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sábado, 9 de julio de 2011

El escándalo Strauss-Kahn enciende una rebelión en la hostelería de Nueva York. Denuncian que los casos de insinuaciones y abusos son habituales

El escándalo Strauss-Kahn enciende una rebelión en la hostelería de Nueva York. Denuncian que los casos de insinuaciones y abusos son habituales

Para hacerle a Strauss-Kahn el paseíllo de la vergüenza se habían juntado entre cien y doscientas camareras —y algún que otro camarero— de los hoteles más relucientes de Nueva York, todos de uniforme y llevando en el pecho las placas de sus establecimientos. Nadie era del Sofitel, donde estalló el escándalo. Tampoco se encontraba a nadie que conociera personalmente a «nuestra hermana», la misteriosa Salomé que de momento ya le ha cortado la cabeza al FMI y a la candidatura socialista a la presidencia francesa. Pero todos sus colegas la creen y la apoyan sin fisuras: «Un ataque contra ella es un ataque contra todos nosotros».
Tanta solidaridad es en parte espontánea y en parte no lo es tanto: la manifestación de camareras ante el juzgado (y ante muchos periodistas) fue pactada con los patronos de los hoteles por el poderoso sindicato que las representa, el New York Hotel and Motel Trades Council, cuyo cuartel general se encuentra en la calle 44, irónicamente a pocas manzanas de distancia del Sofitel. Con 300.000 afiliados puede presumir de representar al 75 por ciento de los trabajadores hoteleros de manager para abajo. Eso es mucho si consideramos el 8 por ciento de afiliación sindical que es la media en la hostelería del resto de Estados Unidos. Entre sus triunfos figura imponer la negociación colectiva en un país donde esta no es ningún dogma, y que esa negociación incluya la imposibilidad de echar a un empleado de hotel envuelto en un conflicto sin la mediación de una autoridad independiente. Gracias a esta cláusula, por ejemplo, la camarera del Sofitel está en estos momentos blindada contra el despido aunque por orden del juzgado haya dejado de ir a trabajar.
A nadie se le escapa que con este escándalo el sindicato de la hostelería está haciendo su agosto: ha multiplicado la propaganda y los avisos de lo importante que es estar afiliado para tener protección, a la vez que negocia con los hoteles la instalación de «botones antipánico» y de programas de entrenamiento para que las camareras y el resto de personal sepan qué hacer cuando se presentan situaciones de peligro, que al parecer se presentan constantemente, según la camarera Luz y sus amigas. Aunque otras fuentes, como John Turchiano, director del periódico del sindicato, matiza que los casos que llegan a la «verdadera» violencia sexual, que es lo que presuntamente ocurrió en el Sofitel, son en la práctica bastante infrecuentes.
Es mucho más habitual el abuso o la ofensa de bajo perfil: el cliente-lobo solitario, generalmente un hombre (aunque también se han visto casos de depredación sexual femenina), a veces mete mano a la camarera y trata de entrar en materia sin más, pero en la mayoría de las ocasiones se «conforma» con exhibirse desnudo y, en su opinión, provocativamente; con formular obscenidades no de obra pero sí de palabra y, evidentemente, de pensamiento; o incluso en proponer una remuneración económica a cambio de sexo, por ejemplo preguntando cuánto cuesta el servicio de habitaciones «completo».

Muchas veces en peligro

Las más de las veces la camarera no corre peligro de violación objetiva pero sí puede sentir que la violan subjetivamente, valiéndose del enorme diferencial de poder social y adquisitivo, de la tendencia a dar por hecho que estas mujeres no están en condiciones de rechazar una oferta de 100 ó 200 dólares, y menos aún de ir con el cuento al gerente del hotel o a las autoridades. Son pocas las que se hayan sentido realmente en peligro de ser forzadas físicamente o sin ninguna posibilidad de rechazar este tipo de proposiciones. «En realidad lo estamos rechazando todo el tiempo», explica la camarera Luz, cansada. Pero sí son muchas las que se han visto muy poquita cosa ante la afrenta. Tratadas como carne de derecho de pernada. Y es que a pesar del abrazo del oso del sindicato sigue habiendo mucha zona gris, mucha tierra de nadie, ocupada por inmigrantes sin papeles cuyo desvalimiento —y fatalismo— ante cualquier ataque es casi total.
Entonces el caso Strauss-Kahn ha prendido la mecha de la rebelión. ¿Qué pasará si al final se descubre que la camarera del Sofitel mintió en todo o en parte? Pues en realidad nada, porque para centenares de camareras (y algunos camareros) el exdirector gerente del FMI se ha convertido en el símbolo de todos los depredadores sexuales que alguna vez han desplegado sus garras en un hotel de Nueva York. Si no paga por él, pagará por todos los demás. Con cárcel o con vergüenza.

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