Vivo en Sevilla. No sé si tiene un color especial o simplemente es una ciudad con sus cosas buenas y sus cosas menos buenas. Pero me gusta para vivir. No sé qué pasa que hace años que nuestra ciudad se puso en obras. Uno tiene la impresión de que están buscando un tesoro que no acaban de encontrar. Pero es verdad que se mejoraron algunas cosas. Se hizo el metro. El tranvía y para ello hubo que cortar avenidas, martillear, golpear, tapar agujeros, volverlos a hacer…Una odisea. También agrandaron las avenidas. Y llegó el carril bici. Bendito sea. Las bicis por fin podían circular sin peligro de ser abatidas, arrinconadas, acosadas o despachurradas. Con bicicletista incluido, ni que decir tiene.
Yo he sido una ciclista desde que tenía uso de razón. Además era una camicace. Me encantaba la velocidad. Y las situaciones de riesgo. Mi bicicleta era mucho mejor que ningún lamborghini. Y me di muchos cachiporrazos. Y me abrí la cabeza varias veces. Pero siempre volvía a ella. Eso mucho antes de que la bicicleta se pusiera de moda en la ciudad. De que ir en bici fuera símbolo del “new flower power”, de los “new hippies”, de los progres. Intento decir que las bicicletas me gustan mucho. Y que estoy de acuerdo en que son un medio de transporte limpio y que cuida al medio ambiente. Pero a veces los exacerbados del medio ambiente olvidan que dentro del medio ambiente está también el ser humano. El que circula por la ciudad. El que queda en este entramado. En cuyo grupo yo me incluyo. El grupo de los peatones. Es el último cuscurro de la banasta. Es el patito feo del ambiente. Es el cero a la izquierda.
El ejemplo de ciudad invadida por la fiebre ciclista es Ámsterdam. Como sabéis los que habéis estado allí, las bicicletas son las dueñas del cotarro. Cuando acabas de llegar y ya te medio atropellan te dan ganas de echarlas al fondo de los muchos canales de la ciudad. Allí los ciclistas son propietarios de las calles, las avenidas, carriles bicis, raíles del tren. Van por todas partes. A una velocidad de vértigo. Entre eso y el cannabis es una ciudad llena de emociones. La mejor es la de salir de allí. Pero ésa fue mi experiencia.
Me gusta mucho caminar. Y lo bueno que tiene Sevilla es que se puede caminar. O se podía. Antes sólo había que tener cuidado con los coches que se saltaran un semáforo, con las caquitas de perros, con los socavones…Pero se podía caminar.
Volvamos al presente: El bici-presente. Las bicis. Cuando éstas se convierten en la pesadilla del peatón. Cuando ves a los peatones en la acera o la mini acera que nos queda después de quitar mucho espacio para el carril bici, esquivando a esos ciclistas que van tan felices con sus mochilas, con sus rastas, escuchando música, emulando a Induráin en sus mejores tiempos, pasando a toda pastilla por tu lado. Para ellos no hay límites de velocidad. Y lo que es más curioso, NO EXISTEN LOS PASOS DE CEBRA. Todavía ni he visto NI UN ciclista respetar el paso de cebra!!! Es el peatón quien mira a un lado y a otro aterrorizado para ver si de repente llega una bicicleta en pleno uso de sus facultades rauda y preparada para atropellar a todo el mundo. “Porque yo lo valgo”. Porque para eso voy en bici, que soy defensor del medio ambiente. El peatón se siente indefenso, como un viandante en Kabul defendiéndose de los francotiradores. Temiendo a la bicicleta agazapada que va a lanzarse bruscamente sobre él dispuesta a romperle algún hueso. La bicicleta psicópata. Y el pobre andariego ajeno a los peligros, que hasta el momento vivía su vida tranquilo viendo cómo sube el Euribor y no se llega a fin de mes, se aparta veloz del carril verde aunque esté vacío. Nunca se sabe cuándo va a aparecer dicha bici psicótica dispuesta a agredir al peatón. Al pobre peatón.
Pero es que los ciclistas defienden al medioambiente.
¡¡Me cachis, que yo también defiendo al medio ambiente yendo a pie!!
Que la salud mental del peatón se está poniendo en peligro con tanta rueda que pasa echando lechugas. Y encima menudo mosqueo se pillan si a algún viandante se le ocurre recriminar con vocecita tímida al fortachón ecológicociclista…
-Oiga, que me acaba de atropellar.
-Pues vaya usted por su lado. Yo soy un defensor del medio ambiente.
-Pero si yo iba por mi acera, con mi bastón y mi cadera ortopédica.…
-No se me ponga chulito ni me haga perder el tiempo. Seguro que usa su coche contaminante y no recicla…
-Si no tengo coche. Iba precisamente a reciclar estas pilas, cartones, vidrios…
Personalmente he estado a punto de ser atropellada varias veces. Y he presenciado atropellos también. Por fortuna, el dios del peatón, peatonius, desde el Olimpo, protege al peregrino. Pero a veces está haciendo la siesta o está en off y el caminante se ve seriamente afectado por estas personas que no siempre tienen en cuenta que hay que convivir con otras almas que no tenemos bicis. Que no queremos montar en bici. Que preferimos caminar.
Desde aquí QUIERO PROTEGER AL POBRE PEATÓN. AL ANDARIEGO.
Señores eco-ciclistas, amables ciudadanos tan simpáticos con ese look postmoderno : vayan un poco más despacio por sus carriles. Intenten no BICICLETEAR POR OTROS SITIOS COMO TAMBIÉN LO HACEN. RESPETEN LOS PASOS DE CEBRA. TIENE PREFERENCIA EL PEATÓN.
Que ya lo dijo nuestro querido Machado. Antonio. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar…
Por la acera.
(Sara González Villegas en su sección DECORANDO INTERIORES DENTRO DE UN LIMÓN)
2 comentarios:
BUENO, HAY ALGUNOS CICLISTAS QUE SÍ RESPETAMOS LOS PASOS DE CEBRA. PERO ES VERDAD QUE NO HAY MUCHOS. Y QUE A VECES LA VELOCIDAD ES PELIGROSA HASTA PARA LOS CICLISTAS MISMOS.
deberian poner bici-radares para controlar la velocidad de los conductores de bicicletas. Y multa al canto. y retirada de carnet. o servicios comunitarios. como limpiar basuras o cualquier cosa de esas positivas.
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