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sábado, 9 de octubre de 2010

De Pekín, el imperio rojo, a Lhasa, la cuna de los dioses

De Pekín, el imperio rojo, a Lhasa, la cuna de los dioses
Para nuestra desilusión el viaje a Lhasa lo hacemos en avión, no en tren. Desde 2007 funciona la línea Pekín-Lhasa, una inversión de unos 3.300 millones de euros, símbolo de cómo el gobierno central se interesa por el antiguo reino de los lamas. Triplica lo dedicado a sanidad y educación en la región por el gobierno central.
A los funcionarios que nos acompañan en esta expedición guiada les sorprende que queramos pasar 47 horas de nuestra vida recorriendo los 4.000 kilómetros que separan Pekín de Lhasa, pero eso nos haría evocar a los grandes expedicionarios del pasado, encabezados por la osada Alexandra David-Neel, la primera mujer en llegar a la capital tibetana en 1924. En esos tiempos, incluso en los años 40 cuando el aventurero Heinrich Harrer ('Siete años en el Tíbet') se instaló allí Lhasa era una ciudad vetada a los occidentales. Y por ello un territorio soñado por los más intrépidos. Hoy lleva camino de convertirse en un parque temático sobre budismo.
En el aeropuerto de la capital china nos someten a un estricto control "por cuestiones de seguridad". El temor al separatismo guía cada paso del régimen de Hu Jintao y el Tíbet se la jugó fuerte en marzo de 2008, cuando las revueltas pusieron en evidencia las divergencias entre la comunidad 'han' y la tibetana. Llevamos una carta de invitación del gobierno de la Región Autónoma de Tíbet y eso nos abre las puertas. Siendo periodistas viajar al Tíbet es una tarea ardua que pocos logran culminar con éxito. Pero vamos de la mano del Gobierno chino, que quiere que veamos "con nuestros propios ojos" cómo se ocupan del progreso de Tíbet. Llegamos al aeropuerto Gonggar siete horas después de salir de Pekín con escala en Chengdu. En el vuelo apenas se veían tibetanos pero tampoco hay muchos en la sala de espera. Nos saludan banderas chinas colgadas en hileras del techo, como si se celebrara una fiesta nacional.
Bienvenida entre secretismo y buenos augurios
Gozamos de un sol resplandeciente del que estamos mucho más cerca, a 3.600 metros de altitud. Huang, funcionaria del gobierno local, nos coloca en torno al cuello una 'kata', pañuelo de seda blanca, símbolo de buen augurio y bienvenida en el Tíbet. También nos prevé sobre el mal de altura, que provoca dolor de cabeza así como insuficiencia respiratoria. Aconseja tomar 'hongjingtian', lo que en España se conoce como rodhiola, una hierba revitalizante, que aquí puedes beber como un refresco o como medicina.
De camino a la ciudad vemos hileras de camiones llenas de soldados chinos 'han', la etnia mayoritaria. Preguntamos por qué tanto movimiento pero nos dicen que van a llevar provisiones y materiales. Imposible saber adónde van ni de cuántos efectivos hablamos. Lhasa está rodeada de cuarteles militares pero evitan que los veamos.
La primera parada es en el monasterio Jokhang, un pequeño palacete del siglo VII enclavado en el barrio antiguo donde se ofrecen al turista 'tang-kas' (dibujos en tela de dioses del budismo), molinillos de oración, rosarios de cuentas y demás objetos que recuerdan que en Lhasa el budismo fue algo más que una religión. Al caer la tarde, ancianas con trajes tradicionales hacen el saludo al sol y decenas de devotos, entre ellos varios monjes, dan vueltas alrededor del Jokhang. Del Dalai Lama, ni rastro. Aquí sólo se venera al Panchen Lama reconocido por Pekín. Ya en el hotel nos tranquiliza saber que hay una máquina de oxígeno en la habitación por si nos quedamos sin aire
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/10/08/internacional/1286533575.html

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