El matrimonio del Príncipe Alberto II de Mónaco y Charlene Wittstock ha sido un «mal negocio» económico, justo cuando la crisis financiera también afecta con severidad las cuentas del Estado monegasco.
La ceremonia principesca ha costado unos 20 millones de euros, y los ingresos esperados han sido mucho más modestos de lo previsto por el ministro de Finanzas del pequeño país, Marco Piccinini, que incluso ha pensado en suprimir las subvenciones concedidas a los Ballets de Montecarlo, provocando un choque brutal con la Princesa Carolina.
El príncipe y sus consejeros habían esperado mucho de unos derechos de retransmisión de las ceremonias de la boda, «subastándolos» en torno a los 400.000 euros. Tras varios meses de negociaciones fallidas, Alberto optó por renunciar a tales ingresos, aceptando la libre difusión de las imágenes.
Para colmo, el PIB de Mónaco sufrió el año pasado una caída del 20 por 100, víctima de la crisis inmobiliaria, la crisis del Casino y la falta de claras perspectivas financieras.
Ahora, el ministro de Finanzas de Mónaco confía «salvar» las cuentas del Estado con la venta de los productos derivados de la boda principesca: vajillas, teléfonos móviles, cuberterías, pañuelos, camisetas, decoradas con las imágenes de Alberto y la princesa Charlene. Más prosaicos y menos glamourosos de lo esperado.
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