Afortunadamente, no he tenido grandes problemas de salud. Pero no puedo olvidar una enfermedad que tuve en la rodilla y que terminó marcándome tanto personal como profesionalmente. Tenía veintipocos años, había terminado Medicina y estaba formándome como residente en Nefrología. Por aquel entonces, tenía derrames repetidos en la rodilla, que se me inflamaba mucho, pero, como tantos médicos, no era especialmente buen enfermo y no le hacía mucho caso.
Al final me decidí a consultar, pensando que sería algo traumatológico, sin más; pero cuando, al hacerme la punción, vi que salía sangre, me puse de todos los colores y me asusté muchísimo. Inmediatamente empecé a hacer todo tipo de diagnósticos diferenciales, poniéndome en lo peor. Recordemos que en aquel momento yo era residente, que es cuando devoramos todo lo que hay que leer, y a mi cabeza acudían todas las posibilidades más oscuras.
El resultado de la biopsia me tranquilizó en parte: tenía una enfermedad rara, llamada sinovitis vellonodular pigmentada. En aquel entonces no se sabía muy bien en qué consistía, y lo cierto es que tampoco hoy, casi cuarenta años después, se sabe demasiado de ella. Aparentemente, es una reacción inespecífica a traumatismos repetidos: si uno se da varios golpes y se van produciendo derrames, parece que al final empieza a proliferar la membrana sinovial –la funda que recubre la articulación– y se forma una especie de tumor benigno.
Digo que el diagnóstico me tranquilizó en parte porque, aun cuando me aliviaba que no se tratara de algo grave, lo cierto es que el tratamiento no estaba claro. En principio, había que quitar la sinovial; pero, después, algunos médicos pensaban que también me tendrían que dar radioterapia y otros que habría que darme isótopos. Ninguna de las dos opciones me hacía la menor gracia, la verdad.
Me operaron para hacerme la sinovectomía en la Fundación Jiménez Díaz, la clínica donde estaba de residente, y tuve el síndrome del recomendado: me pusieron un anestésico especial que se suponía daba menos reacción... y el resultado fue que estuve en un tris de hacer una parada respiratoria. Menos mal que pasó un anestesista en ese momento y logró reanimarme porque, si no, esa parada podría haber tenido consecuencias dramáticas. Por lo demás, la intervención fue excelente, aunque la rehabilitación fue durísima.
Aprendí entonces que la recuperación es algo que cuesta esfuerzo, tiempo y dolor. Pero me lo tomé muy en serio y recuperé el 100% de la movilidad. Nunca volvió a aparecer la inflamación y tampoco hicieron falta isótopos ni radioterapia. Todo salió bien, pero aquello me marcó para siempre: en primer lugar, pude comprender lo que supone la incertidumbre de un diagnóstico; también vi desde dentro todo lo que es un proceso de quirófano y entendí que no hay intervención quirúrgica, por leve que pueda parecer, que no conlleve algún riesgo.
Eso me ha hecho ser con mis enfermos bastante más conservador de lo que era antes. Además, supuso un parón en mi vida, en mi actividad, y me puso en contacto con mi propia fragilidad. Pasar por un proceso de éstos, aunque de final feliz, te hace romper la distancia y acercarte a lo que es la medicina y la cirugía desde el punto de vista del paciente. Sin duda, la enfermedad me influyó como persona y me humanizó como médico. Y, también, aprendí desde entonces a evitar ir de recomendado por la vida. Recomendaciones... las menos posibles, que luego pasa lo que pasa".
*Transcripción de María Corisco.
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2011/07/04/noticias/1309786376.html
El resultado de la biopsia me tranquilizó en parte: tenía una enfermedad rara, llamada sinovitis vellonodular pigmentada. En aquel entonces no se sabía muy bien en qué consistía, y lo cierto es que tampoco hoy, casi cuarenta años después, se sabe demasiado de ella. Aparentemente, es una reacción inespecífica a traumatismos repetidos: si uno se da varios golpes y se van produciendo derrames, parece que al final empieza a proliferar la membrana sinovial –la funda que recubre la articulación– y se forma una especie de tumor benigno.
Digo que el diagnóstico me tranquilizó en parte porque, aun cuando me aliviaba que no se tratara de algo grave, lo cierto es que el tratamiento no estaba claro. En principio, había que quitar la sinovial; pero, después, algunos médicos pensaban que también me tendrían que dar radioterapia y otros que habría que darme isótopos. Ninguna de las dos opciones me hacía la menor gracia, la verdad.
Me operaron para hacerme la sinovectomía en la Fundación Jiménez Díaz, la clínica donde estaba de residente, y tuve el síndrome del recomendado: me pusieron un anestésico especial que se suponía daba menos reacción... y el resultado fue que estuve en un tris de hacer una parada respiratoria. Menos mal que pasó un anestesista en ese momento y logró reanimarme porque, si no, esa parada podría haber tenido consecuencias dramáticas. Por lo demás, la intervención fue excelente, aunque la rehabilitación fue durísima.
Aprendí entonces que la recuperación es algo que cuesta esfuerzo, tiempo y dolor. Pero me lo tomé muy en serio y recuperé el 100% de la movilidad. Nunca volvió a aparecer la inflamación y tampoco hicieron falta isótopos ni radioterapia. Todo salió bien, pero aquello me marcó para siempre: en primer lugar, pude comprender lo que supone la incertidumbre de un diagnóstico; también vi desde dentro todo lo que es un proceso de quirófano y entendí que no hay intervención quirúrgica, por leve que pueda parecer, que no conlleve algún riesgo.
Eso me ha hecho ser con mis enfermos bastante más conservador de lo que era antes. Además, supuso un parón en mi vida, en mi actividad, y me puso en contacto con mi propia fragilidad. Pasar por un proceso de éstos, aunque de final feliz, te hace romper la distancia y acercarte a lo que es la medicina y la cirugía desde el punto de vista del paciente. Sin duda, la enfermedad me influyó como persona y me humanizó como médico. Y, también, aprendí desde entonces a evitar ir de recomendado por la vida. Recomendaciones... las menos posibles, que luego pasa lo que pasa".
*Transcripción de María Corisco.
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2011/07/04/noticias/1309786376.html
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