BIENVENIDOS AL OLIMPO

domingo, 18 de mayo de 2008

CARACOLES DE HILOS PLATEADOS. CAPÍTULO 1


CAPÍTULO 1: BESOS MOJADOS
CON ESPUMA DE MIEL.

Aún no habían pasado ni siete meses desde que Pablo se marchó y Raquel aún sentía su cercanía, para bien y para mal. La casa llevaba la costra de sus labios en cada rincón y ella luchaba día a día contra aquello.
Fue su marido, el hombre de su vida, el eje de su existencia durante todo ese tiempo, desde que se conocieron en Costa Rica, entre el Caribe y el Pacífico, aquel lejano marzo de 1991.
Raquel continuaba con su trabajo. Entre alumnos y compañeros, el tiempo pasaba sin ese rastrillo que araña la palma de sus sueños.
De vuelta a casa, se enfrentaba a su dolor, a sus heridas aún no cicatrizadas...
Aquella tarde llovía cuaresmas rozando los cristales de sus ventanas. Ella se sentó frente al piano, aquel piano con el que dialogaba desde pequeña y descorchó sonidos flexibles que recorrían, manchando con tizas de plástico, el salón apagado. Aquella sonata de Mozart sonaba aún más triste. Ella se concentró tanto que no oyó el timbre de su puerta hasta el segundo intento. Se levantó a abrir.
-¡Michael! Me alegro de verte. ¿Cómo estás?- El metro ochenta de aquel hombre tan entrañable para ella la alzó como un enamorado más y pegó su boca a la de la mujer que trataba de conquistar.
-Me gusta alzarte así, te ves tan frágil entre mis brazos...te quiero. ¿Cómo te fue el día?
-Bien...acabo de llegar. Iba a preparar té. ¿Te apetece que lo tomemos juntos?
-Sí, mientras yo encenderé la chimenea, hace bastante frío hoy, ¿verdad?- Michael y Raquel hacían buena pareja, todos lo decían.
El norteamericano, su antiguo profesor de inglés le había ayudado tanto a descubrir cómo era en realidad su marido, la había sostenido y apoyado en tantas ocasiones que ocupaba irremediablemente un lugar privilegiado en el corazón de la muchacha.
A ambos les gustaba estar juntos, era evidente, pero Michael comprendía la situación especial de Raquel y, siempre delicado, intentaba ganarla poco a poco.
-¿Qué te parece?- Preguntó él mirando las llamas.
-Es fabuloso lo bien que te las apañas con el fuego...
-Hoy tuve cartas de mis padres. Vienen a pasar la navidad. Quieren conocerte ¿Qué te parece?
-Me parece estupendo...- Raquel clavó sus pestañas en el humo del té. El silencio le comió la boca y un brote de melancolía se extendió a su alrededor. Michael preguntó:
-¿Qué te pasa?- Sus ojos azules se acercaron a mirarla y las manos de aquel hombre acariciaron, leves, las mejillas pálidas de ella.
-Nada...estoy un poco cansada, es todo...pero me alegro de que estés aquí.- Ella calzó una sonrisa al aire de mermelada que abanicaban sus corazones. Un beso se untó de mantequilla entre sus bocas, un beso menudo, lánguido, un beso con pies eternos de once dedos. La distancia entre los dos quedó absorbida por una cosmogonía de bigotes verdes. Los brazos de él la estrecharon contra su pecho.
-Qué podría hacer para que fueras feliz...
-Michael...tú me haces feliz...- Ellos no vivían juntos pero algunas noches él se quedaba a dormir. A veces lo planeaban y a veces no. Esa noche llovía mucho y Raquel le sugirió que se quedara con ella.
-No he traído cepillo de dientes...- Rieron.
-Aquí tienes uno.- Y era cierto. Allí tenía alguna ropa, algunos objetos personales para las ocasiones en que decidían permanecer juntos.
Entre los dos prepararon la cena y cuando estuvo lista, cenaron en el salón, con el olor descascarillado de la chimenea. Al final, acabaron viendo una vieja película. Ella cosió la costumbre, echada sobre su hombro y él la abrazó en silencio.
-Te quiero, Raquel...eres tan importante para mí.- Ella lo miró poniéndole de pie un ramo de deseos desgranados y lo besó con ganas, amortiguando olores contra su piel de pan.
Los dedos del hombre cribaron caricias de lana cincuenta por ciento pasión, jubilando temores, vaciándoles los bolsillos a la paciencia y pintando rejas a la ventana del cielo.
El televisor engordó canales rodados que paseaban a oscuras alrededor de sus besos. Un presentador de noticias obesas hacía zapping con los ojos enjuagados en ordenadores vía satélite y el protagonista de un western tomaba laxantes de latón para limpiarse de tiroteos mellados; un "reality show" subastaba los collares de la pena y las botas morbosas de la desgracia ajena congelada en cubitos; un culebrón venezolano protestaba con faltas de ortografía frente a una contraprogramación escurrida de manchas...
La chimenea calentaba sus cuerpos quemados por la pasión, sobre aquella alfombra de colores. Copos manchados de humo salían de aquel calor y les maullaban entre los dientes. El pelo plateado de Raquel se desparramó por aquel tapiz de suelo ardiente.
Michael se despojó de todo lo que no fuera piel, unos senos frutales se lanzaban a la boca de su espacio. El hombre trazó perfiles con sus dedos en el cuerpo suave y menudo de la muchacha. La cintura diminuta de ella se exprimió entre las manos de su mirada. Raquel apresó el cuello de aquel hombre y acarició, dulce, la nuca de su amante.
Jugando con el miedo, ella lo volteó. Apretó sus muñecas entre palmas de manos cálidas mientras diseñaba espirales de mazapán con su lengua. Rayaba aquel cuerpo pálido de vello rubio, con una lengua líquida, haciendo meandros sobre su terciopelo. Lamía tiras cortas de su cuello bajando por sus hombros hasta marcar axilas. El hombre vibraba desmayos con cada caricia.
-I love You, Raquel...- Ella continuaba el juego de amor haciendo participar a sus dedos. Cada uno espigaba diagonales con las yemas por el pecho de hombre, descascarillaba besos y rumoreaba labios de arriba a abajo. Así aterrizó en aquel cúmulo de amor en masculino singular, lo balanceó entre sus labios. Michael cerraba pestañas en aquella agonía celestial y su respiración era cada vez más agitada.
Raquel se centró en el universo de excitación que se fortalecía en el espacio dejado entre sus manos y la boca que, como montaña rusa alzaba y descendía excitando aquel obelisco fundido en miel.
Duendes comestibles escurrían minutos entre los dos cuerpos hasta que él quiso intervenir caricias, despojando de toda ropa a la mujer que estaba amarrándose a sus secretos.
El continuó agitando frases con susurros ahogados, comiendo trozos de perfume que nacían en la piel pálida de su compañera.
Era tan hermoso todo aquello...La chimenea cantaba chispas de llamas sinuosas mientras sonreía mirándoles. El cuerpo de aquel hombre tan conocido le hacía sombra con una parra de besos maduros.
-No puedo esperar más, mi amor...- Ella, una vez más trató de relajarse dándole la bienvenida. Era curioso como aquel dolor que sentía con Pablo cuando hacían el amor, casi había desaparecido.
Los sueños crecidos de aquel hombre entraban mojando estrellas fundidas en su cuenco de melaza. Se sentía más mujer que nunca teniéndolo tan cerca, paladeando el dulce de su placer en tabletas. Ya no tenía que esforzarse para no pensar en el otro hombre, hacía tiempo que le entregaba, sin guardarse nada, su piel entera. Hacía tiempo que ella lo sentía sólo suyo.
-Te amo, Raquel, te necesito...- Michael enhebraba su hilo inflamado una y otra vez en la aguja femenina que lo recibía hasta desembolsar el contenido de su saco ardido en el interior del cráter vedado para todos menos para él.
Temiendo vencerla con su estatura, la situó sobre su pecho sudando sombras en vaivenes. Raquel jugaba con su cabello corto, dorado como arañado por el sol de verano.
-¿Estás bien?- Preguntó ella besando lirios en sus mejillas.
-Estoy en el cielo.- Contestó él que barría nubes con los dedos sobre la espalda y la nuca de aquella mujer.
Durante un buen rato permanecieron tendidos sobre la alfombra y felices. Después se bañaron juntos y se fueron a la cama.
Entre aquellas sábanas celestes hilvanaron palabras de amor y flores descosidas hasta que el sueño se acicaló sobre sus párpados.

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