BIENVENIDOS AL OLIMPO

martes, 22 de abril de 2008

¿POR QUÉ LOS TRENES BOSTEZAN CUANDO ESTÁN ENAMORADOS? CAPÍTULO 16



16.Las visitas furtivas

Eran aproximadamente las once de la noche. Acababa de ducharme, me había recogido el pelo en una pequeña trenza, llevaba un suéter ancho y unos vaqueros viejos. Estaba tocando el piano cuando sonó el timbre de la puerta. Miré por la mirilla y era Fabio.
Le abrí despacio, temerosa y él me miró con una timidez especial y tal vez con el mismo miedo.
-Necesitaba verte...- Esas fueron sus palabras. Mi corazón se enroscó sueños bajo sus orejas y le sonreí. No era capaz de hablar. Nos exploramos en cuestión de segundos hasta que el primer impacto pasó.
-Me alegro de que hayas venido, pero no te esperaba...estoy horrible...- Él acercó su mano a mi mejilla y me acarició con una dulzura sin precedentes en mi vida. Yo le dije que pasara y se sentara.

Como todo el mundo que llega a mi casa se quedó maravillado al ver tantos cuadros en las paredes.
-Tienes una casa muy bonita...-Dijo cuando iba a sentarse. Apartándose la chaqueta no sé bien de donde sacó una pistola pequeña que colocó encima de la mesa.- Espero que no te importe que la deje por aquí...- Me impactó eso de tener un arma tan cerca pero pronto olvidé que existía.
-Nunca he recibido una carta tan hermosa, Dafne. No creo haber hecho nada para merecerla. Es demasiado para mí. Tú eres demasiado para mí...-Se acercó lentamente sin apartar sus ojos de mis ojos. Yo estaba nerviosa y no sabía qué decir. Puso sus manos en mis caderas y me acercó a él. Yo, sin premeditación ni alevosía rodeé su cuello con mis brazos. Era un impulso inevitable. Tenía su olor tan cerca de mí como nunca. Los besos más tranquilos pero llenos de calor.

Era bonito pero estaba prohibido. No estaba de acuerdo con la idea de dejarme llevar. Era el marido de otra mujer. No estaba dispuesta a hacer el daño que se me había hecho a mí.

Le invité a cenar. Estuvimos hablando mucho tiempo. Y éste pasó rápido. Fue delicioso. Se fue sobre las cuatro de la mañana. Yo no podía dormir y le escribí otra carta.
“Esta noche tampoco puedo dormir. Ahora me invade una sensación extraña, una especie de calor y frío irremediables. En realidad te echo de menos aquí en mi ordenador, entre mis libros y mis sábanas de raso tan frías. Y sé cuánto me equivoco, otra vez. Y siento como, de nuevo, voy en busca de una estrella que no existe. Y me siento tan confundida y tan vulnerable en medio de tus besos de verdad que superan lo que había imaginado, con tu color en mis mejillas y el sabor de tus ojos rodeando mi piel aún sin recuperarse del rapto al que la sometiste, tan hermoso.
Asustada. En realidad es así como me siento. Y culpable. Le estaba robando besos a otra mujer, besos que hacía tiempo deseaba sabiendo que no debía desear. Me pregunto de nuevo qué habré hecho en vidas pasadas. Por qué tuviste que aparecer en aquel tren, aquella noche. Y éste es mi secreto. Algo que no puedo compartir con nadie que está mal desde el comienzo. Pero aquí estoy con mis auriculares puestos, esos que me invento cuando algo no me gusta o me gusta demasiado. Y tú me gustas demasiado, no cabe duda. Y debo prohibirme pensar siquiera en ti. Pero resulta tan difícil.
Pensaba en la posibilidad de emigrar a algún país en donde tú no puedas estar a la salida de estas escaleras. Donde no exista la posibilidad de encontrarte. Donde no haya nada tan hermoso que me robe el sueño, el hambre, el equilibrio psicomotor, los deseos de levitar, el tintineo del arcoiris...
Tú le das luz a todo lo que tocas. Impregnas de azúcar cada melodía que subrayas con la lengua, cada línea que dibujas con tus dedos, cada burbuja que estallas con tu calor.
Contar con una esquina de tu voz es algo tan especial. Se puede bailar en una nube sólo si tú lo deseas, se pude comprar la dulzura de una estrella con tu sabor, se pude soñar bajo las algas del cielo si tú lo propones.
Es lo más hermoso del día, esa parte en que se te ocurre estar. Sin pedir permiso entras en mi casa, revuelves mi ropa y alborotas mis sueños.
La noche se extiende más larga sin ti. Las estrellas, esas que antes me saludaban, ahora me preguntan por ti y yo no sé qué contestar. La luna se esconde en la sombra de tu sonrisa y todas las olas más bonitas del océano se deshacen entres tus dedos.
Me cansé de estar sin ti y por eso se me ocurrió la feliz idea de lanzarme en paracaídas y escurrir palabras frente a la pantalla de este invento que te deja de color rosado.
Espero que el libro que te mando te guste. A mí me sirvió en su momento y creo que lo puedes desfrutar. Tal vez algún día puede poner en práctica sobre tu piel de terciopelo esas técnicas de relajación que me han enseñado. Tal vez puede ayudarte a frenar tu ritmo de luz. Se me ocurren montones de ideas para endulzar tus vertiginosos latidos que por otra parte a mí me intimidan. La posibilidad de volver a tenerte un día frente a mis besos bajo mis caricias de miel recorriendo tu cuerpo tan hermoso con un lazo de estrellas rodeando tu cuello. Sueño con tu peligrosa cercanía que me estremece en cada rincón como una canción del otoño, como la espuma de una ola, como una nota desprendida de un pentagrama.
Has estado aquí hace pocos minutos, junto a mí, rodeando con tu voz mi cuerpo de nata recién salido de la ducha. El espejo me ha mirado con tu mirada que borda soles en cada fragmento de mi piel. Tenía frío y ni mi perfume me encontró. Las sábanas estaban mareadas en silencios hasta que dentro de mi sueño rozando la madrugada, llegaste no sé cómo y me abrazaste en silencio, otra vez, desde la fantasía prefabricada de una gota azul, recorriste mi cintura que se deshacía entre tus manos deshilvanaste mis caderas bajo tus dedos y mis senos desmayaban motones de suspiros de algodón. Tu boca hilaba besos sin estrenar entre nuestros cuerpos sin voz. Me temblaban miedos y me sentía tan vulnerable contra tu fuerza, mi cuerpo de cristal se estremecía con cada uno de tus tactos, mis manos volaban aterrizando en tu espalda bañada de tul y me cobijaba entre tus caricias lentas. Nada controlaba. A tu lado sólo es posible desvanecerse en tu seducción, caer en tu melodía extraña. Pero ya mi perfume no tenía frío ni calor, sólo se dejaba llevar por tu lengua venciendo cada resistencia, meciendo cada grano de calor en la armonía de tus labios que entraban sin pedir permiso por mis tobillos de porcelana irrompible para ti subiendo por mis piernas de seda blanca, ubicando lluvias en mi vientre evaporado contando a ojos cerrados los lados de mis senos frutales alzados para tu sabor desde la cima hasta las laderas que tú rodeas poco a poco mientras mi alma se transporta a otra dimensión que sólo para mí tú creas, mi cuerpo me avisa de que voy a desmayarme si sigues tan cerca, tan dentro de mí y me siento tan débil, tan frágil, tan pequeña entres tus deseos...
Te espero siempre.
Dafne.”

Mandé la carta con el libro. No sé si he hecho bien. No sé si será lo suficientemente razonable como para olvidar esta aventura que ya empieza a lastimarme. O a lastimarnos.

No hay comentarios: