Los olores de las otras cocinas
La ventana de mi cocina, como de otras tantas otras cocinas, tiene una vida propia. Da a un patio interior. Eso no tiene que ver con la vida propia, dirás tú. Pues es verdad. Pero el patio interior sí. Los patios interiores son muy interiores. De lo contrario serían exteriores. Verdad de Perogrullo. De esos interiores salen cosas muy interesantes. O no salen. Flotan. Se friccionan. Fluyen. Hay imágenes muy características como ropa colgada. Nunca me gustó colgar la ropa para secar en un patio interior. Porque seguro que se impregna de las vibraciones tan compactas de tantos vecinos.
En los patios interiores hay incluso fenómenos paranormales. En ocasiones se oyen voces. Diferentes. Niños que no quieren comer el pollo. Señoras que le piden a su marido que deje de ver el partido y meta la vajilla en el lavaplatos. Chicas que hablan con sus novios a escondidas de sus padres. Vecinos concentrados en una videoconferencia con la que están enamorando a una persona que vive en la Patagonia. Y tantas otras cosas.
Las imágenes son muy exóticas.
Pero para mí lo más interesantes son los olores. Mi sentido del olfato es el más sensible, después del oído. Una de las cosas que me fascinan de los viajes es la posibilidad de oler sus rincones. Sus costumbres. Sus comidas.
Si no me gusta el olor de una persona esa persona no me gustará. O será muy difícil acercarme a ella. Como si no me gusta su voz. Si un sitio no huele bien no soporto estar. O me será muy difícil. Así que el olor es fundamental en mi vida.
Mi cocina suele no oler a mucho. Porque no soy una cocinitas. Lo que cocino no huele mucho. Una ensalada, arroz, guisos de verduras y cosas así. Pero cada cocina es un mundo en el que se desenvuelven los placeres. Que la gente piensa siempre que el placer reside en el sexo. Pues no. También puede ser muy placentero comerse un potaje. Unas albóndigas o hacerse un bocata de calamares.
De hecho la cocina tiene mucho de sexual. Ya en sí una cocina puede ser un afrodisíaco. Cuando estás cocinando y tu amante se acerca por detrás para acariciarte la nuca. Y de paso dar un mordisquito a las croquetas que tienes en la sartén. O hacer el amor encima de la encimera.
Pero volvamos a los olores. Por las mañanas el protagonista es el café. A pesar de no beber habitualmente café, su olor me gusta mucho. Es envolvente. Y da sensación de hogar. Es como una cinta adhesiva agradable que entra y se pega en todo. Pero se va rápido. Suele ir acompañado de olor a tostadas. Pero las únicas tostadas que huelen son las quemadas. Un horror. Pero también las tostadas quemadas entran por la ventana y es un olor tan estridente que se diría que tiene más cafeína que el propio café. Con esa mezcla ya te despertaste.
Pero el clímax odorífero suele llegar sobre la 14h. Las comidas están acabando de prepararse. Aquí que los almuerzos son las comidas más fuertes del día y que se suele hacer sobre las 14:30. En mi casa entran alimentos que no como y que me invaden. El olor a pollo frito es muy común junto con el olor a pescado. Al mismo tiempo llegan los aromas del puchero con sus garbanzos, su tocino, su muslo de pollo, su carne de ternera. El sumun es el momento sardinas a la plancha. Abro la puerta de mi casa y un saco de perfumes culinarios se me esparce sobre la cabeza. Es una orgía de sentidos. Del olfato. La fritanga se abalanza sobre las coles. Las coles saltan para predominar sobre las chuletas de cerdo. Las chuletas despachurran a las morcillas fritas. Las morcillas succionan los pimientos fritos con patatas. Se sienten también las especias. El pimentón. El ajo molido. El perejil. El comino. El orégano.
La ventana de mi cocina tiene vida propia. Y es una vida de la que me hace participar. Incluso con olores que no me gustan. Pero son olores de la vida. Que me dicen que estoy viva. Que estamos vivos. Sigamos, pues, oliendo y dejándonos oler. Como hacen los animales. Ya que al fin y al cabo, somos animales.
-Unos más que otros…
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