La gente de los cerros
Los más afortunados dentro de su infortunio pasaron la noche en las carpas que durante el verano utilizaron para salir de paseo. Otros las improvisaron con frazadas o retazos de lona y los demás durmieron –si es que durmieron- a cielo raso o dentro de sus autos. La cordillera de la costa, entre los paralelos 35º y 38º de latitud sur, se convirtió en el refugio de los que huyeron de las ciudades o de los pueblos costeros, por miedo a los tsunami.Aunque no existe un registro ordenado, se estima que más de 500.000 de los habitantes de las regiones de Maule y de Bio-Bio, acampan en los cerros a la espera de que el suelo deje de sacudirse. En lo que va de hoy, se han sentido cuatro réplicas del terremoto que sacudió a Chile el sábado, hace sólo dos días, aunque parece que hubiera transcurrido un mes desde que se desató la catástrofe.La gente de los cerros, como se les llama, proviene de grandes ciudades como Constitución o Talcahuano o de pequeñas localidades como las de Dichato, Tregualemu o Pullay. De estas últimas sólo quedan pocas casas en pie; las demás fueron barridas por la marejada y ahora yacen en ruinas junto a los cascos de los buques que quedaron varados a centenares de metros de los muelles que ya no existen.Elvira, de Talcahuano, no sabe que suerte corrieron sus dos hermanos mayores, tripulantes del pesquero Arauco, que faenaba a dos kilómetros de la costa cuando se produjo el seísmo. "En ese momento agradecí a Dios que estuvieran en la mar donde no hay edificios ni nada que pueda aplastar a una persona. Después, cuando vino el maremoto, pensé: que hemos hecho para merecer este castigo", murmura Elvira.La Armada envió una flotilla de lanchas en busca de las embarcaciones que en vez de ser empujadas hacia la costa, fueron succionadas mar adentro. Hasta ahora no hay señales del Arauco y para Elvira cada minuto en el limbo es una agonía.Una patrulla militar recorre los cerros distribuyendo ayuda a los refugiados y tratando de convencerlos para que regresen a sus pueblos o ciudades. Es necesario que lo hagan si quieren recibir algo más que emparedados y agua envasada.Los camiones-cisterna y los que transportan generadores de electricidad, carpas y alimento envasado; los que reparten medicamentos para diabéticos o para los hipertensos, no pueden trepar a esos cerros. Además, se está realizando un catastro de los damnificados para cuando comience la etapa de la reconstrucción, les explican los uniformados. Atendiendo a esas razones, las familias que están en los cerros envían a uno de los suyos a montar guardia junto a lo que quedó de sus casas.
Muchos de los que regresan se quedan horrorizados al comprobar que les han robado. Se pensó que al decretarse el estado de emergencia y al asumir las fuerzas armadas el control de la zona meridional, se acabarían los saqueos. Efectivamente, en Concepción, Talcahuano y Cauquenes cesó el pillaje.Pero los desalmados se aprovechan de que otras localidades están desprotegidas para apoderarse de lo poco que les queda a sus semejantes. El olor de los cadáveres que permanecen bajo los escombros no amedrenta a los inescrupulosos.
¿Por qué, entonces, la gente de los cerros no regresa a tomar posesión de lo que es suyo?
Billy Monroe, un norteamericano que hace años vive en Dichato, con su cónyuge chilena, explica que el día del terremoto, las autoridades les aseguraron que no habría tsunami. "Pero lo hubo y de que manera. La posada (turística) que construimos con nuestros ahorros, es un montón de escombros. Cierto, no había forma de proteger la estructura, pero hubiéramos rescatado objetos de valor. Algo se habría salvado del pillaje", masculla Billy, apretando la mandíbula.
http://www.elmundo.es/america/2010/03/01/noticias/1267481641.html
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