24. Algunas sorpresas tienen ojos
Llegaba otro día. La lluvia se escocía a través de los ventanales del tren. Era como un envoltorio plateado que llega a todos mis rincones. Me he sentado en el mismo lugar de siempre. Con la lluvia no me encuentro tan bonita. Las botas altas cubren mis piernas hasta la base de mis rodillas y éstas se dejan ver tras unas medias negras. Tengo que hacer un esfuerzo para no buscarle con la mirada. Siempre pasa lo mismo. El corazón se me acelera y dejo un asiento libre. Suele ser a la derecha por si aparece él.
No quería subir a este tren. No quería escapar horas en un agujero perdido. Se está demasiado bien en casa, acurrucada frente al ordenador atiborrándome de ideas para cientos de cuentos que nunca termino. Es posible que él haya estado cerca todo el rato. Tal vez me ha estado mirando...tal vez ha estado pensando en mí alguna vez. Pero no lo sé. Intento aprender a sobrevivir sin demasiadas esperanzas. A prescindir de casi todo. A no aferrarme a casi nada salvo a mí misma. Soy mi única tabla de salvación. Pero pienso en él.
El tren se detuvo en pleno campo. Íbamos con retraso. Había unas caballerizas abandonadas. Tal vez fue un antiguo cortijo. El cielo se masticaba gris plomizo. Los distintos ocres de la tierra alcanzan con sus pinceles de humedad casi sexual de sus grietas por la ex sequía.
Frente a la puerta había un coche grande, de un azul metalizado con un hombre de pie apoyado en una de sus puertas. Era Fabio. El corazón se me desparramó en arritmias sin colores mientras caminaba hacia él. Tuve que hacer un esfuerzo para no ruborizarme. Era tan inesperado como anhelado.
-He venido a buscarte.- Él me decía mientras me abría la puerta invitándome a pasar. Yo sonreí.
No quería subir a este tren. No quería escapar horas en un agujero perdido. Se está demasiado bien en casa, acurrucada frente al ordenador atiborrándome de ideas para cientos de cuentos que nunca termino. Es posible que él haya estado cerca todo el rato. Tal vez me ha estado mirando...tal vez ha estado pensando en mí alguna vez. Pero no lo sé. Intento aprender a sobrevivir sin demasiadas esperanzas. A prescindir de casi todo. A no aferrarme a casi nada salvo a mí misma. Soy mi única tabla de salvación. Pero pienso en él.
El tren se detuvo en pleno campo. Íbamos con retraso. Había unas caballerizas abandonadas. Tal vez fue un antiguo cortijo. El cielo se masticaba gris plomizo. Los distintos ocres de la tierra alcanzan con sus pinceles de humedad casi sexual de sus grietas por la ex sequía.
Frente a la puerta había un coche grande, de un azul metalizado con un hombre de pie apoyado en una de sus puertas. Era Fabio. El corazón se me desparramó en arritmias sin colores mientras caminaba hacia él. Tuve que hacer un esfuerzo para no ruborizarme. Era tan inesperado como anhelado.
-He venido a buscarte.- Él me decía mientras me abría la puerta invitándome a pasar. Yo sonreí.
Me despojé del abrigo que coloqué en el asiento trasero y me introduje en su coche.
Me tomó las manos y las besó. Estaban frías como siempre. Me dio un pequeño paquete muy bien envuelto.
-¿Es para mí?
-Claro. Ábrelo.- Eran unos guantes de una diseñadora que jugaba siempre con colores. Él sabía lo mucho que me gustaban. Me los puse. Le di un beso en la mejilla como agradecimiento.
La noche se parapetaba detrás de las rayas de la carretera. Durante los primeros minutos no hablamos. Me permitía mirar sus movimientos al volante, su forma de conducir, su perfil. Me enamoraba más a cada minuto. Sabía que no podía, que no puedo permitirlo.
-Gracias por venir. Te echaba de menos.- Le dije aproximando una caricia a su mejilla. Él tomó mi mano , me quitó los guantes y la besó otra vez. Me acerqué a él. De su cuello salía un olor tan masculino, tan suyo. Le empapé besos borrachos en su piel a la par que acariciaba su nuca y el cabello casi gris. Él tomó mi mano llevándola hasta su parte más levantada llena de calor. Muy suavemente medí temperaturas en kilos dentro de esa zona. Él reclinó su cuello posándolo en la parte alta del asiento mientras apretaba el acelerador.
No dijimos nada cuando le descorchaba su cinturón bajándole la cremallera del pantalón. Su báculo se erigía dueño del espacio y lo sostuve con ternura acariciándolo entre mis dedos masajeándolo y acercándolo a mis labios.
Cuando decidí tragar su flor Fabio emitió un gemido que se esparció traducido en temblor por todo su cuerpo. Su símbolo más viril se bañaba en mi saliva a compás de mi mano que trasladaba ternuras en firmezas.
-No puedo seguir...necesito parar.- Jadeó pasándome la mano por el cabello. El coche lo retiró de la carretera y paró en un camino escondido..- Necesito besarte. Quiero tocarte. Lo necesito, Dafne...- casi desesperadamente con la falta de tiempo de que da lo robado, me acercó a su boca hundiéndome la lengua que concretaba besos interiores. Sus manos abrían mi blusa hasta encontrar piel desnuda debajo de la ropa interior.
De alguna parte sacó su pistola que dejó en el salpicadero antes de colocarme sobre él con la falda levantada. Bajo el panty podía sentir su erección. Trató de quitarme todo lo que estorbaba sin parar de besarme en el cuello, en los hombros, en la boca...era como si una locura recién inventada se hubiera instalado en su deseo.
-Fabio, yo no tengo un preservativo....y así es peligroso...
-No te preocupes...olvídate de todo.- Me até a su deseo y dejé que jugara en su jardín.
Me había abierto el deseo entre mis pechos. Los acariciaba dándoles nuevas formas con una fuerza tierna deliciosa. Me evaporó el carmín de los labios al mismo tiempo que dirigía su fruta hacia mi estrecha gruta de la que nacía una miel con manos doradas.
Ya dentro de mí todo fue fácil. Sus manos en mis caderas y cintura ayudaban a subir y bajar por esa ladera de placeres. Lo sentía engordar soles dentro de mi fragilidad. Podía ver la luna amamantando estrellas dentro de sus ojos en una oscuridad repleta de colores nuevos. Lo sentía tan mío. Tan débil. Tan tierno. No había nada más. Era una larga carta de amor hecha con puntos suspensivos en gemidos con unas comas apostillándose en caricias con unas emes antes de pes entre lagunas húmedas con unas tildes enredándose entre rendijas de calores...
-Te quiero, Fabio...- Me atreví a susurrarle al oído.
-Y yo a ti...- Me devolvió él con sus últimas convulsiones antes de llegar al final.
El estallido se repartió en ambos cuerpos. Me sentía llena de su agua. Era una locura. Era peligroso. Era prohibido. Era mío.
Cuando nos repusimos de aquello, el coche se puso en marcha otra vez.
-¿cómo se te ocurrió venir a verme?- le pregunté mientras ponía mis ropas en orden y me peinaba un poco.
-Te necesitaba. Necesitaba tu cuerpo, tu olor, tu voz...- Me dio la impresión de que le nacía una vergüenza nueva. Y lo comprendía.
-Fabio, yo estoy sintiendo por ti cosas que no me puedo permitir...- Él me interrumpió.
-¿Por qué no te lo puedes permitir? ¿No nos podemos permitir querernos? Yo te quiero, Dafne. No sales de mis pensamientos. Lo que siento no lo he sentido nunca. Es cierto que no te prometeré lo que no voy a cumplir. Tengo deberes como padre y marido. Pero no puedo controlar mis sentimientos. No puedo ofrecerte más. Ni siquiera sería un buen amante, de esos que regalan brillantes...- Pero eso no importaba. Sonreímos. Los dos sabíamos a qué nos exponíamos. Pero este juego furtivo nos apresaba.
La llegada a Sevilla se nos hizo rápida. Me dejó en el parking de la estación. Quiso bajarse para acompañarme donde estaba mi coche. Pero yo se lo impedí. Alguien podría vernos. Pero él antes de que me fuera, en la oscuridad de la entrada me atrajo hacia sí y me besó.
De repente una voz resquebrajó el ambiente. Era un compañero de Fabio. Evidentemente nos había visto. Nos miramos. Era el mismo inspector de policía que le acompañaba la noche que nos conocimos. Era alto, con el pelo gris, no más de cuarenta y cinco años. Daba la impresión de que sabía que era atractivo y que su papel de policía lo tenía muy asumido...en todos los sentidos.
-Bonita noche...- Dijo en un tono casi burlón. Fabio apagó el coche y bajó a saludar y hacer presentaciones.
-Te presento a Germán Lustig....Ella es Dafne. – Aquel hombre sabía quién era yo. Tal vez había poco que él no supiera. Los tres estábamos tensos. Los ojos claros de aquel hombre se posaron en mí. Yo traté de reaccionar.
-Lustig es un apellido alemán. Uno de los profesores de alemán que tuve se apellidaba así.- Apellido con significado: “alegre”. Vaya paradoja.
-Sí, mi abuelo paterno era alemán.- Yo sonreí y me despedí de los dos. Pero insistieron en acompañarme hasta mi coche.
Me tomó las manos y las besó. Estaban frías como siempre. Me dio un pequeño paquete muy bien envuelto.
-¿Es para mí?
-Claro. Ábrelo.- Eran unos guantes de una diseñadora que jugaba siempre con colores. Él sabía lo mucho que me gustaban. Me los puse. Le di un beso en la mejilla como agradecimiento.
La noche se parapetaba detrás de las rayas de la carretera. Durante los primeros minutos no hablamos. Me permitía mirar sus movimientos al volante, su forma de conducir, su perfil. Me enamoraba más a cada minuto. Sabía que no podía, que no puedo permitirlo.
-Gracias por venir. Te echaba de menos.- Le dije aproximando una caricia a su mejilla. Él tomó mi mano , me quitó los guantes y la besó otra vez. Me acerqué a él. De su cuello salía un olor tan masculino, tan suyo. Le empapé besos borrachos en su piel a la par que acariciaba su nuca y el cabello casi gris. Él tomó mi mano llevándola hasta su parte más levantada llena de calor. Muy suavemente medí temperaturas en kilos dentro de esa zona. Él reclinó su cuello posándolo en la parte alta del asiento mientras apretaba el acelerador.
No dijimos nada cuando le descorchaba su cinturón bajándole la cremallera del pantalón. Su báculo se erigía dueño del espacio y lo sostuve con ternura acariciándolo entre mis dedos masajeándolo y acercándolo a mis labios.
Cuando decidí tragar su flor Fabio emitió un gemido que se esparció traducido en temblor por todo su cuerpo. Su símbolo más viril se bañaba en mi saliva a compás de mi mano que trasladaba ternuras en firmezas.
-No puedo seguir...necesito parar.- Jadeó pasándome la mano por el cabello. El coche lo retiró de la carretera y paró en un camino escondido..- Necesito besarte. Quiero tocarte. Lo necesito, Dafne...- casi desesperadamente con la falta de tiempo de que da lo robado, me acercó a su boca hundiéndome la lengua que concretaba besos interiores. Sus manos abrían mi blusa hasta encontrar piel desnuda debajo de la ropa interior.
De alguna parte sacó su pistola que dejó en el salpicadero antes de colocarme sobre él con la falda levantada. Bajo el panty podía sentir su erección. Trató de quitarme todo lo que estorbaba sin parar de besarme en el cuello, en los hombros, en la boca...era como si una locura recién inventada se hubiera instalado en su deseo.
-Fabio, yo no tengo un preservativo....y así es peligroso...
-No te preocupes...olvídate de todo.- Me até a su deseo y dejé que jugara en su jardín.
Me había abierto el deseo entre mis pechos. Los acariciaba dándoles nuevas formas con una fuerza tierna deliciosa. Me evaporó el carmín de los labios al mismo tiempo que dirigía su fruta hacia mi estrecha gruta de la que nacía una miel con manos doradas.
Ya dentro de mí todo fue fácil. Sus manos en mis caderas y cintura ayudaban a subir y bajar por esa ladera de placeres. Lo sentía engordar soles dentro de mi fragilidad. Podía ver la luna amamantando estrellas dentro de sus ojos en una oscuridad repleta de colores nuevos. Lo sentía tan mío. Tan débil. Tan tierno. No había nada más. Era una larga carta de amor hecha con puntos suspensivos en gemidos con unas comas apostillándose en caricias con unas emes antes de pes entre lagunas húmedas con unas tildes enredándose entre rendijas de calores...
-Te quiero, Fabio...- Me atreví a susurrarle al oído.
-Y yo a ti...- Me devolvió él con sus últimas convulsiones antes de llegar al final.
El estallido se repartió en ambos cuerpos. Me sentía llena de su agua. Era una locura. Era peligroso. Era prohibido. Era mío.
Cuando nos repusimos de aquello, el coche se puso en marcha otra vez.
-¿cómo se te ocurrió venir a verme?- le pregunté mientras ponía mis ropas en orden y me peinaba un poco.
-Te necesitaba. Necesitaba tu cuerpo, tu olor, tu voz...- Me dio la impresión de que le nacía una vergüenza nueva. Y lo comprendía.
-Fabio, yo estoy sintiendo por ti cosas que no me puedo permitir...- Él me interrumpió.
-¿Por qué no te lo puedes permitir? ¿No nos podemos permitir querernos? Yo te quiero, Dafne. No sales de mis pensamientos. Lo que siento no lo he sentido nunca. Es cierto que no te prometeré lo que no voy a cumplir. Tengo deberes como padre y marido. Pero no puedo controlar mis sentimientos. No puedo ofrecerte más. Ni siquiera sería un buen amante, de esos que regalan brillantes...- Pero eso no importaba. Sonreímos. Los dos sabíamos a qué nos exponíamos. Pero este juego furtivo nos apresaba.
La llegada a Sevilla se nos hizo rápida. Me dejó en el parking de la estación. Quiso bajarse para acompañarme donde estaba mi coche. Pero yo se lo impedí. Alguien podría vernos. Pero él antes de que me fuera, en la oscuridad de la entrada me atrajo hacia sí y me besó.
De repente una voz resquebrajó el ambiente. Era un compañero de Fabio. Evidentemente nos había visto. Nos miramos. Era el mismo inspector de policía que le acompañaba la noche que nos conocimos. Era alto, con el pelo gris, no más de cuarenta y cinco años. Daba la impresión de que sabía que era atractivo y que su papel de policía lo tenía muy asumido...en todos los sentidos.
-Bonita noche...- Dijo en un tono casi burlón. Fabio apagó el coche y bajó a saludar y hacer presentaciones.
-Te presento a Germán Lustig....Ella es Dafne. – Aquel hombre sabía quién era yo. Tal vez había poco que él no supiera. Los tres estábamos tensos. Los ojos claros de aquel hombre se posaron en mí. Yo traté de reaccionar.
-Lustig es un apellido alemán. Uno de los profesores de alemán que tuve se apellidaba así.- Apellido con significado: “alegre”. Vaya paradoja.
-Sí, mi abuelo paterno era alemán.- Yo sonreí y me despedí de los dos. Pero insistieron en acompañarme hasta mi coche.
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