5.Carmelo
El lunes llegó. El color hermético de mi abatimiento constante sacude mis dedos. No me siento muy bien. Y sin embargo estoy aquí. Esperando trenes en esta estación.
La gente se encarama a mis “pantys” transparentes y mis ojos quieren mirar hacia atrás. Me pregunto si la vida será algo más o sólo esto. Y no sé conformarme.
Sale un tren de cercanías dejando babas cristalizadas sobre los raíles. El humo de un cigarro se enrosca en mi nariz y estornudo platillos volantes. Me gustaría salir de aquí y aparecer en una nube pero todas los taxis están ocupados.
Me encuentro al entrar en clase a Carmelo. Tiene una historia de años. Muy conocido en el pueblo.
-Yo soy artista...-Habla con un amaneramiento encantador y obvio. No hay ningún atisbo de ocultar nada.- Pero quiero mejorar para poder ser más culto y hablar mejor...
Carmelo fue siempre así. Su padre lo rechazó. Tenía una hermana con la que no se hablaba y vivía con su madre en una casita humilde pero delicadamente decorada.
Tenía una voz hermosa. Y decidió que quería ser una folklórica. Solía cantar copla. Desde Capote de Grana y oro hasta...Campanera.
Lo invitaban a espectáculos para amenizar fiestas, bodas, cenas y él ganaba algún dinero. Se fabricaba sus propias coreografías y su propio vestuario. Grandes batas de cola, lentejuelas, pelucas...era un verdadero artista.
Pero cuando salía por el pueblo él era un muchacho de 40 años. Soltero. Buen cocinero y con alma de hembra. Todos lo sabían. Los que lo apreciaban, lo aceptaban. Pero había muchos que no.
Estaba siempre de buen humor y hacía chistes de cada cosa. Él era consciente de que muchos no se reían con él. Se reían de él. Probablemente porque Carmelo no ocultaba ser diferente. Y eso cuánto molesta.
-Yo no hago daño a nadie. Nací así. Me gusta cantar y quiero ser artista. Pero la gente no lo entiende...-Me decía.
Empezamos a tener una amistad especial. Fuera del centro yo no era su profesora sino una mujer con la que hablar. Él me contaba sus historias.
Siempre fue así. Su padre no lo aceptó nunca. Se ganaba la vida recogiendo naranjas y haciendo labores de limpieza y lo que le salía en el pueblo. Ganaba un dinero pero no era ésa su vida.
Seguía las huellas de las grandes estrellas de la canción española. La Piquer, Estrellita Castro y las demás. Creció cantando sus canciones.
Cuando tenía 14 años se enamoró de un vecino 20 años mayor. Estaba casado con una amiga de su madre y se veían muy a menudo. Tenía un hijo de su edad. Mantuvieron un romance a escondidas con la consecuente llegada a la actividad sexual del muchacho. A base de chantajes de la parte de su amigo éste contaba con los favores sexuales del adolescente quien recibía nada a cambio.
Carmelo se acostumbró a esta vida de saldos. A recibir las migajas de afectos y humillaciones.
Hasta que conoció a Fredy. Era un muchacho menudo que me presentó hacía unos días. Habían comenzado una amistad que se transformó en amor en pocos meses. Era su amigo, amante y representante artístico.
Era un tipo adorable con maneras femeninas. Era o había sido profesor de canto. Y ahora decidió apostar por Carmelo. Y Carmelo estaba contento por los dos. Se soñaban entre ellos la gloria. Fredy le organizaba citas con empresarios y empezaba a tener más y más trabajo. Tanto fue así que tuvo que dejar el colegio. Lo dejó pero muchas veces me esperaba en la estación y me contaba sus cosas.
Una vez fui a verlo. Él me invitó y yo accedí. Era una fiesta privada. Y él era la estrella. Me senté en una mesa con una compañera a la que también había invitado. Pedimos un refresco y esperamos a que él apareciera. Cuando apareció muchos de los invitados estaban ya animados. Él empezó a cantar una canción muy conocida de otra no menos conocida folklórica. Iba vestido y transformado en la persona a la que iba a imitar. O de la que iba a interpretar su personaje. Qué más da. Empezó a cantar. Lo hacía muy bien. Exageraba los gestos femeninos. El maquillaje casero se notaba en la piel. No tenía precisamente asesores de imagen. Sin embargo tenía arte. Y eso era innegable. Pero el grupo de espectadores empezó a gritar, a lanzar improperios, a humillarle con eternas palabras dolorosas. Él intentó mantener el tipo. Pero era difícil. Le lanzaron una lata de cerveza a la cabeza. Me pareció tan doloroso que no pude evitar sentir una lástima especial por él.
Los días siguieron. Mis noches y mis días.
Me encuentro al entrar en clase a Carmelo. Tiene una historia de años. Muy conocido en el pueblo.
-Yo soy artista...-Habla con un amaneramiento encantador y obvio. No hay ningún atisbo de ocultar nada.- Pero quiero mejorar para poder ser más culto y hablar mejor...
Carmelo fue siempre así. Su padre lo rechazó. Tenía una hermana con la que no se hablaba y vivía con su madre en una casita humilde pero delicadamente decorada.
Tenía una voz hermosa. Y decidió que quería ser una folklórica. Solía cantar copla. Desde Capote de Grana y oro hasta...Campanera.
Lo invitaban a espectáculos para amenizar fiestas, bodas, cenas y él ganaba algún dinero. Se fabricaba sus propias coreografías y su propio vestuario. Grandes batas de cola, lentejuelas, pelucas...era un verdadero artista.
Pero cuando salía por el pueblo él era un muchacho de 40 años. Soltero. Buen cocinero y con alma de hembra. Todos lo sabían. Los que lo apreciaban, lo aceptaban. Pero había muchos que no.
Estaba siempre de buen humor y hacía chistes de cada cosa. Él era consciente de que muchos no se reían con él. Se reían de él. Probablemente porque Carmelo no ocultaba ser diferente. Y eso cuánto molesta.
-Yo no hago daño a nadie. Nací así. Me gusta cantar y quiero ser artista. Pero la gente no lo entiende...-Me decía.
Empezamos a tener una amistad especial. Fuera del centro yo no era su profesora sino una mujer con la que hablar. Él me contaba sus historias.
Siempre fue así. Su padre no lo aceptó nunca. Se ganaba la vida recogiendo naranjas y haciendo labores de limpieza y lo que le salía en el pueblo. Ganaba un dinero pero no era ésa su vida.
Seguía las huellas de las grandes estrellas de la canción española. La Piquer, Estrellita Castro y las demás. Creció cantando sus canciones.
Cuando tenía 14 años se enamoró de un vecino 20 años mayor. Estaba casado con una amiga de su madre y se veían muy a menudo. Tenía un hijo de su edad. Mantuvieron un romance a escondidas con la consecuente llegada a la actividad sexual del muchacho. A base de chantajes de la parte de su amigo éste contaba con los favores sexuales del adolescente quien recibía nada a cambio.
Carmelo se acostumbró a esta vida de saldos. A recibir las migajas de afectos y humillaciones.
Hasta que conoció a Fredy. Era un muchacho menudo que me presentó hacía unos días. Habían comenzado una amistad que se transformó en amor en pocos meses. Era su amigo, amante y representante artístico.
Era un tipo adorable con maneras femeninas. Era o había sido profesor de canto. Y ahora decidió apostar por Carmelo. Y Carmelo estaba contento por los dos. Se soñaban entre ellos la gloria. Fredy le organizaba citas con empresarios y empezaba a tener más y más trabajo. Tanto fue así que tuvo que dejar el colegio. Lo dejó pero muchas veces me esperaba en la estación y me contaba sus cosas.
Una vez fui a verlo. Él me invitó y yo accedí. Era una fiesta privada. Y él era la estrella. Me senté en una mesa con una compañera a la que también había invitado. Pedimos un refresco y esperamos a que él apareciera. Cuando apareció muchos de los invitados estaban ya animados. Él empezó a cantar una canción muy conocida de otra no menos conocida folklórica. Iba vestido y transformado en la persona a la que iba a imitar. O de la que iba a interpretar su personaje. Qué más da. Empezó a cantar. Lo hacía muy bien. Exageraba los gestos femeninos. El maquillaje casero se notaba en la piel. No tenía precisamente asesores de imagen. Sin embargo tenía arte. Y eso era innegable. Pero el grupo de espectadores empezó a gritar, a lanzar improperios, a humillarle con eternas palabras dolorosas. Él intentó mantener el tipo. Pero era difícil. Le lanzaron una lata de cerveza a la cabeza. Me pareció tan doloroso que no pude evitar sentir una lástima especial por él.
Los días siguieron. Mis noches y mis días.
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