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sábado, 1 de diciembre de 2007

LAS PELOTAS DE PIMPÓN PREFIEREN LOS LUGARES HÚMEDOS


LAS PELOTAS DE PIMPÓN PREFIEREN LOS LUGARES HÚMEDOS

Érase una vez una pelota de pimpón bastante traviesa que sólo jugaba en mesas de pimpón sin red. Hacía mil piruetas en el aire antes de tocar la mesa. Todos la admiraban y ella se regocijaba, abotargada de risas con antialgas que había bebido de la piscina a la que caía sin parar cuando tenía calor.
Ese domingo los jugadores eran dos neófitos aciculares, Luc y Ana. Mientras jugaban, discutían acerca del sexo de los ángeles y si Induráin tendrá alguna pájara en el próximo Tour de Francia. ¿Se dice "tener alguna pájara"?
Bueno, no importa. Pero el caso es que charlaban y charlaban sin concentrarse demasiado en el juego. Jugaban por jugar, no ponían nada en medio, para qué.
Eso a la pelota le molestaba.
La pelota tenía poderes. Porque en realidad no era una simple y plastificada pelota, sino un caíd venido a menos que vendió su alma a una bruja venida a más, que anteriormente había sido cuñada del hada buena de caperucita roja la que se había vuelto a reencarnar en una conocida periodista danesa cuyo parecido físico con una sexy actriz alemana era inconmensurable y que en este momento no puede comparecer aquí porque se encuentra de vacaciones en Groenlandia, o en Alaska, según me contaron. Cosas de la renta per cápita. La pelota, además -cómo no- tenía un nombre.
Se llamaba Matuca. Sí, Matuca. No me pregunten de dónde viene el dichoso nombrecito, porque no tengo ni idea, pero no me digan que no queda exótico. Matuca era bri-llan-te. Lo hacía todo de maravilla.
Así que empezó por conquistar a los jugadores. Al principio se comportaba muy bien haciéndoles creer que eran geniales. Ella iba a incrustarse suave y sinuosa contra las paletas de Luc y Ana.
Matuca era encantadora, el no va más de cualquier partida de pimpón, el orgullo de cualquier mesa de pimpón... Surcaba líneas brillantes en el aire, líneas comestibles que se derretían entre los dedos de Luc quien tenía que pedir prórrogas, como en la "Eurocopadefútbol", para succionarse -ojo que no digo "chupar", que queda tan...sexual y ordinario, qué asco (ja)- los pulgares y los índices de su mano izquierda, que era la mano favorita de Matuca.
Matuca se aburría y se dio cuenta de que le gustaba mucho ver cómo Luc se movía grácilmente para aprisionarla entre él y, a veces, sus partes pudendas.
Por primera vez, en la vida de la adolescente y casi cándida pelota, sintió la voz de la vida dentro de ella. Se dio cuenta, así, de sopetón, de que estaba perdidamente enamorada de Luc.
No se había percatado de su torso desnudo, de sus brazos australes, de sus pestañas alabastrinas, de su voz de bolero...
La pelota estaba sucumbiendo ante los encantos varoniles de aquel ser que se reía tanto.
Matuca quería conocer más al objeto de su febril deseo. Así que decidió acercarse. Dejó de ser dócil y comenzó a saciarse de cercanías.
Empezó por estamparse en la cara de Luc, eso sí, dulcemente, sin lastimarlo, sólo para verle la cara, para poder acariciarle. Se dio cuenta de que tenía preciosas pestañas rubias. Se interesó por el color de sus ojos y para eso tuvo que pasar rociándole la sién. También le gustó. Todo le gustaba.
Descubrió Matuca un lugar para desembocar, medio recóndito, entre flores mojadas, cosa que le pareció tremendamente sexual. Cada vez que Ana lanzaba a Matuca, aunque el tiro en teoría debía acabar en la paleta de Luc, Matuca se torcía e iba a parar a las flores.
Allí, en un rinconcito, ella veía a su amor, acercarse a cámara lenta, agacharse, extender la mano y con suavidad insospechada, acometerla otorgando el don de la posesión.
Cómo había vivido sin aquella experiencia...cómo había estado tanto tiempo sin la cercanía de aquel hombre. Cómo había estado tanto tiempo sin sentir ese frenesí. Cómo había estado tanto tiempo sin ver tele novelas...
Pero, el destino cruel a veces, hizo que el cansancio enterrara las ansias deportistas de Luc.
Matuca vio cómo éste, la depositaba amistosamente sobre la mesa amiga y se iba a descansar al borde de la piscina. Matuca estaba empezando a madurar en la desesperación de un amor imposible. Y se hacía una madeja de desatinos, como buena enamorada.
Vio cómo la amiga del amor de sus entretelas, o sea, Ana, le encendía a él, torpemente, un cigarrillo y se lo ponía en la boca. La odió. Vio cómo Ana le tocaba las orejas.
¿Querrá decir algo eso de tocar las orejas? ¿Alguna contraseña amorosa, quizás? Siguió odiándola.
Despechada, la ensombrecida pelotita dio unos cuantos botes hasta descender de la mesa. Buscó por la casa las huellas de su hombre y encontró su ropa interior. ¡Su olor era tan especial! Se enamoraba más y más por minutos. Era irreversible. Estaba ensamblada a una maquinaria llena de suspiros, llantos, histerias, orgasmos, pérdida de peso, alucinaciones, celos, hipotecas, planes de pensiones y otros avatares atávicos. Vean qué bien quedan las dos palabritas juntas.
Curioseó, como buena amante, su cartera, su agenda, la marca de su tabaco...Botó varias veces por sus pertenencias y se revolcó entre sus cosas. No es ninguna asquerosidad. Forma parte del ritual de emparejamiento entre el colectivo de pelotas de pimpón. Poseía su esencia. Había escupido sobre sus calzoncillos. Era el no va más del erotismo.
Exhausta, jadeante, con el pelo revuelto -si hubiese tenido pelo, pero ya saben que las pelotas de pimpón no tienen pelo. Si no, recuerden el chiste de "está más calvo que una bola de billar." ¿Observan la similitud bola de billar-pelota de pimpón o se lo tengo que explicar con más detalles?-
Pues eso, que estaba radiante de amor...Había hecho todo lo posible para fusionarse con el que ahora era cachito de su corazón, alma de su alma, niña de sus ojos, luz de su vida, te estoy amando locamente, qué bonitos ojos tienes debajo de esas dos cejas, volare oh-oh-, cantare oh-oh, nel blu, dipinto diblu..., todo aquello era escabrosamente genético, vigorosamente empírico, obstinadamente hipnótico.
Matuca era feliz. Estaba embarazada. Al fin logró apaciguar sus latidos en algún lugar de la indumentaria elegante y deportiva de aquel muchacho y se intrudujo sagazmente en su vida.
Caminaba con él, comía con él, se duchaba con él y hasta dormía con él. Eso sí, castamente.
Lo cierto era que Luc, despistado, había notado algo raro. Cuando metía la mano en algún bolsillo, por ejemplo, siempre había una especie de bolita que le atusaba como si fuera un gatito, la mano.
Cuando caminaba por la casa, siempre notaba unos ruidos extraños, como algo dando botecitos a su alrededor. Pero no quiso darle mucha importancia. Tal vez porque presentía algo.
El aspecto de Matuca iba cambiando, como era de esperar.
La gestación dentro del mundo de las pelotas de pimpón, se parece mucho a la gestación humana. Básicamente una pelotita se estaba haciendo dentro de ella y crecía.
Matuca dos días después de instalada en la casa de Luc, ya no era una pelota de pimpón. Se había convertido en una bola de billar.
Luc seguía con esa impresión de "a mí me sobra o me falta algo..." pero no sabía exactamente qué le sucedía a su vida: la paternidad.
Pasaron otros dos días y Matuca ya no era la bola de billar de siempre. Ahora se había convertido en una bola de petanca, incluso hablaba francés.
Otros dos días más y la pequeña pelotita célibe, se había convertido en una matrona hecha y derecha. Ya era del tamaño de un balón de reglamento. Su presencia era más notoria.
Seguir a Luc por la calle era más embarazoso, nunca mejor dicho, pero pese a todo, su amor era más fuerte.
La verdad es que Matuca nunca perdía su sentido del humor y se mostraba orgullosa por la calle Bailén, botando entre adoquín y adoquín. Una noche, hasta tuvo la osadía de acompañar a Luc a su cita de los miércoles. Quería conocer a sus amigos Pedro y Antonio.
Se sentó justo al lado de Luc y escuchó ensimismada miles de conversaciones intelectuales que entretuvieron a los contertulios. "Esto lo he visto yo antes", pensó ella. Se refería al programa de "Hermida y compañía" en el que siempre se debatían temas de interés para la humanidad pensante. Se sentía una verdadera pelota de pimpón intelectual. Era una gozada.
Antonio y Pedro se dieron cuenta de la presencia de la nueva amiga botante. Luc contestó: "No sé, últimamente parece que me sigue a todas partes algo que da saltos...Creo que me estoy volviendo paranoico."
Una noche ocurrió lo inevitable. Por una de esas eventualidades oníricas el metro ochenta de aquel muchacho de desempolvó en una voltereta nocturna que le hizo caer justo encima de aquella nubecilla botadora que se le clavó justamente en una de las costillas de Luc. De repente despertó y notó aquello allí.
Por primera vez se miraron de hito en hito. Y entonces pasó lo que tenía que pasar. Supieron al instante que estaban hechos el uno para el otro. No importaba raza, no importaba religión no importaba material del que se estuviera hecho, no importaba nada.
Una brisa atornilló el baile más sensual de las cortinas de aquella habitación, se hicieron invertebrados y botaron el uno frente al otro.
De repente Matuca estalló haciendo un ruido musical y tosió.
De su tos salió una pelotita de pimpón rosada. Era el fruto del amor. Luc supo que era sangre de su sangre puesto que nada más llegar a este mundo aquella nueva pelotita le llamó "papá".
Al día siguiente, Luc hizo la mejor compra de su vida: una mesa de pimpón que instaló en su dormitorio.
Allí pasaba horas jugando con su familia a la que adoraba.
Un año más tarde Luc dejó de vivir en su calle.
Se había instalado en un chalet en uno de los barrios más lujosos de la ciudad.
Ya no ejercía como profesor de inglés. Ahora era el jugador más famoso y brillante de pimpón del continente.
Pero era exigente. Sólo accedía a jugar con sus propias pelotas. Según decía la prensa, era el mayor coleccionista de pelotas de pimpón del mundo, con las que luego jugaba y encandilaba al público.
Entendían que era fruto de su excentricidad.
Nadie llegó a saber que todo era fruto de su amor.

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