termómetro frente al hotel se niega a decir los grados y minutos que estornudan en la ciudad.
Son casi las doce y no hay apenas gente visible. Las avenidas están llenas de carteles luminosos que quieren limpiar los cristales de los escaparates de un centro comercial clónico que aparece y desaparece en cada esquina vomitando semanas fantásticas mitad de precio.
Cuando aparco mi coche cruzo agarrada a mi maletín por enésima vez la avenida que desemboca en mi calle. Agarro mi spray por si alguien me atacara y una noche más entro en mi bloque en el que miles de aromas de cenas a trasnochadas se pegan en las paredes.

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