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sábado, 1 de diciembre de 2007

UN CHAPARRÓN DE PINGÜINOS NO ESTÁ MAL PERO ALGO MEJOR PUEDE HABER

UN CHAPARRÓN DE PINGÜINOS NO ESTÁ MAL, PERO ALGO MEJOR PUEDE HABER


Algunos están cantando bajo la lluvia, otros desean que llueva café, en algunos países llueven gatos y perros y en otros llueven chuzos de punta...
Lo importante es que llueva.
Para Lars la lluvia era muy importante porque en el país de Lars, que estaba muy al norte, muy al norte...y era muy pequeño, muy pequeño... no llovía como en los otros sitios, no llovía normalmente: llovían pingüinos. Eso sí, no todos los días. Sólo los días impares de cada mes. Eran pingüinos que debían vivir en el Polo Norte pero que habían decidido desaparecer para hacerse borrascas y tormentas.
Los días pares los pingüinos se dedicaban a descansar y entonces llovían huevos de avestruces.
Eso no fue siempre así. Todo empezó con el cambio climático, el agujero de la capa de ozono, la aparición del Tratado de Maastricht y el euro.
Pero era muy agradable porque los pingüinos que llovían desprendían una educación exquisita.
Por ejemplo, ibas con tu paraguas por la calle, tan tranquilo, y te daba un pingüinazo. El animalito caía sobre ti, te agujereaba el paraguas, pero siempre al caer decía:
-¡Perdone! ¡Lo siento!...- Eran tan amables...Y, al caer se tomaban de la mano los unos a los otros y desaparecían caminando graciosamente.
Aquella mañana, Lars se levantó como todos los días. Preparó su desayuno y miró por la ventana. Era un día impar así que tenía que prepararse bien para salir.
Ya la gente se había acostumbrado a ir por la calle en medio de una ola de pingüinatazos. Era como un juego. Todos iban mirando hacia arriba para evitar las caídas de los pingüinos. Era gracioso observarles porque daba la impresión de que bailaban caminando.
Los días que llovían huevos eran diferentes. Esos días los cocineros salían a la calle con sartenes gigantescas y hacían tortillas de todas las clases. Era el colmo de la sofisticación tortillesca. Y no había peligro dietético pues estos huevos habían engordado entre los remiendos de las nubes quienes previamente les habían machacado el colesterol. Así se inventaron los huevos light. La mahonesa light. El merengue light...
Por supuesto la tortilla de patata estaba más que superada. Y la tortilla de espárragos. Y la tortilla francesa. Y la tortilla de verduras. Y la tortilla de jamón...
Esas tortillas eran recordadas de vez en cuando por los mayores...como algo obsoleto. Como aquel disco de Sinatra o de Antonio Machín.
Ahora se hacían tortillas de margaritas -la inventó alguien que iba a echarle margaritas a los cerdos y cambió de opinión en el último momento, así que las echó en una sartén.
Se hacían tortillas borrachinas, rellenas de licores diferentes, muy de moda en la movida nocturna.
Tenían tortillas colchón hechas muy esponjosas que se usaban para dormir y para comer. Si te entraba hambre a media noche, no tenías que levantarte a por un tentempié. Le dabas un mordisco al colchón...y tan fresco. El día de los huevos era muy interesante porque todo el mundo aprovechaba para lavarse el pelo y ahorrarse el champú al huevo.
También aprovechaba la gente para rebozarse a sí misma. Primero se duchaban con huevo en plena calle y a continuación se metían en inmensas piscinas llenas de harina o pan rallado. Allí se revolcaban los unos con los otros produciéndose una auténtica fiesta con mucho sentido sexual.
Eran muy gratificantes los encuentros en estas piscinas. Cuando una pareja se encontraba no se preguntaba eso de:
-¿Estudias o trabajas?...- Lo normal en los otros países fuera del país de Lars. La pregunta era:
-¿Nos hacemos croquetas?- Claro, piénsese -para los desconocedores de la nueva cocina- que para las croquetas se necesita huevo, rebozado...y trabajar la masa...
Cuando una pareja de enamorados decidía hacerse croquetas, se sumergían en su rinconcito preferido a la luz de un candil con aceite de oliva, y se frotaban con números ordinales en los dedos con un masaje infinito lleno de pasión en subjuntivo.
Y todo el frenesí de sus cuerpos hacía que saliesen disparadas cientos de croquetas de amor que saltaban directamente a unas sartenes colocadas en estratégicos lugares.
De hecho muchos bebés eran concebidos en esta gastronómica forma. Como los niños se habían fabricado con huevo y harina...estos niños eran llamados ya no "niños del amor" sino niños de los huevos.
Estos bebés nacían con mucho carácter y con cierto espíritu dominador. De ahí la expresión: "éste tiene muchos huevos", que en el país de Lars, al contrario que en otros lugares, semejante frase carece por completo de vulgaridad. Era como decir "éste tiene un carácter muy visceral y casi atávico y nada abúlico.". Bueno, algo así sólo lo diría nuestro querido y nunca bien ponderado Antonio Gala, algún profesor de inglés británico...y pocos más.
Se habían inventado máquinas que eran capaces de separar la cáscara del huevo del elemento comestible. Con la cáscara se fabricaban pipas con cáscara. Es que aquí nacían las pipas ya peladitas y, claro, eso no tenía gracia. Así que, después de la recolección, sacándolas una a una de los girasoles -los mismos que Van Gogh inmortalizó que a propósito y esto nadie lo sabe, lo hizo a causa de su enfermiza obsesión por comer pipas...- artesanal y plácidamente iban metiéndolas en sus cascaritas que eran blancas. A continuación ya la gente podía comer charrasqueando las pipas en el cine, haciendo esos ruiditos tan simpáticos que se colgaban de las paredes y se contorsionaban onomatopeyas unos contra otros.
En fin, era toda una industria la que se había formado alrededor de los huevos.
Cada día salían camiones cargados con cientos de derivados del huevo. Como el queso de huevo, licor de huevo, huevos de pascua, pienso huevo existo, año huevo vida hueva...
El país de Lars, por tanto, era un país muy rico. Todos vivían muy bien. Eran pocos y bien avenidos.
Todos en el país se conocían. Tenían un rey y una reina, como es de desear en un país rico. Los monarcas vivían en un gran tablero de ajedrez dentro de un castillo de arena en una pequeña isla al lado de un bosque de sirenitas, cruzando un fiordo a mano derecha.
Había princesas y príncipes, claro. Para ser exactos un par de cada. Y como manda el protocolo, se dedicaban al arduo papel de descansar y lucir modelos de modistos famosos. Se dedicaban con denuedo a mover las manos para saludar al pueblo. Todos los días tenían clases de movidas de mano. Hacia la derecha...Hacia la izquierda...-bueno, esto último parecía un tanto subversivo, así que dejémoslo.- También asistían a clases de escándalos diversos: adulterios varios, enfermedades mentales, relaciones homosexuales...Estas clases eran impartidas por famosos maestros y maestras como Agripina, Safo y....otros.
Estaban muy orgullosos frente al mundo. Se consideraban autosuficientes. Tenían un filósofo, un cuentista, un personaje famoso en literatura, un director de cine raro, un monumento emblemático, una pequeña historia...y con eso eran felices.
No querían pertenecer a Europa, ni a otra parte del planeta. Tenían cosas que no compartirían con nadie. Como sus famosas lluvias.
Y hablando de lluvias, ese día tocaban pingüinos.
El hombre del tiempo en televisión, vestido de frac y haciendo monótonos y graciosos movimientos nerviosos laterales, anunciaba la llegada de la gota fría, lo que en el país de Lars se conocía como el pingüino frío.
Protección civil recomendaba mucha cautela. La pingüinada podría ser devastadora.
La gente salía de la calle con impermeables especiales y con algún que otro paraguas de repuesto por si te caía un pingüino encima y te despachurraba.
A Lars le fascinaban los pingüinos al caer. Le encantaba mirar por su ventana como pingüinitos de distintos tamaños rebotaban contra los cristales, haciéndolos añicos a menudo. Cuando esto sucedía se trituraban miles de "lo siento...", "qué lamentable evento..." ,"Fue sin querer..." Era deliciosa tanta cortesía.
Esa mañana el cielo, muy gris, se planchó nubes ergonómicas que eructaban chicles de menta.
Muy poco a poco chorreaban los primeros pingüinitos. Eran pequeños, casi invisibles, casi transparentes. Se te enredaban en el pelo o en los botones del pantalón y se quedaban cuchicheando acurrucados panza arriba en el suelo.
Resultaba molesto ir pisando por los charcos de pingüinos pero a ellos no les molestaba.
A medida que los minutos avanzaban los animalitos eran más y más grandes.
Los paraguas especiales hacían que estas aves de la familia de los esfeníscidos, rebotaran deletreando muecas contra los adoquines del suelo.
Lars salió a la calle a chapotear pingüinos. Se puso sus botas e impermeable acolchado.
Los pingüinos eran rechonchos pero no solían ser peligrosos. Al caer se quedaban con su cuchicheo panza arriba en el suelo unos sobre otros. A veces murmuraban chistes sobre un inglés llamado Scott y un noruego llamado Amundsen. Algunos de estos animales resbalaban hasta los sumideros hechos a propósito para ellos. Pero la pingüinada era tal que los sumideros estaban atascados.
En cuatro horas habían caído ochenta y siete kilos por metro cuadrado y los pantanos estaban a rebosar. El país de Lars estaba en peligro ya que se situaba al lado de un río y éste parecía a punto de desbordarse de pingüinos. Estaban en alerta roja.
El blanco y negro del suelo se vertía sobre el asfalto fabricando una alfombra polar bastante atípica.
La gente pisaba pingüinos y estos hacían ruiditos extraños y reían entre dientes, cosas que a muchos les ponía muy nerviosos. Los pingüinos, al ser pisoteados se mullían más y más. Daban la impresión de ser de goma.
Una avalancha de pingüinos había caído sobre un huerto y había aplastado todos los perales y ciruelos. Llegó un momento en que no se podía caminar por las calles. Los pingüinos empezaban a entrar en las viviendas y había que
desalojar.
La gente del pueblo se refugió en los tejados de sus casas ya que las primeras plantas y sótanos estaban húmedas y resbalando risitas que desmigaban medidas de protección.
Para no coger una pingüinura de esas que dan fiebre, los habitantes del pueblo soportaban la intrusión estoicamente haciendo abluciones con hojas de eucaliptos, se ponían los termómetros entre los dedos de los pies -que es donde se toma la temperatura en estas latitudes, como todos sabemos-, tomaban ácido acetilsalicílico relleno de mermelada de fresa y se ponían tiritas al mercurocromo entre sus muchísimas consonantes.
Los helicópteros iban rescatando a los supervivientes, que eran todos, porque los pingüinos son inofensivos.
El problema era más acuciante al percatarse todo el mundo de que con aquel chaparrón de pingüinos un frío ártico se anudó en el ambiente.
Los habitantes del país fueron llevados a una zona turística de un país más al sur. Por tanto, más pobre. Llegaron, chorreando pingüinos que se evaporaban instantáneamente al contacto con la luz.
Estuvieron viviendo junto a un mar turquesa durante una semana. El tiempo que necesitaban para achicar pingüinos.
Se decidió dotar de vacaciones a todos los habitantes del país, excepto a los que habían quedado al cargo de la inundación. Lars y sus compatriotas estaban estupefacturados.
Había un sol amarrándose con longaniza al cielo azul casi transparente, como el color de sus ojos. La gente de ese país nuevo era rara. Definitivamente rara. Se quedaban hasta las tantas en la calle, riendo, charlando, comiendo algo llamado "tapas"... Y parecían felices. Y tiraban cosas al suelo. Y bailaban a ritmos desordenados. Y se tocaban. Y se besaban en la calle.
Lars y sus compatriotas se movían ordenadamente en grupo, cosa que les advirtieron al salir de su país. Para no perderse. Para no contaminarse. Tal vez es lo mismo. Nunca se sabe.
Allí no tenían pingüinos. Ni tenían los mismos huevos. Las tortillas tenían sus limitaciones y las sacaban de animalitos llamados gallinas.
También llovía. Pero algo llamado agua. Agua de azahar. Con olor a azahar. Con sabor tranquilizante. Y era agradable que te cayera ese líquido. Inocuo. Transparente. Mudo.
Y las parejas, algunas, se aproximaban oscuridades, bajo ese líquido, esparciendo más humedades que les reventaban de los poros.
Ese agua les calaba la ropa dejándose ver curvas, pieles, besos, suspiros...Bajo una inyección de masajes mojados que hacía más intensa la manada de erupciones.
Era hermoso. Tenían que reconocerlo. El sol era bello. El mar era dulce. La luz...la luz se incrustaba en cada pliegue de las lágrimas. La luz ponía arenas doradas entre los labios de sus cabellos. La luz enamoraba a puñados. La luz masticaba cien pastillas de pingüinos arios. La luz apretaba apellidos de emociones. La luz ponía huevos pasados por agua. La luz se encaramaba a los ojos imprimiéndoles eñes en sus ristras de consonantes que se anudaban corbatas contra los tobillos.
Volvieron a su país. Volvieron los encantadores pingüinos, las ingentes tortillas, la renta per cápita multiplicada por diez, el bienestar económico, el orden, la disciplina. Pero hay tardes, algunas tardes, en las que Lars mira huevos o pingüinos...imaginando algo que podría ser mejor. Tal vez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es el mejor cuento del mundo, uno no sabe q es lo q viene a continuacion, me gusto mucho. Me encanta tu imaginacion!!!

Te felicito, si escribes un libro quiero ser la primer persona en disfrutar del viaje q tranmitiria!

Gracias x llevarme a un mundo nuevo y traerme de vuelta.


Como es la bandera de LARS???

diegomop222@hotmail.com

Existen mas cuantos como este??