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domingo, 25 de mayo de 2008

CARACOLES DE HILOS PLATEADOS.CAPÍTULO 6


CAPITULO 6: LA VALENTÍA DE LA SOLEDAD

La mañana siguiente era el día de San Valentín. Esa mañana desayunaron juntos y tranquilos. Raquel disfrutó viéndole comer con apetito. Se vistió y se sorprendió mimándose. Eligió un bonito y juvenil vestido y se trenzó el pelo. Siempre le gustaba la idea de ir bien vestida. Eso hacía que se sintiera mejor.
Ya en el coche, Michael le dijo:
-Estás cada día más bonita. Siempre cuidas tanto tu imagen... Eso me fascina de ti. ¿Sabes? He pensado acerca de la academia y creo que no voy a quedarme hasta las nueve y media . Me quita mucho tiempo de estar contigo, prefiero ganar menos dinero y disfrutar de ti. ¿Te parece bien?
-Me encanta la idea...No necesitamos más dinero...-En un semáforo en rojo Michael tomó el bolso de su novia. Ella sonrió desconcertada.
-Voy a ver si cumples tus promesas...- Se cercioró de que, efectivamente Raquel llevaba en su bolso un par de preservativos. Los dos rieron.
A las dos y media Michael esperaba a Raquel frente al instituto. Ella salió y lo vio de pie, junto al coche, apurando un cigarrillo. En la distancia se repartieron sonrisas. Se acercó a él, despacio, saboreando miradas. El sol se reflejaba en su cabello rubio calzándole bellezas. Vestía unos pantalones marrones con camisa blanca y corbata a juego. La chaqueta de ante que a ella tanto le gustaba le daba un brillo de joven intelectual que la enamoraba.
-Eres el hombre más guapo del mundo...- Le dijo besándole a la luz del día.
Al llegar a la casa comieron con prisa y a las cuatro, Michael se marchó. Ella se quedó sola. Después de poner orden fue con su coche a la ciudad. Compró el mejor cava y los ingredientes para una cena especial.
Cuando a las ocho, Michael volvió se encontró la mesa con un ramo de rosas adornando los cubiertos y el mejor mantel que le regaló su madre cuando se casó con Pablo.
-¿Qué es esto?- Preguntó el norteamericano.
-Feliz día de los enamorados, cariño. Te compré una cosa... - Ella le entregó lo que había encargado en la joyería hacía unos días: una cadena de oro.
-¡Qué belleza! Prometo no quitármela jamás.- El se puso la cadena al cuello y le entregó un pequeño paquete.
-Yo también me acordé. Espero que te guste...- Raquel se emocionó. Estaba convencida de que no se acordaría. Cuando abrió la minúscula cajita, vio que era un anillo con una pequeña gema verde.
-¡Pero es divino! Gracias, mi amor...- El se lo puso en el dedo corazón.
-Es para tu dedo corazón...desde mi corazón...-
Después de la cena estuvieron bailando descalzos sobre la alfombra, canciones pegadas a los cuerpos que desperezaban sensualidades.
Comenzó a sonar una canción con ritmos lentos y marcados sacada del soul. Raquel empezó a bailar ondeando caderas que rociaban de olores el ambiente. Michael se sentó a mirarla. Era como una ola temblando naves de sexo frente a sus ojos... Poco a poco se desprendió de la blusa...sin dejar una danza, tonada hecha con cascabeles de aires rotos, acercó a él las piernas desnudas y se deshizo de las medias negras recreándose en cada centímetro descendido. El liguero negro se cuestionó discursos encendidos con las braguitas de seda negra que dejaban ver un ombligo balanceado con un ritmo ardiente.
Cuando el sujetador dejó libres los senos de la muchacha, el tronco de hombre la desafiaba erguido y ella lo sabía. Acercó uno de sus diminutos pies a esa parte tan viril y se aproximó a besarle. Del interior de sus braguitas sacó un preservativo que colocó entre sus labios. El lo alcanzó con la boca mientras Raquel le desprendía el pantalón apretado por el aumento del amor. Se tumbaban anatomías de almas sobre aquella alfombra despeinada.
Cuando ambos se prepararon Michael tendió boca abajo a Raquel e inclinándola, la situó arrodillada y echada sobre los codos. Las nalgas suaves de esa mujer enloquecieron al muchacho.
-Relájate, mi amor...Te gustará...Ya verás...- Acercó aquel músculo aumentado y lo hundió suave contra ella, fabricando metáforas con sus manos sobre los senos, jugando con los dedos sobres los pezones rosados, redondeando caderas con las palmas. La apretó contra él y sintió la estrechez de sus paredes, la belleza del momento. El, arrodillando músculos, arrugaba el viento norte contra su nuca que mordía suave. Sintió en los empujes el torso desnudo de un tifón en agosto.
La música dejó de sonar par dar paso a los trozos de jadeos que salían del incienso frío de los dos. El final brotó de los hilos plateados de un caracol gigante exprimido en serpentinas declamadas sobre dudas estreñidas.
Podría decirse que el sexo les unía aún más, se encajaban el uno en el otro sin dudas, enhebrando besos uno por uno y colgándoselos del cuello el uno al otro.
Raquel decidió reunir de nuevo a sus amigos. Les llamó uno a uno para quedar el viernes por la noche en la casa.
Ese viernes, día de su cumpleaños, amaneció lluvioso y frío.
-Felicidades, cariño...
-Gracias, mi amor. Me siento viejo ya: ¡treinta y un años! ¿No me ves viejo?- Bromeaba al salir de la ducha.
Raquel le había preparado el desayuno de los domingos, su desayuno favorito: zumo de naranja, café con leche, huevos, salchichas, tostadas...
-¡Esto huele delicioso!- Los dos desayunaron felices. Raquel le presentó un paquetito envuelto con un lazo rosado. Michael lo abrió. Era un mechero chapado en oro con las iniciales enlazadas de los dos.- ¡Es precioso! Gracias mi amor...
-¡Qué lástima que hoy acabes tarde!. Casi no podemos celebrar tu cumpleaños...- Habían decidido que Pietro y Carla lo entretendrían para dar tiempo a sus compañeros que se adelantarían hasta la casa del homenajeado.
Raquel lo preparó todo perfecto. Incluida la tarta. Los esperaba a partir de las nueve y media.
Los primeros en llegar fueron los hermanos de Raquel con sus parejas. Luego fueron llegando los demás.
-¿Qué tal? ¡De nuevo reunidos!...- Dijo Helen. Todos se saludaron y Raquel les ofreció bebidas. No habían pasado ni diez minutos cuando Michael llegó. Los amigos miraron por la ventana su cara de desconcertado al ver tantos coches estacionados, algo inusual. Al abrir la puerta todos lanzaron el grito de "¡feliz cumpleaños!".
-¿Qué demonios hacéis vosotros en mi casa?- Preguntó él, en tono de humor. Raquel se acercó a él y cariñosa le besó.
-Era una sorpresa...- Cada uno a su manera fue felicitándolo y repartiendo regalos que él abría ilusionado.
La velada resultó agradable. Acabaron pasadas las tres bebiendo los últimos sorbos de licor. Raquel había bebido más de la cuenta y lo sabía. El alcohol la apaciguaba cisnes en los ojos.
Cuando todos se fueron ella se introdujo en un puente arqueado de sueños rodantes que la atrapaban con versos rojos. Se ahogaba en arenas movedizas de lágrimas, tiraban de ella declinando profundidades mientras forcejeaba con un aire cúbico que sacaba comas al vacío. Lloraba angustiada, decolorada, tapiada con mareas florales. Cuando se hundió sin poder respirar, un ruido sordo hizo que abriera los ojos. Tenía la frente mojada de sudor helado. El reloj cantaba las cuatro y veinte y Michael no estaba a su lado. Se levantó despacio, conservando serenidades y lo vio dormido en el sofá de la sala. Una bandada de soledades sin mejillas recorrieron sus dedos y con lágrimas flojas se volvió a la cama.
El mes de febrero pasó abrigado en dudas. La relación entre Michael y Raquel se hacía cada vez más difícil. Sus contactos sexuales eran cada vez más esporádicos y faltaba espontaneidad aunque el muchacho siempre daba muestras de amor y apoyo hacia ella, no era suficiente. No le bastaba. Sentía el miedo guardado en los cajones de las pupilas de aquel hombre. No era fácil estar en su posición y ella lo entendía. A menudo se sumía en silencios desmigados de plástico, el uno frente al otro.
Esa tarde el frío se emborrachaba en los cristales y la chimenea descascarillaba antorchas atadas de manos verdes. Raquel tocaba al piano una melodía estriada. Necesitaba tanto hablar con alguien, sin embargo se sentía tan sola.
Aquella noche Michael llegó pasadas las nueve
-Tenemos que hablar.-Dijo ella.
-Mi amor, voy a darme una ducha, ¿te importa esperar...?- Raquel no dejó que acabara la frase.
-Sí me importa. Quiero que hablemos ahora, por favor.- Las dos miradas se detectaron sombras blancas de luto y él entendió. Se sentó a su lado y le tomó las manos.
-Te escucho...
-Esto no funciona, Michael. Yo sé que me quieres, has sido tan importante para mí...pero no deseo que continúes a mi lado. Sé que tienes miedo. Y te mereces otra cosa, otra clase de vida...
-Lo siento, Raquel. Es verdad, tengo miedo. No soy tan fuerte como creía. Te amo, pero no...no puedo continuar así. Me avergüenza el admitirlo...- El muchacho la miró y sus ojos azules se colorearon de lágrimas.- Perdóname. No soy tan fuerte...-Ella lo abrazó.
-Has sido un apoyo tan importante para mí...y te quiero. Pero separarnos es lo mejor para ambos...
Esa noche la cama los acogió como a una pareja de amigos, abrazados, especies en vías de extinción. Tumbaron anatomías de alas quietas que se retrataban con una nube atacaba por crucigramas mojados en blanco y negro. Dedos entrecruzados de manos frías paseaban bajo el raso de las sábanas. Lágrimas delgadas de hombre humedecían la superficie de la almohada. Raquel, sin embargo, sin saber por qué, degustaba una tranquilidad de barro comestible al imaginarse de nuevo sola.
Al día siguiente, Raquel le rogó a su novio que se llevara todas sus cosas cuando ella no estuviera en casa. No quería pasar la agonía de verle hacer el equipaje así que decidió quedarse a almorzar en la casa de sus padres. Les explicó qué sucedía entre ellos.
-Michael y yo hemos decidido separarnos. Nos seguimos queriendo y nos seguiremos viendo pero cada uno en su casa... Es preferible. Queremos cambiar un poco nuestra vida...Un poco más de libertad...- Mintió sin atreverse a mirar a los ojos verdes de su madre porque ella averiguaría que lo que decía con tanta serenidad estaba lejos de ser cierto.
-Si es lo que te hace feliz, nosotros estamos de acuerdo. Y si prefieres venir a vivir con nosotros, siempre nos tienes aquí.- Decía su padre.
-Lo sé...Os lo agradezco pero por el momento seguiré viviendo en mi casa. Y no os preocupéis. Yo estoy bien.
Raquel volvió a su hogar pasadas las nueve de la noche. Esperaba encontrar la casa vacía de Michael y así fue. No estaba su ropa, no estaban sus libros, sus discos... Creía que lo resistiría mejor sin embargo el abatimiento pudo con ella y se quebró en llanto.
De repente el teléfono sonó.
-Soy Michael...Te echo tanto de menos y me siento tan cobarde...- Ella no dejó que siguiera.
-No te preocupes, yo estoy bien. ¿Y tú?
-Solo. Sin saber qué hacer... Raquel, quiero que sepas que te quiero. Llámame y estaré junto a ti. Te dejé el número de mi nuevo apartamento sobre el piano. No estás sola...- Pero sí se sentía sola.
La primera semana sin él pasó lenta. La cama era un océano blanco tiritando defunciones a larga distancia. La casa la tocaba como el beso de una tumba rebosando huesos y sus colores abrazaban como la túnica de una nube celulítica.
Raquel se hundía en trabajos para entretener penas y se acostaba pronto. El sueño se la llevaba a un mundo más justo anestesiado de angustias.
Los primeros días Michael iba a visitarla constantemente. Después esos encuentros se trasladaron a cafeterías cercanas a sus trabajos..."Y con el tiempo nuestra relación se limitará a llamadas telefónicas..." pensaba ella.
El mes de marzo acababa acercando primaveras. El batín emplumado del invierno encogía humedades en las rodillas de la luna mientras que las hojas de los árboles se daban un tinte verde. El cielo gris abría oxidada una cancela hecha con guindas amarillas. Las rayas del sol hacían pesas sacando músculos en un gimnasio y un rebaño tapiado de pájaros aterrizaba sin control aéreo sobre los arbustos embadurnados de clorofila.

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