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domingo, 16 de noviembre de 2014

Monago Mártir

Monago Mártir

Lapidado, humillado e impotente severo, dice haberse sentido el barón rojo pepero desde que le estalló en la cara el obús de sus viajes a Canarias

Ayer se me cayó el móvil al excusado. Sí, que tire la primera piedra el que no haya teletrabajado alguna vez sentado en el trono. Porque eso es lo que estaba haciendo. Horas extra. Aprovechar los ratos muertos del curro para trabajarme a un lumbreras que me había entrado por Tinder sin faltas de ortografía. La foto era lo de menos. Un tipo así rollo chulazo de Trivago, o sea, un fake como la catedral de Burgos. Pero, teniendo en cuenta que yo tengo la de la orla del instituto, no se puede una poner estupenda. El caso es que la cosa se fue calentando, le invité a pasar a WhatsApp para aproximar posturas, y empecé a oír los doble clicks del nota como si lo tuviera pegado a la nuca. O sea, que el tipo estaba haciendo lo mismo que yo, pero sentado en el retrete de caballeros. Espalda contra espalda, nos hallábamos, por no decir otra cosa. Mira, del siroco que me entró de pensar en salir y encontrarme al jefe jeta a jeta, hice tales malabares con el Android que acabó en el sumidero. Porque era él, seguro. El Android, no; mi jefe. La prueba es que, desde entonces, me delega menos que la jueza Alaya. Así que aquí estoy: señalada, prejuzgada y condenada por un pecado que no he cometido, porque de consumar ya ni hablamos. Virgen y mártir, como Monago.
Daba angustia oír a ese santo en vida, presidente de la Junta de Extremadura, confesar el Gólgota que ha tenido que atravesar la última semana. Lapidado, humillado e impotente severo, dice haberse sentido el barón rojo pepero desde que le estalló en la cara el obús de que viajaba mucho a Tenerife para ver a una señora con cargo al erario público. Atrapado en una tormenta de arena, amarrado a la silla, llorando lágrimas de sangre ante el ataque despiadado de los infieles y algún que otro correligionario, declama haber vivido, textualmente. Y todo, por marear la perdiz él solito durante ocho días. Primero, con que si los viajes eran de trabajo. Después, con que si iba a devolver hasta el último céntimo. Y, finalmente, con que donde dije digo, digo Diego, aquí van las facturas, y a mí que me registren.
Luego, como todos los mártires tienen vidas ejemplares, pasó a describirnos la suya con todo lujo de detalles. Para lagrimones, los míos, cuando le oí gemir que cobra 3.500 pavos pelados. Que se paga su luz y su agua. Que vive en su casa de él y no en ningún casoplón público, como otros, sea La Moncloa de Rajoy en Madrid o el Monte Pío de Feijóo en Galicia. Que, por no tener, no tiene ni parabólica, dime tú si eso no es una renuncia intolerable. Y, ya en el colmo del sacrificio, que le conocen en muchos bares de carretera porque come de pie en la barra para no perder el tiempo ni que le cobren el suplemento de mesa.
Ahí fue cuando me vine abajo del todo recordando los suplicios de Monedero, otro protomártir de Podemos. Cuando tiene que coger preferente porque no hay plazas en turista, se pasa el viaje a pie derecho en la cafetería del AVE por “coherencia política”, confiesa. Total, que veo urgente una reflexión colectiva sobre la mala vida que les estamos dando a nuestros próceres. O, al menos, irle pidiendo al papa Francisco que agilice su proclamación como santos súbitos, por si las muertes en vida.

 
 http://elpais.com/elpais/2014/11/14/estilo/1415985354_617412.html
 

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