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sábado, 19 de abril de 2008

¿POR QUÉ LOS TRENES BOSTEZAN CUANDO ESTÁN ENAMORADOS? CAPÍTULO 2


2. A los trenes
les salen sarpullidos de un pasado

Ya sentada en mi vagón veía los grupos de jóvenes universitarios que volvían a sus casas. La mayoría acababa su jornada de trabajo y la mía empezaba. No era la primera vez en mi vida que me conducía así. A contrapelo.
Apenas habían pasado quince minutos el tren se vaciaba de gente a cada parada de estación.
Unos ojos penetrantes y claros se clavaron en mí. Era un muchacho pero estaba lejos. Se levantó y se acercó.
-Hola, Dafne.- Era uno de mis alumnos.
-Hola, Lorenzo. ¿Vienes de trabajar?
-No. Vengo de una entrevista con mi abogado.-Lorenzo pertenecía a una rara sociedad fascista violenta y arrogante. Tenía la cabeza completamente rapada y agujeros en muchas partes de su cuerpo. Piel muy clara y de complexión atlética. Llevaba un tatuaje o varios. Me dio miedo. Pero ese sentimiento duró unos segundos.
-¿Con tu abogado?- Fingí estar sorprendida aún sin estarlo. Conocía el historial del muchacho. Había estado en la cárcel por distintas razones, la última por intento de violación. Pero la ley, un buen abogado y la “promesa” de regenerarse, hicieron posible que el delincuente estuviera en la calle. Además se había alegado cierto trastorno psíquico.
-Sí. Tengo que verlo de vez en cuando. Va a salir pronto uno de los juicios en los que tengo que estar y ...ya sabes...- En la clase la mayoría de sus compañeros lo evitaban. Había estado involucrado en peleas fuertes.
-¿Estás contento con las clases?- Intenté mantener una conversación.
-No están mal. Especialmente porque la profesora está bastante buena.- La profesora era yo y estaba siendo “cortejada” por un violador y un delincuente. No me sentía halagada, francamente. Pero él siguió hablando- Lo que pasa es que la gente me tiene manía. Todo por lo que pasó con aquella niñata en la piscina.
-¿Qué pasó?
-Nada. Ella estaba provocando. Con un bikini pequeño, se le veía todo. Empezó a coquetear. Ya sabes, como hacen las tías. Y luego se hizo la estrecha. Yo la forcé un poco. Eso le gusta a muchas aunque lo nieguen. Pero la muy zorra salió corriendo. No pasó nada. Pero ella se empeñó en decir que sí. Si una tía va provocando que luego no se queje. Es culpa de ellas. Las tías son la leche.- Su forma de hablar era violenta y no daba ocasión al diálogo.
-Pero, Lorenzo...tú tienes también una madre, y quizás hermanas o amigas que son mujeres...eso no quiere decir que tengas que juzgarlas a todas de la misma manera.
-Yo no tengo amigas tías. Las tías son para...lo que son. Y mi madre se dedica a lo suyo. No se mete en las cosas de los hombres. Ahora somos todos iguales. Los negros, los gitanos, los sudacas, las mujeres...Y no es así.
-¿Tienes muchos amigos que piensan así?
-Mi grupo. El resto no vale la pena. La mayoría de los tíos sólo quieren casarse. Dejar que los maneje una mujer, tener hijos y condenarse. Eso no quiero que me pase a mí. La sociedad de hoy en día es una mierda porque todo el mundo quiere tener derecho a todo. Y la mayoría deberían estar enjaulados...- era difícil soportar un discurso así, pero él era de ese modo.
Tenía en la frente escrito “asesino a serie”. Y de todas formas asistía a las clases para acabar sus estudios. Para tener contento al juez y no sé qué más. Y además era muy inteligente. Apenas necesitaba estudiar. Y sus calificaciones eran siempre las mejores.
Sabía que también había participado en brutales palizas contra ciertas personas en el pueblo. Y en otras contiendas más o menos escabrosas. Se le temía y se le detestaba al mismo tiempo.
La última fue contra un grupo de gitanos que estaban en una discoteca. Utilizaban cadenas, cuchillos y todas las armas habidas y por haber. Había herido a unos cuantos.
-Me han dicho que has estado en la cárcel.
-Sí. Estuve en el talego. No está tan mal como se dice. Yo lo controlaba bien. Tenía coleguillas buena gente. Se metían cosas. Pero yo paso de los drogatas. No me va esa movida. Hacía mucho deporte, conocí gente. Había un tío que había matado a su mujer. Era la hostia. Decía que le puso los cuernos y la mató. Normal. Estaba todo el rato de cachondeo. Había también un grupo de negratas. Trapicheaban con drogas. Y para colmo eran maricas. Una vez les dimos una paliza buena. Además a uno le dimos por detrás. Bueno, yo no. No me gustan los maricones...
Llegamos a la estación y él tenía su coche estacionado en el parking. Era un mercedes deportivo. Me invitó a subir para llevarme al trabajo.
-Puedes venir en mi coche si quieres. Te dejo en el centro. – Él estaba orgulloso de su coche.
-Es precioso. Te ha tenido que costar caro...
-Me lo compró mi viejo. ¿Tú tienes?
-Sí. Un volkswagen. –No sé por qué me pareció que mi pequeño utilitario era mejor que nunca.
No sabía cómo decirle que no me apetecía lo más mínimo ir con él. Pero la suerte esa tarde me acompañaba. Pasó a mi lado una alumna del primer grupo y me insistió para que fuera con ella.
-Bueno, Lorenzo, acompaño a Sofía a su casa. Te veo luego...- Él subió al vehículo y lo aceleró dejando una hilera de ruido y polvo detrás.

Yo empecé a caminar al lado de Sofía. Ella vivía al lado de la estación y me invitó a tomar un café. Yo acepté. Como siempre, tenía tiempo antes de comenzar las clases. Ella ya sentada en su saloncito, mientras me servía su café me contaba.
-No es una persona decente ese muchacho. Su padre tampoco lo era. Su abuelo menos.- Ella conocía más profundamente su historia. Su historial, podríamos decir.
-¿Tú conoces a su familia?
-Todo el mundo los conoce. Su abuelo era un cacique en la época de la post-guerra. Abusaba de todo el mundo. Era dueño de muchas tierras y tenía mucho dinero. Todo el mundo temía a “Don Lorenzo”. Llegaba a las casas de los pobres, bueno, todos éramos pobres. Todos menos un grupo pequeño de señores. Si él llegaba, pedía comida. Decía que al fin y al cabo era su comida porque todos o la mayoría trabajábamos para él. Le pegaba a sus obreros si paraban un rato. A veces si venían de fuera, les dejaba para dormir un sitio techado, lleno de goteras y les daba de comer lo mismo que a sus cochinos. Hacía trabajar igual a las mujeres, los hombres, los viejos. Todos éramos como animales. Además era un mujeriego. Pero “de los malos”...- cuando decía esto último me miró profundamente. Me decía algo más.
-¿De los malos?
-Sí. Veía a una mujer sola y no tenía el menor reparo como para respetarla. Y si la dejaba preñada, no pasaba nada. Antes no era como ahora. La mujer se quedaba con el niño y quedaba deshonrada para el resto. Algunas decidían abortar. Pero eso estaba totalmente prohibido. Y se hacía mal. Y muchas morían. Era un mal bicho.
-¿Tú lo conociste personalmente?
-Sí. Yo era una jovencita. A veces he tenido que trabajar para él. No teníamos para comer. Su mujer me empleó para ayudar a la cocinera. Su mujer era...muy alta. Era como una víbora. Siempre vestida de negro y siempre rodeada de imágenes de santos, vírgenes y eso. Iba todas las mañanas a la iglesia. Y era muy amiga de los curas. Era fea como un demonio pero tenía dinero también. Le dio un hijo a su marido. Después yo creo que ni dormían juntos. Lo controlaba todo. Si faltaba un poco de azúcar o café. Preguntaba a todo el mundo quién había robado lo que fuera. Y si hacías algo que ella no quería te daba una bofetada. Yo recibí bastantes.
-¿Cuánto tiempo trabajaste para ella?
-Un año y pico. Pero tuve suerte. Me las apañé para saber dónde la señora escondía la llave de la alacena. Y a veces la abría y había de todo. Azúcar, café, dulces, carne, huevos...La alacena no era una alacena. Era una habitación. Detrás de algunos muebles una noche vi una luz. Descubrí que había algo detrás. No sé cómo empujé un poco y había una puerta que daba a una habitación más grande. La muy ...miserable escondía allí las cosas. Era un paraíso. Yo me las apañé para sisarle cosillas. En la casa había bocas que alimentar. Les llevaba chorizos, morcillas, dulces, azúcar. Se lo dije a mi madre y quedó como secreto entre nosotras.
-¿Nunca te descubrió?
-No.
-¿Y por qué dejaste la casa?
-Un día Don Lorenzo me dijo que estaba echando un buen culo. Y empezó a buscarme. Una mañana, llegó y yo estaba en la cocina. Le dijo a la cocinera que se fuera. Cerró la puerta. Se acercó...y lo hizo. No pude gritar. No podía hacer nada. Él me tapaba la boca para evitar que yo gritara. No quise dejar la casa. No se lo dije a nadie. Y la cosa se repitió. Me dijo que si dejaba la casa despediría también a mi padre y a mi hermano. Me dejó preñada....- Ella le dio un sorbo al café.
-¿Tuviste a tu niño?
-No. Se lo dije a mi madre y ella comprendió. Me llevó a una mujer de un pueblo cercano. Ella hacía abortos. Así que me llevó allí. Allí aborté. Estuve varios días perdiendo sangre. No sé cómo no me fui al otro mundo. A partir de entonces algo se complicó y no pude tener más hijos. Pero no me siento mal. Me casé después. Y he tenido una buena vida.
-¿Y el hijo de ese Don Lorenzo era como él?
-Sí. Era un señorito. Hacía lo que quería. Pero llegaron las vacas flacas. Y tuvieron que vender muchas tierras. El padre tuvo que ingresarse en una clínica. Tenía cáncer. Por lo visto lo pasaron muy mal. Después de vender muchas cosas, a la familia sólo le quedó el nombre. La madre murió. El hijo se dedicó a cultivar las tierras que le dejaron. Puso un negocio y le fue mal. Luego puso otro y mejoraron. Pero nunca volvieron a ser lo que querían. El país cambió y se acabó lo de avasallar a todo el mundo. Tuvo un hijo que es ése elemento. Empezó a darles problemas desde pequeño. Y se han gastado todo el dinero en él. En colegios especiales, en sacarle de la cárcel, en...casi todo. Es como si la vida les hace pagar ahora todo el mal que han hecho. Hay mucha gente también que les tienen ganas. Y el hijo ha recibido también lo suyo. Y nadie se va a compadecer de él. Es la imagen de su abuelo. Un día se lo van a encontrar muerto. Ya verás...

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