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martes, 1 de octubre de 2013

HAITÍ | Tras el terremoto La miseria crónica no tiene remedio

Unos niños cargan con bidones en un campo de desplazados. | Unicef HAITÍ | Tras el terremoto La miseria crónica no tiene remedio

Aunque también fue sacudido por el terremoto, el antiguo puerto cafetero de Jacmel constituye un oasis en el insoportable paisaje de miserias de Haití. La llamada ciudad de los artistas, famosa por su artesanía de papié maché --que constituye uno de los tesoros de la cultura autóctona-- ha conquistado a la legión de cooperantes extranjeros gracias a sus playas y hoteles románticos. A solo una hora de carretera del agobio de Puerto Príncipe parece un país distinto, libre de la deforestación, el hacinamiento y la desesperanza que afligen a la capital. No es raro que los técnicos de la AECID escogieran Jacmel para patrocinar la creación de un polo turístico, además de una escuela de artes tradicionales con materiales degradables y un proyecto de ayuda a 3.000 pescadores.
Pese a sus muchos encantos naturales Haití se convirtió en destino maldito para el turismo, que habría podido ser una fuente de riqueza como en la República Dominicana, con la que comparte la isla de La Española. Pero desde mucho antes del terremoto la visión de la enorme pobreza ha horrorizado a los visitantes, espantados también durante décadas por la represión política, el atraso social y la falta de higiene.

Un país condenado a la pobreza

El trágico destino del pueblo haitiano quedó escrito en los días turbulentos de su independencia, once décadas atrás. Haití tendría que pagar un alto precio por haber desafiado y derrotado a Francia con una revolución popular antiesclavista, que proclamó el primer estado independiente de América Latina y la primera república negra del mundo. La potencia colonial le impuso indemnizaciones abusivas y decretó un eterno cerco político y económico, lastrando para siempre su desarrollo. Desde entonces la historia de Haití se resume en una continua sucesión de crisis. La pequeña nación caribeña viviría sometida al expolio de dictaduras tan atroces como la de François Duvalier y su hijo Baby Doc.
Haití siempre fue una república frustrada, condenada a la impotencia ante una pobreza extrema. En 2008, cuando apenas se había recuperado de la devastación de los huracanes, sufrió los efectos de la crisis alimentaria fomentada por los especuladores de la Bolsa de Chicago. Y solo año y medio después sería arrasada por el terremoto. Entonces los datos estadísticos ya retrataban una realidad social pavorosa: con una expectativa de vida limitada a 52 años, la anemia era endémica entre los niños y el 80 por 100 de los haitianos se encontraba por debajo del umbral de la pobreza. La mitad de ellos carecía de ingresos y 60 de cada 100 sobrevivían con menos de 70 céntimos de euros diarios. Esta pobreza crónica se correspondía con la fragilidad de sus infraestructuras, una administración corrupta y unos gobiernos incompetentes.
Ahora la solidaridad internacional ha paliado el sufrimiento de centenares de miles de víctimas del terremoto, pero no ha alcanzado a los millones de víctimas de la miseria crónica. Porque el enorme gasto realizado no ha servido para crear riqueza alguna, ni a penas puestos de trabajo más allá del personal auxiliar para las ONG ni, por tanto, esperanzas de futuro.

Tensiones con el gobierno

La ayuda internacional ha forzado al débil gobierno haitiano a reaccionar. Las organizaciones humanitarias le han exigido un control eficaz y visible sobre el enorme caudal de fondos que ha llegado. Y no se puede decir que la respuesta obtenida haya resultado totalmente satisfactoria. Hay que recordar que Haití es uno de los cuatro países más corruptos según las listas de transparencia internacional. "No podemos defraudar la confianza y la generosidad de millones de personas que han hecho donaciones para paliar la tragedia del terremoto -argumenta el delegado Unicef, Edouard Beigbeder- cuyo dinero está permitiendo al Estado recuperarse y ejercer sus responsabilidades sociales".
La gestión del gobierno del presidente Martelly está siendo objeto de sospechas y acusaciones durante los últimos meses. Pero es el socio obligado de las grandes agencias humanitarias, que no pueden formular sus críticas abiertamente y tienen que limitarse a asumir las tensiones que supone empujar a las autoridades políticas en la dirección correcta. Las delegaciones internacionales hacen un trabajo sordo para, en primer lugar, impulsar el establecimiento de normas administrativas precisas y, después, para asegurarse de que tales normas se aplican pese a la precariedad de las estructuras estatales.
"Tenemos que transmitir a las autoridades locales nuestros métodos y conocimientos para la protección de la infancia --prosigue Beigbeder-- porque tenemos que retirarnos poco a poco y dejar todo en sus manos; al contrario que en una empresa privada, nuestro mayor éxito será que podamos irnos. Pero no va a ser fácil de conseguir. Tal vez requiera años".
A nadie se oculta que la miseria seguirá siendo insuperable y no habrá planes de ayuda humanitaria que valgan, si no se acaba con las principales causas del empobrecimiento de Haití. El problema es que han sido creadas y son auspiciadas por la Organización Mundial del Comercio, cuyos designios se imponen de forma despiadada e inapelable.

Desconfiar de cifras y estadísticas

Haití produce menos de la mitad de los alimentos que consume, debiendo importar el resto. El arroz, que es básico en la dieta de los más humildes, representa un caso paradigmático. Los cultivadores locales están arruinados por la irresistible competencia norteamericana. Y los arroceros del valle de Artigonit -el mayor granero del país- forman el grueso de la constante emigración campesina.
Las zonas rurales de difícil acceso están mucho peor de lo que reflejan unas estadísticas basadas en muestreos reducidos. Por ejemplo, la reciente Encuesta de Demografía y Salud, que pretende analizar indicadores socioeconómicos, demográficos y de salud. Pero los estudios anteriores se hicieron entre octubre de 2005 y junio de 2006. Y la comparativa resulta dudosa, ya que sus principales responsables locales (como el ministerio de Población y Salud Pública o el Instituto Haitiano de la Infancia) carecen de estructuras básicas. Para advertirlo basta con visitar sus sedes oficiales, que a veces no son más que barracas vacías.
Es cierto que las evaluaciones se efectúan con apoyo de varias agencias internacionales. Pero estas tienen interés en reflejar balances positivos de sus propias actuaciones. Y suelen contemplar la realidad desde las colinas de Petionville, el barrio de los ricos donde la corrupta burguesía haitiana anida entre bancos y sedes diplomáticas, alejada del miserable hormiguero de Puerto Príncipe. Allí, cada domingo, una elegante feligresía satisfecha por la infinita misericordia divina se abarrota para oír misa en la iglesia de San Pedro. Tienen motivos para dar las gracias a Dios porque forman parte del cuatro por 100 de haitianos que detenta el 64 por 100 de la riqueza nacional.
 http://www.elmundo.es/america/2013/09/29/noticias/1380456029.html

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