BIENVENIDOS AL OLIMPO

domingo, 21 de septiembre de 2008

CRÓNICAS , BERRINCHES, SIROCOS Y DEMÁS EVENTOS


CRÓNICAS , BERRINCHES, SIROCOS Y DEMÁS EVENTOS

CAPÍTULO 1: JOTAJOTA, LA REENCARNACIÓN DE UN PROFETA

Él era redondo y flotaba sobre una borrasca. Estaba relleno de caramelo y de atún dulce, una especie de pescado en peligro de extinción. Este pescado sólo vivía en los mares de la luna.
El hecho de tener este relleno lo hacía disperso y brillante. Preocupado por los demás. Concentrado en mejorar el mundo en el que vivimos.
Se enfurruñaba con frecuencia. Al principio. Pero únicamente siguiendo un planning dibujado en la arena. Que él mismo dibujaba cada tarde mientras ponía tiritas a las aceitunas deshuesadas. Porque a las aceitunas no les gusta que se las deshuese. Se ponen de muy mala uva. Se ponen de uva. Y se transforman en vino. Pero ésa es otra historia de la que hablaré otro día si me pilla en casa.
Él tenía nombre de profeta. Un profeta especialmente problemático. Y perfeccionista. Capaz de sacar de sus casillas al mismo Creador. Quién sabe si sería una reencarnación de aquel hombre antiguo a quien Dios eligió para ir a Nínive.
Le llamaban “Jotajota”. En realidad le llamaban por su nombre pero no conviene ponerlo en un texto escrito. Podrían demandarnos. Y no queremos líos con abogados. Suelen ser unas sabandijas. Bueno, dejemos eso. Sólo son diferentes. ¿No?
Jotajota tenía una voz de hierbabuena con un acento de menta. La diplomacia no le visitó cuando decidió repartirse. Y a él no le interesaba. La franqueza se le había pegado en los talones y caminaba sobre ella. Aunque tuvieran que caer cabezas. Aunque él mismo cayera. Cuando reía era como si una tormenta de chocolate estallara en la puerta del cielo.
Las cosas las hacía porque sí. Porque él estaba convencido. Fuera lo que fuera. No siempre era fácil. No siempre contaba con el apoyo de los dioses. Pero eso no le asustaba. A veces se unía a los salmones para entrenarse. Para ir contra corriente. Aunque fuera peligroso. Aunque el color no le gustara. Aunque el agua fuera fría. No importaba.
Era muy guapo. Podía haber sido modelo de pasarela. Pero las proposiciones de Armani no le gustaron y dijo que nones. Podía haber sido bailarín. Tenía un sentido musical excepcional que había heredado de sus ancestros, los centauros del equipo de Quirón. Los centauros sosegados y de buen rollo. ( Para el que tenga problemas sobre quiénes eran los centauros, la autora de esta historia recomienda vivamente el libro llamado “Encontré el Olimpo bajo mi cama” Editorial Hergué. Se puede pedir directamente en
www.hergué.com. Animaos. También podéis ir a Google. Pero no es lo mismo…Dónde va a parar.)
En fin, a pesar de todo él eligió una profesión difícil. Se dedicaba a contar los trozos de bilirrubina y luego pegarlos. Encuadernaba el ácido úrico y diagnosticaba hernias debutantes.
Durante la noche construía un club que él mismo había fundado. No era fácil pertenecer a dicho club. Él tenía reservado el derecho de admisión y para incluirse en semejante club había que pasar un examen de selección bastante duro. En realidad había que examinarse cada día. Al amanecer.
Este pluriempleo le ocupaba mucho tiempo. No era fácil. Pero él lo conseguía.
En su afán de mejorar el mundo fabricaba plantas de reciclaje y una máquina para fabricar mouse de chocolate con la que se alimentaría la gente que tuviera hambre. Construirla fue complicado. Pero servía. No obstante la gente no siempre estaba contenta. Se cansaban de la mousse y pedían pollo frito. Entonces Jotajota se puso manos a la obra y fabricó la máquina que hacía pollos fritos. Pero los pollos se pusieron muy furiosos. Los pollos eran vegetarianos. En realidad los pollos no eran vegetarianos. Pero querían que los demás lo fueran. El sindicato de pollos fritos reunió a su gabinete de crisis y decidió que aquello era un pollicidio. Que no se toleraría dicho invento. De esta forma la máquina tuvo que autodestruirse. Se fabricó un agujero negro y ella misma se succionó. Todo práctico y ecológico. No quedó ni rastro. Pero la gente siguió protestando. Jotajota se sentía como Moisés a la salida de Egipto. Y todavía no había llegado al Mar Rojo.

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