¿POR QUÉ LOS TRENES BOSTEZAN
CUANDO ESTÁN ENAMORADOS?
CUANDO ESTÁN ENAMORADOS?
Esta novela recoge las experiencias de una profesora de Educación para Adultos. Para llegar a su lugar de trabajo, debe ir en tren cada día. A horas en las que la magia de la soledad se impregna de diferentes experiencias que marcaron a la protagonista.
CAPÍTULO 7.PENSAMIENTOS Y UN PROCESO DE AMOR
El día siguiente llegó. Y el tren vino hacia mí otra vez Mi cristal descorcha árboles al pasar por un bosque inexistente. Los fantasmas de esos árboles que un día acudieron a la cita todos en grupo golpean el aire sucio con las ramas doloridas. El tren, familiarizado con el espectáculo los saluda con un grito solidario.
Una fábrica en ruinas se volatiliza poco a poco protestando por una revolución industrial que no pasó de Inglaterra. Solo restos de jeringuillas desechables lavan las huelgas de los trabajadores desempleados. Las nubes continúan haciéndole una bufanda el invierno. Escapamos al norte cada vez con menos pasajeros.
Un aire seco y frío lame mi mejilla izquierda.
La clase a las cinco y media estará llena de alumnos que trabajan cansando al papel cuadriculado. Las faltas de ortografía bailan entre sus uñas llenas de esfuerzos. Demasiado para sus edades. A esas horas los muchachos más afortunados se repeinan vanidades frente a los espejos iluminados antes de salir a dar una vuelta con amigos. Estos chicos no. Tratan de subir ese peldaño insolente para presentar al mundo un título que probablemente no les valdrá de mucho. Pero hay que tenerlo o eso decimos. Las tildes las “bes” y las “uves” les arañan la nariz.
Cuando volvía de cumplir mi jornada laboral, llegué a la estación. Al final de la larga escalera mecánica está él. Yo no esperaba verle allí. Llevaba chaqueta azul con su eterna corbata. Mi corazón rechinó latidos de colores. Casi tímidamente me dijo que había salido de la comisaría para saludarme. Me preguntó por mi día y le conté algo.
Él habla casi siempre sin mirar rozándome con los sonidos de su colonia. Paseamos despacio. Me dice que se irá en media hora y propone que esté con él y luego o deje en la avenida por la que irremediablemente paso: donde él vive. Somos casi vecinos. Le pregunto otra vez por su familia. Su mujer, según dice esta bastante cansada de él así que no le echaré de menos si llega a tarde.
Los trenes de alta velocidad casi se arrullan a nuestro pies. Los miramos desde arriba.
Le cuento que he hecho en mi fin de semana....estudiar, escribir, tocar el piano...
-Ya sé por qué hay paro en este país....tú haces todos los trabajos....- El chiste tan fácil me pareció encantador en sus labios. Juego con él. Pero no hay mala intención. ¿Podría haberla? Nadie me espera en casa. Son casi las doce y sus compañeros se despiden de él. Cierran la comisaría. Vamos hacia mi coche entre bromas. Es como si nos conociéramos de toda la vida.
Hay una luna preciosa. Se lo digo y la miramos. Me dice que tenga cuidado que sus reacciones cuando hay luna son imprevisibles. Que podría morderme el cuello...
-¿Tú crees?...-Le digo y me adelanto unos pasos. Él coloca una mano contra la cara trasera de mi cuello. Es la primera vez que me toca y hay electricidad en sus dedos. Yo taladro un pequeño gemido y zarandeo mi pelo poniéndole distancia. Hace frío pero su mano estaba caliente.
Dentro del coche estamos tan cerca.
-Hoy estás guapísimo...-Le digo.
-Me cuesta creerlo...tú sí que estas preciosa...
Doy la llave del contacto pero él repose los dedos sobre mi mano y me pide sin decir nada que vuelva a apagar. El parking está a oscuras hace poco tiempo que nos conocemos y él está casado, lo sé. Me habla de sus dudas, de su soledad, de su trabajo. Da la impresión de que es un ser demasiado sensible que debe fingirse duro para trabajar donde trabaja.
Nació hace doce años antes que yo al final de mi misma calle. He estado conociendo a tantos hombres de diferentes países y al final el que me parece más especial ha nacido aquí.
Cuando se ríe tiene una estrella infantil entre los gajos de su aroma. Cuando está melancólico siento una luz de ternura que me araña el alma. Me pregunta si tengo amantes. Digo que no.
-¿Y tú?
-¡¡Yo!! Soy un hombre casado....-Genial su respuesta...
Lo llevé en mi coche y lo dejé en la avenida al lado de la cual se encuentra su casa.
Al día siguiente me vi de nuevo en la estación. Que me llevará a mi trabajo. Las nubes que ayer parpadeaban sobre los cristales del tren se agolpan hoy descaradas despojando como levadura gris entres los carritos llenos de maletas que generalmente no contienen nada importante excepto el temor del que las guía. Llevo mi impermeable negro.
Un dolor de cabeza se zarandea entre mis ojos y habla con mi pie izquierdo lastimado todavía por prisas de teléfono. Deseo que llueva dice mi chubasquero recién estrenado. De lo contrario se sentirá ridículo.
La estación es la misma. Huele como todas las tardes a prisas redondas. Busco un color verde de mirada triste pero no lo encuentro. El andén cose pasos para no perderlos paso rítmicos casi bailarines que dejan huellas. Un anuncio de televisión sugiere detergentes pare eliminar huellas por el andén lo echa escupiendo zancadillas. Un par de pajaritos juguetean junto a un ave. Ellos entran y salen por unos agujeros inventados al cemento que se abre solo para ellos.
El tren empieza a engullir pasajeros que ingieren alimentos cancerígenos y beben colorantes y conservantes. El tren se mueve y algunos compañeros de vagón me miran. No entienden cómo una mujer puede viajar sola y escribiendo. Tal vez piensan cosas extrañas y a mí me importa poco. Hay una burbuja que me protege. Poco a poco salimos un día más de la ciudad. La vía corre para mantenerse en forma. El tren de cercanías adelanta al de alta velocidad. Está soñando. Como yo.
A las diez de la noche estaba sentada en la estación esperando la salida de mi tren. Escribía unos poemas. La estación estaba fría y yo escuchaba música con mis auriculares. De repente sentí un aroma familiar y una persona que se sentaba a mi lado. No es del pueblo. Parece demasiado elegante. Pienso sin mirar.
-Me encanta ver tus piernas desde esta perspectiva....- Era él. Me quité los auriculares y le miré sorprendida. Estamos los dos en la estación de este pueble a espaldes de la gente. Se suponía que hoy no le vería porque su turno era de mañana pero de alguna forma...está aquí. Por alguna razón. Va con otro compañero al que parece ignorar.
En el interior del tren se sienta a mi lado. Casi no hablamos pero nos sabemos cómplices. Su compañero habla con alguno de los empleados del tren. Nosotros estamos cerca de estos. Se me ocurre de repente un juego del que no hablo. El vagón como casi todas las noches a las diez y media, está vacío. Cruzo las piernas. Llevo una falda corta. Provoco un ligero roce y me acerco sinuosa a su oído.
-Estás muy sexy esta noche....- Se pone nervioso. Yo sigo jugando con la certeza del que no perderá. – Me encantaría desabrocharte la camisa en este lugar y besarte el cuello despacio....-Él se mueve tratando de conservar la compostura.
-No me hagas esto....aquí....- Me sonríe cuando lanza la frase.
Hay un milímetro de mi falda que sube dejando paso al límite que el liguero deja entre la media y la piel. El desliza por segundos la yema de su dedo corazón por esa parcela de mi anatomía desnuda. Respira profundamente como ahogando un jadeo minúsculo.
Cuando llegamos a “santa justa”, nuestra estación, me dice que le espere. Yo me asomo a una de las barandillas para ver trenes desparramados por las vías perezosas a esas horas de la noche. Son casi las once y media.
El sale de la comisaría apresurado y se agacha para tomar mi maletín.
-¿Vamos? Ya sabemos donde. Nos espera el parking testigo mudo de muchos de nuestros deseos. Todavía apenas nos hemos tocado pero ambos sabemos que nos deseamos. Me parece tan dulce. Cuando estamos juntos cuando paseamos juntos los grandes pasillos de esta estación desnudos de personas, se convierten en túneles que reptan sobre el aire. Llegamos a mi coche. El invierno parece a su lado una primavera. Sigue despanzurrada en el cielo una luna grande y la miramos. Para un vigilante y le saluda. Allí nos conocen a ambos. Tengo las manos heladas como siempre y hago un gesto típico de cobijarlas alrededor de mi cuello cuando me quito los guantes de cuero. Él me las toma con un afecto casi paternal las frota contra las suyas.
Reímos y nos metemos en el coche. Me dice que el otro día su ropa olía a mi perfume. Y que siempre se sabe si he pasado por algún sitio por el rastro de aroma que dejo. Me conmueve que un hombre se fije en algo como el olor. Yo me acerco su cuello. Desprende un olor cálido de su piel clara. Me fijo en los pequeños rizos de su pelo tejido con líneas intermitentes plateadas. El paso de los años le ha ido dejando en el cabello un rastro que me parece eternamente irresistible.
Habla de su afición al deporte para mantenerse en forma. Que suele animar a sus dos hijos a salir en bicicleta con él pero que no siempre les apetece. Ya no son niños. Su hijo mayor tiene dieciocho años y la pequeña doce. La adora. Se casó muy joven con su primera novia. Todo convencional. Familia tradicional y acomodada. Su mujer se dedica al hogar y supongo que a él le parece exótico tener una amiga con cultura, independiente, que no parece necesitar un padre para su hijo, que no parece muy normal.
Me gusta halagarle, hablarle... decirle lo que siento cuando esta conmigo y me doy cuenta de que no parece muy acostumbrado a demasiados mimos.
Es un poco tarde cuando lo dejo en la avenida. Las doce y media cuando llego a casa....
El día siguiente comenzó con una llamada de teléfono de Fabio. Me invitó a tomar café antes de que mi tren saliera.
Llegué a las dos y media a la estación. Él me esperaba apoyado en la barandilla con una chaqueta verde, camisa blanca y corbata en tonos verdosos. Me miraba mientras subía las escaleras. Hacía frío pero el sol reposaba sobre la ciudad. El viento removía mi pelo y el vestido dejaba ver mis piernas quince centímetros por encima de las rodillas. Mi chaqueta de ante marrón se empeñaba en exhibir la marca de mis senos apretados y erguidos bajo mi vestido de punto. Él me regala una sonrisa. Me sostiene el maletín y me conduce por uno de los pasillos laterales guiándome hasta la cafetería. Le cuento algo sin mucha trascendencia. Se supone que él está trabajando así que tiene que guardar las formas entramos en el recinto donde hay mucha gente. Tome un té y él una cerveza. Se acercan dos muchachos. Le hablan con discreción. Al parecer buscan un cargamento de cocaína. Creen que llegó en uno de los trenes. Son subordinados. Les dice que pueden irse. Bajamos al andén. Mi tren saldrá en unos minutos y mientras esperamos me dice que cree que yo me estoy burlando de él.
-¿Cómo una mujer como tú puede fijarse en alguien como yo?...- Y yo no lo entiendo. Sólo le contesto.
-Eres el hombre más adorable que he conocido.
El lunes llegó. Las gotas afligen los cristales de mi coche camino a la estación. El cielo se quiebra de un gris esforzado que va desmenuzando nieblas en el aire.
Llego al parking de la estación. Con dificultad abro el paraguas. El viento fabrica hilos de caramelo que arañan mi pelo. La puerta de cristal se abre automática, a mi paso, y un gran pasillo bosteza tragándome.
Fabio estaba allí. Acababa su turno y decidió esperarme. Había pasado el fin de semana con sus hijos y había estado pensando en mí. En nuestros juegos, en cómo nos hemos ido conociendo, en que contaba los minutos que faltaban para volver a verme, en que comienzo a ser como una droga para él, que le gusta el peligro que supongo pero que al mismo tiempo le asusta.
Nos sentamos en un rincón, apartados de casi todos...
-Tal vez sería mejor no volvernos a ver...- Me dice.
Los dos reconocemos el peligro. Él está a mi lado. Una gota agoniza agarrada a mi pelo húmedo de lluvia y él acerca su dedo índice para rescatarla. A los dos nos zarandea el silencio y miramos la gota relajada en la yema de su dedo. Yo tomo su mano suavemente y bebo de su dedo ese país de agua que se reserva. Su dedo está en mi boca y él tiembla. Dibujo musgos con mi lengua. Deslizo su dedo por mis labios. Sostengo con mis dos manos la suya. Desprende un calor que sólo puede ser suyo.
-Eres demasiado especial...-Dice en un susurro.
Anuncian mi tren. Tengo que bajar al andén. En un gesto entre infantil y atropellado beso mi dedo corazón y se lo sello en sus labios.
-Tengo que irme ya...- Mientras bajo al andén él continúa sentado mirándome paralizado.
No sabía, después de lo que pasó ayer, si volvería a ver a Fabio.
CAPÍTULO 7.PENSAMIENTOS Y UN PROCESO DE AMOR
El día siguiente llegó. Y el tren vino hacia mí otra vez Mi cristal descorcha árboles al pasar por un bosque inexistente. Los fantasmas de esos árboles que un día acudieron a la cita todos en grupo golpean el aire sucio con las ramas doloridas. El tren, familiarizado con el espectáculo los saluda con un grito solidario.
Una fábrica en ruinas se volatiliza poco a poco protestando por una revolución industrial que no pasó de Inglaterra. Solo restos de jeringuillas desechables lavan las huelgas de los trabajadores desempleados. Las nubes continúan haciéndole una bufanda el invierno. Escapamos al norte cada vez con menos pasajeros.
Un aire seco y frío lame mi mejilla izquierda.
La clase a las cinco y media estará llena de alumnos que trabajan cansando al papel cuadriculado. Las faltas de ortografía bailan entre sus uñas llenas de esfuerzos. Demasiado para sus edades. A esas horas los muchachos más afortunados se repeinan vanidades frente a los espejos iluminados antes de salir a dar una vuelta con amigos. Estos chicos no. Tratan de subir ese peldaño insolente para presentar al mundo un título que probablemente no les valdrá de mucho. Pero hay que tenerlo o eso decimos. Las tildes las “bes” y las “uves” les arañan la nariz.
Cuando volvía de cumplir mi jornada laboral, llegué a la estación. Al final de la larga escalera mecánica está él. Yo no esperaba verle allí. Llevaba chaqueta azul con su eterna corbata. Mi corazón rechinó latidos de colores. Casi tímidamente me dijo que había salido de la comisaría para saludarme. Me preguntó por mi día y le conté algo.
Él habla casi siempre sin mirar rozándome con los sonidos de su colonia. Paseamos despacio. Me dice que se irá en media hora y propone que esté con él y luego o deje en la avenida por la que irremediablemente paso: donde él vive. Somos casi vecinos. Le pregunto otra vez por su familia. Su mujer, según dice esta bastante cansada de él así que no le echaré de menos si llega a tarde.
Los trenes de alta velocidad casi se arrullan a nuestro pies. Los miramos desde arriba.
Le cuento que he hecho en mi fin de semana....estudiar, escribir, tocar el piano...
-Ya sé por qué hay paro en este país....tú haces todos los trabajos....- El chiste tan fácil me pareció encantador en sus labios. Juego con él. Pero no hay mala intención. ¿Podría haberla? Nadie me espera en casa. Son casi las doce y sus compañeros se despiden de él. Cierran la comisaría. Vamos hacia mi coche entre bromas. Es como si nos conociéramos de toda la vida.
Hay una luna preciosa. Se lo digo y la miramos. Me dice que tenga cuidado que sus reacciones cuando hay luna son imprevisibles. Que podría morderme el cuello...
-¿Tú crees?...-Le digo y me adelanto unos pasos. Él coloca una mano contra la cara trasera de mi cuello. Es la primera vez que me toca y hay electricidad en sus dedos. Yo taladro un pequeño gemido y zarandeo mi pelo poniéndole distancia. Hace frío pero su mano estaba caliente.
Dentro del coche estamos tan cerca.
-Hoy estás guapísimo...-Le digo.
-Me cuesta creerlo...tú sí que estas preciosa...
Doy la llave del contacto pero él repose los dedos sobre mi mano y me pide sin decir nada que vuelva a apagar. El parking está a oscuras hace poco tiempo que nos conocemos y él está casado, lo sé. Me habla de sus dudas, de su soledad, de su trabajo. Da la impresión de que es un ser demasiado sensible que debe fingirse duro para trabajar donde trabaja.
Nació hace doce años antes que yo al final de mi misma calle. He estado conociendo a tantos hombres de diferentes países y al final el que me parece más especial ha nacido aquí.
Cuando se ríe tiene una estrella infantil entre los gajos de su aroma. Cuando está melancólico siento una luz de ternura que me araña el alma. Me pregunta si tengo amantes. Digo que no.
-¿Y tú?
-¡¡Yo!! Soy un hombre casado....-Genial su respuesta...
Lo llevé en mi coche y lo dejé en la avenida al lado de la cual se encuentra su casa.
Al día siguiente me vi de nuevo en la estación. Que me llevará a mi trabajo. Las nubes que ayer parpadeaban sobre los cristales del tren se agolpan hoy descaradas despojando como levadura gris entres los carritos llenos de maletas que generalmente no contienen nada importante excepto el temor del que las guía. Llevo mi impermeable negro.
Un dolor de cabeza se zarandea entre mis ojos y habla con mi pie izquierdo lastimado todavía por prisas de teléfono. Deseo que llueva dice mi chubasquero recién estrenado. De lo contrario se sentirá ridículo.
La estación es la misma. Huele como todas las tardes a prisas redondas. Busco un color verde de mirada triste pero no lo encuentro. El andén cose pasos para no perderlos paso rítmicos casi bailarines que dejan huellas. Un anuncio de televisión sugiere detergentes pare eliminar huellas por el andén lo echa escupiendo zancadillas. Un par de pajaritos juguetean junto a un ave. Ellos entran y salen por unos agujeros inventados al cemento que se abre solo para ellos.
El tren empieza a engullir pasajeros que ingieren alimentos cancerígenos y beben colorantes y conservantes. El tren se mueve y algunos compañeros de vagón me miran. No entienden cómo una mujer puede viajar sola y escribiendo. Tal vez piensan cosas extrañas y a mí me importa poco. Hay una burbuja que me protege. Poco a poco salimos un día más de la ciudad. La vía corre para mantenerse en forma. El tren de cercanías adelanta al de alta velocidad. Está soñando. Como yo.
A las diez de la noche estaba sentada en la estación esperando la salida de mi tren. Escribía unos poemas. La estación estaba fría y yo escuchaba música con mis auriculares. De repente sentí un aroma familiar y una persona que se sentaba a mi lado. No es del pueblo. Parece demasiado elegante. Pienso sin mirar.
-Me encanta ver tus piernas desde esta perspectiva....- Era él. Me quité los auriculares y le miré sorprendida. Estamos los dos en la estación de este pueble a espaldes de la gente. Se suponía que hoy no le vería porque su turno era de mañana pero de alguna forma...está aquí. Por alguna razón. Va con otro compañero al que parece ignorar.
En el interior del tren se sienta a mi lado. Casi no hablamos pero nos sabemos cómplices. Su compañero habla con alguno de los empleados del tren. Nosotros estamos cerca de estos. Se me ocurre de repente un juego del que no hablo. El vagón como casi todas las noches a las diez y media, está vacío. Cruzo las piernas. Llevo una falda corta. Provoco un ligero roce y me acerco sinuosa a su oído.
-Estás muy sexy esta noche....- Se pone nervioso. Yo sigo jugando con la certeza del que no perderá. – Me encantaría desabrocharte la camisa en este lugar y besarte el cuello despacio....-Él se mueve tratando de conservar la compostura.
-No me hagas esto....aquí....- Me sonríe cuando lanza la frase.
Hay un milímetro de mi falda que sube dejando paso al límite que el liguero deja entre la media y la piel. El desliza por segundos la yema de su dedo corazón por esa parcela de mi anatomía desnuda. Respira profundamente como ahogando un jadeo minúsculo.
Cuando llegamos a “santa justa”, nuestra estación, me dice que le espere. Yo me asomo a una de las barandillas para ver trenes desparramados por las vías perezosas a esas horas de la noche. Son casi las once y media.
El sale de la comisaría apresurado y se agacha para tomar mi maletín.
-¿Vamos? Ya sabemos donde. Nos espera el parking testigo mudo de muchos de nuestros deseos. Todavía apenas nos hemos tocado pero ambos sabemos que nos deseamos. Me parece tan dulce. Cuando estamos juntos cuando paseamos juntos los grandes pasillos de esta estación desnudos de personas, se convierten en túneles que reptan sobre el aire. Llegamos a mi coche. El invierno parece a su lado una primavera. Sigue despanzurrada en el cielo una luna grande y la miramos. Para un vigilante y le saluda. Allí nos conocen a ambos. Tengo las manos heladas como siempre y hago un gesto típico de cobijarlas alrededor de mi cuello cuando me quito los guantes de cuero. Él me las toma con un afecto casi paternal las frota contra las suyas.
Reímos y nos metemos en el coche. Me dice que el otro día su ropa olía a mi perfume. Y que siempre se sabe si he pasado por algún sitio por el rastro de aroma que dejo. Me conmueve que un hombre se fije en algo como el olor. Yo me acerco su cuello. Desprende un olor cálido de su piel clara. Me fijo en los pequeños rizos de su pelo tejido con líneas intermitentes plateadas. El paso de los años le ha ido dejando en el cabello un rastro que me parece eternamente irresistible.
Habla de su afición al deporte para mantenerse en forma. Que suele animar a sus dos hijos a salir en bicicleta con él pero que no siempre les apetece. Ya no son niños. Su hijo mayor tiene dieciocho años y la pequeña doce. La adora. Se casó muy joven con su primera novia. Todo convencional. Familia tradicional y acomodada. Su mujer se dedica al hogar y supongo que a él le parece exótico tener una amiga con cultura, independiente, que no parece necesitar un padre para su hijo, que no parece muy normal.
Me gusta halagarle, hablarle... decirle lo que siento cuando esta conmigo y me doy cuenta de que no parece muy acostumbrado a demasiados mimos.
Es un poco tarde cuando lo dejo en la avenida. Las doce y media cuando llego a casa....
El día siguiente comenzó con una llamada de teléfono de Fabio. Me invitó a tomar café antes de que mi tren saliera.
Llegué a las dos y media a la estación. Él me esperaba apoyado en la barandilla con una chaqueta verde, camisa blanca y corbata en tonos verdosos. Me miraba mientras subía las escaleras. Hacía frío pero el sol reposaba sobre la ciudad. El viento removía mi pelo y el vestido dejaba ver mis piernas quince centímetros por encima de las rodillas. Mi chaqueta de ante marrón se empeñaba en exhibir la marca de mis senos apretados y erguidos bajo mi vestido de punto. Él me regala una sonrisa. Me sostiene el maletín y me conduce por uno de los pasillos laterales guiándome hasta la cafetería. Le cuento algo sin mucha trascendencia. Se supone que él está trabajando así que tiene que guardar las formas entramos en el recinto donde hay mucha gente. Tome un té y él una cerveza. Se acercan dos muchachos. Le hablan con discreción. Al parecer buscan un cargamento de cocaína. Creen que llegó en uno de los trenes. Son subordinados. Les dice que pueden irse. Bajamos al andén. Mi tren saldrá en unos minutos y mientras esperamos me dice que cree que yo me estoy burlando de él.
-¿Cómo una mujer como tú puede fijarse en alguien como yo?...- Y yo no lo entiendo. Sólo le contesto.
-Eres el hombre más adorable que he conocido.
El lunes llegó. Las gotas afligen los cristales de mi coche camino a la estación. El cielo se quiebra de un gris esforzado que va desmenuzando nieblas en el aire.
Llego al parking de la estación. Con dificultad abro el paraguas. El viento fabrica hilos de caramelo que arañan mi pelo. La puerta de cristal se abre automática, a mi paso, y un gran pasillo bosteza tragándome.
Fabio estaba allí. Acababa su turno y decidió esperarme. Había pasado el fin de semana con sus hijos y había estado pensando en mí. En nuestros juegos, en cómo nos hemos ido conociendo, en que contaba los minutos que faltaban para volver a verme, en que comienzo a ser como una droga para él, que le gusta el peligro que supongo pero que al mismo tiempo le asusta.
Nos sentamos en un rincón, apartados de casi todos...
-Tal vez sería mejor no volvernos a ver...- Me dice.
Los dos reconocemos el peligro. Él está a mi lado. Una gota agoniza agarrada a mi pelo húmedo de lluvia y él acerca su dedo índice para rescatarla. A los dos nos zarandea el silencio y miramos la gota relajada en la yema de su dedo. Yo tomo su mano suavemente y bebo de su dedo ese país de agua que se reserva. Su dedo está en mi boca y él tiembla. Dibujo musgos con mi lengua. Deslizo su dedo por mis labios. Sostengo con mis dos manos la suya. Desprende un calor que sólo puede ser suyo.
-Eres demasiado especial...-Dice en un susurro.
Anuncian mi tren. Tengo que bajar al andén. En un gesto entre infantil y atropellado beso mi dedo corazón y se lo sello en sus labios.
-Tengo que irme ya...- Mientras bajo al andén él continúa sentado mirándome paralizado.
No sabía, después de lo que pasó ayer, si volvería a ver a Fabio.
1 comentario:
Había pasado el fin de semana con sus hijos y había estado pensando en mí. En nuestros juegos, en cómo nos hemos ido conociendo, en que contaba los minutos que faltaban para volver a verme, en que comienzo a ser como una droga para él, que le gusta el peligro que supongo pero que al mismo tiempo le asusta....
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