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domingo, 21 de septiembre de 2008

CRÓNICAS , BERRINCHES, SIROCOS Y DEMÁS EVENTOS

CRÓNICAS , BERRINCHES, SIROCOS Y DEMÁS EVENTOS


CAPÍTULO 2: UN ENCUENTRO ACCIDENTADO NO ES SIEMRE UN ACCIDENTE.

Ella era octogonal y dormía en la punta de la luna. Porque su luna tenía puntas. Puntas largas y suaves. Planchadas y perfumadas. Ella estaba cubierta de hojas de lechuga y rodajitas de pepino. Que a veces se ponía para tonificar la piel. Y a veces las usaba para hacer una ensalada. Pero en realidad le venía bien para esconderse. Para ocultarse y evitar que elementos extraños hicieran daño.
Ella se enfurruñaba también. Pero lo hacía hacia adentro. Había estudiado esta técnica en una escuela especializada en educar emociones. Sacó buenas notas en la asignatura “Emociones dentro”. Para salir airosa en esto era imprescindible la fabricación de una caja en el interior.
-¿En el interior de la casa?
-No. En el interior del alma.
-Lo pillo.
Ella lo hizo. A pesar de ser muy mala en bricolaje. Pero se leyó un libro y utilizó láminas de alcachofas. Le salió bien. Además le encantaba la alcachofa.
Sin embargo a veces las emociones se escapaban. Y salían. Pero esa salida duraba poco. Las emociones salían de forma sutil. Salían de incógnito.
Ella tenía nombre de mujer de patriarca bíblico. Esposa poco fértil. Coqueta. Un poco celosa. Acostumbrada a la buena vida y a las ovejas. La acostumbrada a las ovejas era la de la biblia. Que conste.
La llamaban Ese. Bueno, la llamaban por su nombre. La llamaban. A veces no la llamaban. En ese caso no había problemas porque ella tampoco esperaba muchas llamadas. Y porque estaba acostumbrada a que normalmente cuando la llamaban era para pedirle favores. Pero con frecuencia desconectaba su teléfono. O simplemente no respondía. Cosa que suelen hacer muchos.
Ese creció entre libros. Nació debajo de una contraportada. Era pequeña. Nació sin decir nada. Salió disparada del hipotálamo de una guinda.
La infancia pasó de largo cuando llamó a su puerta. Ella estaba ocupada buscando sinónimos y haciendo polisemias sofritas.
Consiguió un empleo en donde tenía que poner tildes a las patatas y freír los diptongos. No era una profesión difícil pero sí llena de stress. Los diptongos solían disfrazarse de hiatos y éstos se transformaban en hernias. Así un día una de las hernias que había sido antes hiato y nacido diptongo, se escapó de su disco duro externo que era donde vivía. Se escapó con tanta fuerza que rebotó en un pañuelo rojo. Dicho pañuelo estaba ubicado sobre una cabeza. A la cabeza pareció molestarle. Es que cuando te golpea una hernia que antes ha sido diptongo, suele ser muy molesto.
Ese tuvo que salir corriendo detrás. No se podía tolerar que un diptongo hiciera esos alardes de escapismo. Había que corregir dicho desatino. Era su responsabilidad.
Ella corría dentro de un tomate vacío. Éste había sido en una vida anterior un guía de safaris así que tenía un olfato sensacional. Aunque no tenía nariz.
Seguían el rastro que había dejado el prófugo. Dejaba un rastro de estrógenos resfriados fáciles de localizar. Sin embargo los estrógenos eran un poco resbaladizos y el tomate perdió el equilibrio. Cayeron en picado.
-Vaya porrazo más tonto.-El tomate comentó.
-Se me escacharró el eme pe cuatro.
-¿Y p´a qué lo quieres?
-Me gusta escuchar música…-Pero donde estaban de poco iba a servir. Estaban en la boca de una inundación. Era tiempo de huracanes en la zona. Lo supieron porque en el cielo se veía un panel iluminado diciendo “época de huracanes y ciclones. Así que ya están avisados”.
Ese empezó a sentirse incómoda. Se le estaba humedeciendo el pelo y sus zapatos a juego con el bolso. Todo estaba húmedo. El tomate decidió hacerse barquito. Entonces comenzaron una travesía por el río. Al principio el agua estaba tranquila. Los peces cantaban y jugaban al fútbol. Pero después un torbellino se rizó el pelo y se quebró una de sus ocho patas. Luego se la escayoló él mismo con latas de conserva. Pero estaba enfadado. Le mordió un siroco en la oreja y como un caballo sin domar se encabritó. Que no tiene nada que ver con cabrito. Entendámonos.
Ese, subida en el tomate, se agarró fuerte. Las idas y venidas le daban náuseas. Se estaba mareando. Vomitó sonetos de Shakespeare y citas de Kafka. Y se sintió mejor. Una ola con gafas de sol abrió la boca y se los tragó. Pero los escupió enseguida. No le gustaban los tomates. Los lanzó fuera. Y se estamparon contra un pañuelo rojo.
-¿Qué pasa aquí? Últimamente se me pegan todos los elementos extraños…-Protestó el dueño del pañuelo.
-Te pido disculpas…-Ese intentó excusarse.
-No importa. No lo habéis hecho con mala intención.
-Claro que no. –El dueño del pañuelo era Jotajota. De esta forma, en medio de una tormenta se quedaron el tomate, Jotajota y Ese. Miraban como del cielo caían desdichas. Cuadradas y redondas. Líquidas y sólidas. Duras y blandas.

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