CAPITULO 5: LO NEGATIVO DE SER POSITIVO
Aquella noche, Raquel decidió preparar un plato que le gustaba a Michael: pollo al ajillo. El entró en la cocina.
-¡Huele delicioso!- Se acercó y balanceó con sus manos de hombre las caderas delicadas de su novia. - Te amo...
-Y yo a ti...¿me ayudas a poner la mesa?- Cuando Michael puso la mesa Raquel colocó en el centro un ramillete de claveles rosas y dos velas. Sacó una botella de vino reservado y propuso brindar por los dos cuando comenzaban a cenar. La comida estaba tan bien presentada y la mesa parecía recién decorada.
-¿Qué estamos celebrando?- Preguntó él.
-Que estamos juntos...
-Y vamos a estar así durante mucho tiempo...- La botella de vino la acabaron. Raquel, nada acostumbrada al alcohol estaba empezando a aturdirse.
Para los postres, Michael preparó un cóctel con whisky y licor de manzana.
-¡Tenemos que beberlo de un trago!- Cuando el alcohol se asentó en la falda de su sangre, Michael reía. Bailaron abrazados mientras el equipo de música agitaba una melodía azucarada que reptaba por sus oídos.
El día siguiente les despertó pasadas las once, con un terrible dolor de cabeza.
-Buenos días, mi amor. Hoy preparo yo el desayuno...- Michael se levantó y se fue para la cocina mientras Raquel se duchaba. El día se alzaba restaurando claridades con un pincel líquido.
Cuando empezaron a desayunar ella recordó que había que preparar la fiesta de la tarde. Michael le recordó:
-Vendrán todos con sus parejas. Vienen Otto, el profesor de alemán, con su novia Frida. Viene Antje la otra profesora de alemán con su esposo español Alfredo. Vienen Brigitte y Claude, los dos profesores de francés. Pietro y Carla, los dos profesores de italiano. Helen y Erika que son las norteamericanas y novias.
Entre los dos hicieron lo que Raquel había planeado. Había muchas bandejas de canapés y otros pequeños bocados todo decorado como a ella le gustaba. Había casi de todo: cuadritos de tortilla, albóndigas, croquetas, tartaletas, distintas ensaladas, diferentes tipos de canapés, pastitas dulces, frutos secos...
A las seis y media todo estaba listo. Michael y Raquel se ducharon y vistieron. Ella se ajustó un vestido azul que dejaba la espalda desnuda. El vestido levantaba muros a partir de la mitad de los muslos de seda de ella.
Michael se colocó un suéter de cuello vuelto gris que Raquel le había regalado. Ella, de puntillas frente a él, alargó los brazos para ponerle el cuello bien.
-Me encanta...Estás guapísimo.
-Gracias, mi amor.
-No olvides que también te encargarás de tu especialidad: ¡Los cócteles!
La casa estaba perfecta para recibir a los invitados. A partir de las siete empezaron a llegar los amigos.
Brigitte, Claude, Pietro y Carla llegaron en el mismo coche.
Michael encendió las luces del jardín para que vieran la piscina, las plantas y los árboles que él cuidaba... El parecía feliz y orgulloso de todo.
Cuando todos estaban ya dentro, después de charlar y saludarse unos a otros, Michael ofreció bebidas.
A todos les encantó. La música, primero suave y luego más rítmica, junto a la calidez de la chimenea les indujo a todos a entrar en calor. Todos estaban relajados, comiendo, bebiendo y charlando.
-¿Quién toca el piano?- Preguntó Erika. A lo que Michael se apresuró a contestar:
-¡Raquel!
-¡Vamos, Raquel, toca algo!- Rogó Helen. Los demás también insistieron y Michael apagó el equipo de música. Raquel se sonrojó levemente, diciendo:
-No se me da bien tocar en público...- Pero se dirigió al piano y tocó un fragmento de su sonata de Mozart favorita. Todos aplaudieron. Después con la guitarra acústica de Raquel, Otto tocó alguna canción de los Beatles que todos aplaudieron, corearon e incluso gritaron...
Frida y Brigitte comentaron la exquisitez del sabor y la presentación de la comida. Los demás estuvieron de acuerdo.
La charla, canciones, chistes y camaradería continuó hasta pasadas las dos de la madrugada, hora en que decidieron marcharse.
-Gracias por todo. Ha sido una velada estupenda...- Todos coincidieron con las palabras de Antje.
-Conduzco yo. Claude y Pietro han tomado demasiado de tus cócteles...-Dijo Brigitte, entre las risas de todos.
Cuando estuvieron solos, Michael se sentó en el sofá.
-¿Qué tal una última copa? No me la puedes rechazar...Vamos a brindar por nosotros, por el día tan bonito que hemos vivido. Porque te amo...-Al concluir aquel brindis Michael la besó con fuerza, poniendo rimmel azul en las pestañas del viento, después la miró con una ternura tan concentrada que rompía nubes.
-Vamos a la cama...te deseo...-La tomó en sus brazos y se la llevó al dormitorio. Allí poco a poco esquiló pelucas quitándole ropas estorbadas. Una plaga de besos sólidos arañó el silencio que pintaba bocas de canela. Engordó el amor en su báculo de margaritas desterradas. Cincelaron sus decoros decolorando la pasión por cada pliegue de su anatomía. Se lamieron chorros de anhelos con lunares de duende travieso.
Encerrados en aquella choza hecha con hebras plateadas de caracoles húmedos contra los que resumían historias bajo chubascos amarillos, se amaron entre sábanas sin ojos, entre flores trituradas en polvo de color, entre piernas con pilas alcalinas y ombligo de corazón destrozado. Se amaron como si fuera la última vez, el último amor, sobre un alma con hache, lloviendo centímetros de olores cúbicos. Se amaron como locos con sombreros de papel rosado, locos de dedos elásticos, locos caramelos de menta.
Llegó el lunes trenzando nervios desparramados. Decidieron ir por la tarde al analista a recoger los resultados de los análisis de ambos.
Una de las enfermeras sin expresión, les dio un par de sobres cerrados. Pensaron que era mejor no abrirlos y que lo hiciera Alfonso minutos más tarde en su consulta.
Allí, frente al médico, Michael tomó la mano a su novia.
-Bueno, Michael está limpio. No hay rastro de ninguna anomalía. Estás bastante sano.- Raquel lo miró y sonrieron.
-¿Y yo, Alfonso?- Preguntó Raquel masticando tensiones.
-Eres seropositiva...- Un silencio se quebró en el aire.- Mira, Raquel, eso significa que has estado en contacto con el virus pero aún no has desarrollado la enfermedad...Tal vez pasen diez o más años hasta que...la enfermedad se manifieste. Tal vez pasen meses, no lo sabemos....- Michael preguntaba, Alfonso contestaba, Michael contestaba y Alfonso preguntaba...mientras Raquel recorrió con chispas de sueños molidos su pasado.
Chorrearon tabletas de chocolate por una niña menuda que aprendió a escribir y leer a los cuatro años, se escurrían vestiditos rosados jugando al ajedrez con muñecas de plástico, dados de siete caras con sólo cuatro números se peleaban con ramos de violetas mustias de olor arañándoles danzas flamencas, migas de adolescente decapitaban pedazos de lluvia dulce mientras cientos de libros hacían cola para subir a una mesita de noche desde donde los leía ella, paciente, mordiendo hojas de caramelo y aquel piano que deambulaba hasta sus dedos pequeños y ella estrujaba a cuatro manos una sonata demasiado complicada, de repente las seis cuerdas de su guitarra olfateaban en varios idiomas su mesa de estudios quinceañeros, recordaban decenas de poemas de Lorca y Neruda, Raúl le traía de Méjico un medallón azteca antes de cumplir los dieciocho y declaraba amores con una mirada desgranada de ausencias. En la palma de la mano se dibujaba un mapa de Jerusalén y Berlín aquel verano planeado de paseos por un mundo que la llamaba naufragando sus diecinueve años. A rodajas seccionó un pañuelo de seda regalado por su novio austriaco en Salzburgo, frente a un castillo que bailaba valses, un, dos, tres... En una playa de Brasil hacía malabares con espuma de un atlántico machacado de adioses verdes, aquellos aviones declamaban versos inéditos de poetas inexistentes mientras ella ruborizaba arenas rosadas en el pacífico soleándose lunas. Las altas calificaciones paseaban a través de sus paredes succionando fantasmas y miles de profesores la felicitaban a coro, amigos que acortaban fronteras la llamaban con diccionarios políglotas, versos estreñidos de simplezas se reunían en cónclave para ganar premios literarios de los que ella no solía hablar y su voz pegada de manzana la convertía en la solista más tímida y aplaudida recibiendo copas y ramos de rosas en aquellos "concursos de la canción joven". Una universidad rastreaba siglos entre sus piedras cuando ella recibía un título sin piernas pero con alas de galera que se colgó en la pared más transparente sobre las cejas de su cuarto. La prueba oposición se colocaba un gabán verde sofrito de esperanzas y nervios de seguridad frente a la docencia. Años con leotardos de juglar resquebrajaron didácticas memorizadas en exámenes de junio y septiembre. Viajes vestidos como azafatas de larga distancia se sucedían despeinando el cielo sembrado de residuos nucleares con bigotes de gato siamés... Méjico, Argentina, Estados Unidos... Todos salían fotografiados en el álbum de su pasaporte hasta aterrizar en Costa Rica, hasta amerizar en la laguna de los versos y promesas de aquel hombre tan extraño, ella retorció sus veintisiete vírgenes en años y se las entregó una a una a Pablo. El labró con sus ojos rasgados laderas de mujer enamorada bajo las faldas de sus sueños, enraizó palabras de amor tatuadas entre sus pestañas...Luego vinieron chaparrones con manos de lágrimas, palabras huérfanas de contenidos, dolor amasado con saliva de mentiras menos piadosas y puñaladas más traperas. Recordó el último y primer año a su lado. Tan lleno de hiel y tan vacío de miel. Las lámparas ondulando esperanzas alrededor de las que revoloteaban polillas infieles que se quemaban dentro de sus ojos. Recordó su matrimonio apagándola como una vela que se funde, recordó la cercanía de aquella muerte buscada cuando él se marchó. Láminas de memoria alborotaban una imaginación en ebullición.
En un abrir y cerrar de oídos se dio cuenta de que Alfonso y Michael la miraban como se mira a una mariposa agonizante. Ella apenas parpadeó dos sonrisas. No se explicaba cómo se mantenía serena. Pero en realidad se estaba partiendo a pedazos. Esa era la verdad.
-Intenta llevar una vida sana, como la que llevas, intenta mejorar, si te parece, tu calidad de vida y en todo este tiempo...aquí me tienes para lo que tú necesites. Lo siento mucho, Raquel. Has tenido mala suerte con ese maldito matrimonio tuyo...- Dijo el médico y amigo.
-No quiero que mi familia lo sepa.- Ella miró tajante a los dos hombres. Alfonso, al fin y al cabo conocía bien a toda la familia de Raquel pero comprendió que tendría que respetar su decisión.
Al llegar a casa, Michael trató de abrazarla pero ella lo rechazó, tal vez por primera vez y se encerró en su dormitorio derrumbada en lágrimas.
Michael entró en la que había sido el dormitorio de los dos.
-No pienses que voy a dejarte sola ahora. Ahora quiero más que nunca estar a tu lado...- Michael hablaba y ella se sentía partida, hecha añicos, sentenciada por amar a un sólo hombre, por reservarse para Pablo, por haber tropezado con aquel ser.
Despacio, respirando corto, agarró un jarrón de cristal y con la cara plagada de lágrimas, lo estrelló contra la pared gritando:
-¿Por qué yo? ¿Qué he hecho? ¿Por qué se me niega un poco de felicidad? ¡Voy a morir como una apestada gracias a ese hijo de puta! ¿Por qué?...-Lanzó, temblando, contra la pared libros y adornos. Su furia gigantesca, extendía cheques que su cuerpo no podía pagar...Hubiera destrozado todo lo que había a su alrededor. Michael trató de calmarla con fuerza y la acogió en sus brazos. Ella logró calmarse, estremecida de dolor. -Le odio, le odio...- Decía casi sin respiración.
-Lo sé. Cálmate, mi amor...por favor...- Lloró y lloró hasta que los lagrimales se le derritieron. Michael abrazándola le decía:
-Te amo...No voy a dejarte n un minuto, no me importa ese virus, voy a estar a tu lado, no vas a poder echarme de tu vida...- Cuando se sintió más tranquila Michael le llevó una pastilla de las que tomaba para dormir. Tomó dos con un sorbo largo de agua. Se echó en la cama y se quedó dormida. Michael la ayudó a desnudarse y él se acurrucó a su lado.
Esa semana, como cada semana, tenía cita con su psicólogo. Michael quiso acompañarla.
-Oscar, estoy tan asustada. Sé que necesito a Michael pero ¿qué clase de vida puedo ofrecerle a él? Está en constante peligro a mi lado y me va a ver morir...- Al llegar aquí no pudo evitar echarse a llorar. Michael siempre tomándola de la mano habló al psicólogo:
-Yo quiero estar con ella, la vida tiene sentido sólo a su lado. El tiempo que le quede deseo vivirlo junto a ella...- El terapeuta le recordó:
-Michael, sabes que posiblemente vas a verla morir. ¿Serás tan fuerte como para soportar esa presión?
-Voy a intentarlo. La amo. Es todo cuanto sé.
Al salir de allí, por primera vez, no se sintió mejor. Pasaron los días. Los dos se empeñaron sin decir nada en seguir la vida que llevaban. Sin decir demasiado. Aquella tarde Raquel lo esperó. Por primera vez se retrasaba. Pero seguro que tendría una razón.
-Hola, mi amor...-Dijo él al llegar.
-Hola. –Se besaron y se sentaron juntos. Frente al fuego. Como jugando, le quitó el tazón de cacao que ella tenía entre las manos y le dio un sorbo. Luego volvió a besarla y le dijo al oído: "te amo". Ella no dijo nada. Sólo forzó una sonrisa. Últimamente se había convertido en una experta fingidora de sonrisas. Las fabricaba de todos los colores y atributos. Una para cada ocasión, para cada par de ojos, para cada frase.
-¿Has cenado?-Preguntó él.
-No. ¿Te apetece cenar o lo has hecho ya?- Preguntó ella.
-¿Yo? ¡Claro que no! Y vengo muerto de hambre...-Los dos se sentaron a la mesa ya preparada para la cena. Mientras comían, Michael le contaba la marcha de la academia.
-Hemos decidido alargar las clases hasta las nueve y media de la noche. Viene cada vez más gente. Hoy tuvimos una reunión, por eso he venido más tarde, ahí se acordó lo de acabar a las nueve y media. Supone que entran más alumnos...
-Pero, es mucho trabajo. Me refiero a ti. Tienes las clases en el instituto británico desde las nueve hasta las dos. Luego en la academia, desde las cuatro y media... ¿No te convendría dejar el instituto...?
-No, por ahora no. Tendría que estar muy seguro de que las cosas funcionan en la academia al cien por cien... Además no me importa el trabajo...- Al acabar la cena, entre los dos recogieron la mesa y limpiaron la cocina.
Cuando Raquel se metió en la cama su novio la abrazó con unas ganas que a ella le parecieron extrañas. Hacía muchos días que no habían hecho el amor. Michael la había cubierto de besos y mimos pero no habían llegado a tener sexo. Ella no se lo reprochó. Ambos estaban asustados y creyó que era normal.
-Te deseo mucho esta noche...- Dijo él. Raquel recibió sus besos y caricias con temor.
-¿De veras quieres? No me lo debes...- Esa frase lo paralizó. Tendido en la cama mirando el brillo de la lámpara caer del edredón.
-Yo quería hacerte el amor, verdaderamente, Raquel.
-Te pones en peligro...¿No te das cuenta?- Raquel lo miraba con una mezcla de temor y dolor.
-¿Quieres decir que vamos a vivir juntos y no vamos a tener sexo? ¿Eso quieres?- Michael, raramente nervioso le gritó por primera vez. Ella se echó a llorar.
-Quiero que te vayas.- Le dijo ella- No soporto más esta situación. Me siento culpable. Es como si tuviera que darte las gracias cada día por tu compañía y no quiero tener que "pagar" más compañías masculinas...- El reaccionó con un coraje aplastado y la abrazó y la besó a ojos cerrados.
-No. No voy a dejarte. Ya lo decidí hace mucho. Prefiero vivir contigo todo el tiempo que vivas. Si son quince años habremos vivido quince años felices. Si son sólo dos años, habrán sido los dos mejores años de mi vida. Eso me hace vivir. Tú me das vida...- La muchacha, abrazada a su pecho, se calmó. Michael siguió- Raquel, quiero que sepas algo que tal vez no te he dicho claramente antes. Nunca en mi vida me han faltado cosas, he tenido la mejor comida, una bonita casa, un auto caro, dinero para gastar, viajes...pero eso no me ha hecho feliz. Yo quería amor. No lo encontré. No encontré mucho en mis padres, demasiado ocupados siempre con sus clases de la universidad, las fiestas...Me crié casi solo. Luego te encontré a ti. Tú me has dado tanto amor, tantas buenas experiencias. Cuando estoy contigo me siento útil, esta casa es mi único hogar. No me eches de aquí...Te amo. No te das cuenta de que yo te necesito más a ti que tú a mí. No sabes cómo dependo de tu amor. Tal vez no te lo he dicho más para que no me lastimes...no sé, pero es la mayor verdad que te he podido decir hasta ahora. Te amo...-
Raquel lo besó con dulzura, con labios como esponjas, besó sus ojos húmedos por un llanto de hombre, besó su cuello terso y acarició con la yema de los dedos el pecho que tanto quería de aquel hombre. Ella se desprendió de aquel camisón transparente y sus senos se alzaron como un decreto de luces sobre la boca de Michael que la bebía derretido de dudas. Tal vez podrían parchear el recuerdo y volver a ser dos, volver a hacer el amor, tranquilos, seguros, soñando.
Raquel lamió con saliva de estrellas aquel cuerpo que tanto amaba. Por primera vez se sintió protegida y protectora, sintió que era aquél su esposo. Su único verdadero marido. El de para toda la vida. Templó malezas de plata con sus besos, succionó uno a uno, poco a poco, cada dedo de los pies del muchacho, redondeó con sus curvas desnudas los cuencos masculinos y temblados que la recibían vagabundos, con bocas abiertas, pidiendo caricias. Tejió mil rayas con una lengua de témpano, poseyó a cuatro manos aquel cuerpo que estremecía duendes, tostaba miradas en el vientre plano, bajo su piel pálida, sembró torrijas de palabras dulces dentro de la boca...Y con el cuidado de una amapola al aire, cubrió la cumbre de amor de su hombre con el fragmento plastificado bajo nubes de mieles, como un juego, deslizando silencios vociferados de amor desnudo a través de su pecho. Bailando con trozos de luna le aplastó el hambre con una cadencia arrugada y feliz. Desde sus ojos, con el cabello revuelto sobre la cara y casi tocando la punta más atrevida de sus senos lo veía bajo su perfume tarareando miradas al cielo y llevándole el compás con las manos sombreadas en las caderas de mujer que trasladaban roces al vapor de sus pechos. Michael comenzó a sentirse recorrido por miles de cintas que le cosquilleaban jadeos, eran cada vez más los caracoles de seda que crujían nidos de placeres entre los dos...Hasta que aquella bandada de animales de fantasía explotaban en el aire y llovían copos plateados de éxtasis dormido. La presión de las manos enlazadas de la pareja tiritó versos de final feliz y entre los dos compraron una tregua de amantes extenuados.
Ella se deslizó despacio cayendo sobre el pecho de Michael. Lo abrazó y le dijo "te amo". El apenas podía hablar y la acarició con duzura. Aquella cama revuelta hacía tachaduras de fantasmas en aceite y reía sola en una tómbola de estrellas hechas añicos. Cuando volvieron a ser dos, Michael la abrazó otra vez.
-Prométeme una cosa...-le dijo él casi susurrante- Prométeme que a partir de ahora siempre llevarás contigo un par de preservativos...Como si formara parte de tu coquetería, igual que llevas tu perfume o tu lápiz de labios en el bolso...¿Lo harás?
-Claro que sí. También a mí me gusta la posibilidad de hacer el amor en cualquier sitio...- Ella le contestó excitada por la promesa.
Aquella noche, Raquel decidió preparar un plato que le gustaba a Michael: pollo al ajillo. El entró en la cocina.
-¡Huele delicioso!- Se acercó y balanceó con sus manos de hombre las caderas delicadas de su novia. - Te amo...
-Y yo a ti...¿me ayudas a poner la mesa?- Cuando Michael puso la mesa Raquel colocó en el centro un ramillete de claveles rosas y dos velas. Sacó una botella de vino reservado y propuso brindar por los dos cuando comenzaban a cenar. La comida estaba tan bien presentada y la mesa parecía recién decorada.
-¿Qué estamos celebrando?- Preguntó él.
-Que estamos juntos...
-Y vamos a estar así durante mucho tiempo...- La botella de vino la acabaron. Raquel, nada acostumbrada al alcohol estaba empezando a aturdirse.
Para los postres, Michael preparó un cóctel con whisky y licor de manzana.
-¡Tenemos que beberlo de un trago!- Cuando el alcohol se asentó en la falda de su sangre, Michael reía. Bailaron abrazados mientras el equipo de música agitaba una melodía azucarada que reptaba por sus oídos.
El día siguiente les despertó pasadas las once, con un terrible dolor de cabeza.
-Buenos días, mi amor. Hoy preparo yo el desayuno...- Michael se levantó y se fue para la cocina mientras Raquel se duchaba. El día se alzaba restaurando claridades con un pincel líquido.
Cuando empezaron a desayunar ella recordó que había que preparar la fiesta de la tarde. Michael le recordó:
-Vendrán todos con sus parejas. Vienen Otto, el profesor de alemán, con su novia Frida. Viene Antje la otra profesora de alemán con su esposo español Alfredo. Vienen Brigitte y Claude, los dos profesores de francés. Pietro y Carla, los dos profesores de italiano. Helen y Erika que son las norteamericanas y novias.
Entre los dos hicieron lo que Raquel había planeado. Había muchas bandejas de canapés y otros pequeños bocados todo decorado como a ella le gustaba. Había casi de todo: cuadritos de tortilla, albóndigas, croquetas, tartaletas, distintas ensaladas, diferentes tipos de canapés, pastitas dulces, frutos secos...
A las seis y media todo estaba listo. Michael y Raquel se ducharon y vistieron. Ella se ajustó un vestido azul que dejaba la espalda desnuda. El vestido levantaba muros a partir de la mitad de los muslos de seda de ella.
Michael se colocó un suéter de cuello vuelto gris que Raquel le había regalado. Ella, de puntillas frente a él, alargó los brazos para ponerle el cuello bien.
-Me encanta...Estás guapísimo.
-Gracias, mi amor.
-No olvides que también te encargarás de tu especialidad: ¡Los cócteles!
La casa estaba perfecta para recibir a los invitados. A partir de las siete empezaron a llegar los amigos.
Brigitte, Claude, Pietro y Carla llegaron en el mismo coche.
Michael encendió las luces del jardín para que vieran la piscina, las plantas y los árboles que él cuidaba... El parecía feliz y orgulloso de todo.
Cuando todos estaban ya dentro, después de charlar y saludarse unos a otros, Michael ofreció bebidas.
A todos les encantó. La música, primero suave y luego más rítmica, junto a la calidez de la chimenea les indujo a todos a entrar en calor. Todos estaban relajados, comiendo, bebiendo y charlando.
-¿Quién toca el piano?- Preguntó Erika. A lo que Michael se apresuró a contestar:
-¡Raquel!
-¡Vamos, Raquel, toca algo!- Rogó Helen. Los demás también insistieron y Michael apagó el equipo de música. Raquel se sonrojó levemente, diciendo:
-No se me da bien tocar en público...- Pero se dirigió al piano y tocó un fragmento de su sonata de Mozart favorita. Todos aplaudieron. Después con la guitarra acústica de Raquel, Otto tocó alguna canción de los Beatles que todos aplaudieron, corearon e incluso gritaron...
Frida y Brigitte comentaron la exquisitez del sabor y la presentación de la comida. Los demás estuvieron de acuerdo.
La charla, canciones, chistes y camaradería continuó hasta pasadas las dos de la madrugada, hora en que decidieron marcharse.
-Gracias por todo. Ha sido una velada estupenda...- Todos coincidieron con las palabras de Antje.
-Conduzco yo. Claude y Pietro han tomado demasiado de tus cócteles...-Dijo Brigitte, entre las risas de todos.
Cuando estuvieron solos, Michael se sentó en el sofá.
-¿Qué tal una última copa? No me la puedes rechazar...Vamos a brindar por nosotros, por el día tan bonito que hemos vivido. Porque te amo...-Al concluir aquel brindis Michael la besó con fuerza, poniendo rimmel azul en las pestañas del viento, después la miró con una ternura tan concentrada que rompía nubes.
-Vamos a la cama...te deseo...-La tomó en sus brazos y se la llevó al dormitorio. Allí poco a poco esquiló pelucas quitándole ropas estorbadas. Una plaga de besos sólidos arañó el silencio que pintaba bocas de canela. Engordó el amor en su báculo de margaritas desterradas. Cincelaron sus decoros decolorando la pasión por cada pliegue de su anatomía. Se lamieron chorros de anhelos con lunares de duende travieso.
Encerrados en aquella choza hecha con hebras plateadas de caracoles húmedos contra los que resumían historias bajo chubascos amarillos, se amaron entre sábanas sin ojos, entre flores trituradas en polvo de color, entre piernas con pilas alcalinas y ombligo de corazón destrozado. Se amaron como si fuera la última vez, el último amor, sobre un alma con hache, lloviendo centímetros de olores cúbicos. Se amaron como locos con sombreros de papel rosado, locos de dedos elásticos, locos caramelos de menta.
Llegó el lunes trenzando nervios desparramados. Decidieron ir por la tarde al analista a recoger los resultados de los análisis de ambos.
Una de las enfermeras sin expresión, les dio un par de sobres cerrados. Pensaron que era mejor no abrirlos y que lo hiciera Alfonso minutos más tarde en su consulta.
Allí, frente al médico, Michael tomó la mano a su novia.
-Bueno, Michael está limpio. No hay rastro de ninguna anomalía. Estás bastante sano.- Raquel lo miró y sonrieron.
-¿Y yo, Alfonso?- Preguntó Raquel masticando tensiones.
-Eres seropositiva...- Un silencio se quebró en el aire.- Mira, Raquel, eso significa que has estado en contacto con el virus pero aún no has desarrollado la enfermedad...Tal vez pasen diez o más años hasta que...la enfermedad se manifieste. Tal vez pasen meses, no lo sabemos....- Michael preguntaba, Alfonso contestaba, Michael contestaba y Alfonso preguntaba...mientras Raquel recorrió con chispas de sueños molidos su pasado.
Chorrearon tabletas de chocolate por una niña menuda que aprendió a escribir y leer a los cuatro años, se escurrían vestiditos rosados jugando al ajedrez con muñecas de plástico, dados de siete caras con sólo cuatro números se peleaban con ramos de violetas mustias de olor arañándoles danzas flamencas, migas de adolescente decapitaban pedazos de lluvia dulce mientras cientos de libros hacían cola para subir a una mesita de noche desde donde los leía ella, paciente, mordiendo hojas de caramelo y aquel piano que deambulaba hasta sus dedos pequeños y ella estrujaba a cuatro manos una sonata demasiado complicada, de repente las seis cuerdas de su guitarra olfateaban en varios idiomas su mesa de estudios quinceañeros, recordaban decenas de poemas de Lorca y Neruda, Raúl le traía de Méjico un medallón azteca antes de cumplir los dieciocho y declaraba amores con una mirada desgranada de ausencias. En la palma de la mano se dibujaba un mapa de Jerusalén y Berlín aquel verano planeado de paseos por un mundo que la llamaba naufragando sus diecinueve años. A rodajas seccionó un pañuelo de seda regalado por su novio austriaco en Salzburgo, frente a un castillo que bailaba valses, un, dos, tres... En una playa de Brasil hacía malabares con espuma de un atlántico machacado de adioses verdes, aquellos aviones declamaban versos inéditos de poetas inexistentes mientras ella ruborizaba arenas rosadas en el pacífico soleándose lunas. Las altas calificaciones paseaban a través de sus paredes succionando fantasmas y miles de profesores la felicitaban a coro, amigos que acortaban fronteras la llamaban con diccionarios políglotas, versos estreñidos de simplezas se reunían en cónclave para ganar premios literarios de los que ella no solía hablar y su voz pegada de manzana la convertía en la solista más tímida y aplaudida recibiendo copas y ramos de rosas en aquellos "concursos de la canción joven". Una universidad rastreaba siglos entre sus piedras cuando ella recibía un título sin piernas pero con alas de galera que se colgó en la pared más transparente sobre las cejas de su cuarto. La prueba oposición se colocaba un gabán verde sofrito de esperanzas y nervios de seguridad frente a la docencia. Años con leotardos de juglar resquebrajaron didácticas memorizadas en exámenes de junio y septiembre. Viajes vestidos como azafatas de larga distancia se sucedían despeinando el cielo sembrado de residuos nucleares con bigotes de gato siamés... Méjico, Argentina, Estados Unidos... Todos salían fotografiados en el álbum de su pasaporte hasta aterrizar en Costa Rica, hasta amerizar en la laguna de los versos y promesas de aquel hombre tan extraño, ella retorció sus veintisiete vírgenes en años y se las entregó una a una a Pablo. El labró con sus ojos rasgados laderas de mujer enamorada bajo las faldas de sus sueños, enraizó palabras de amor tatuadas entre sus pestañas...Luego vinieron chaparrones con manos de lágrimas, palabras huérfanas de contenidos, dolor amasado con saliva de mentiras menos piadosas y puñaladas más traperas. Recordó el último y primer año a su lado. Tan lleno de hiel y tan vacío de miel. Las lámparas ondulando esperanzas alrededor de las que revoloteaban polillas infieles que se quemaban dentro de sus ojos. Recordó su matrimonio apagándola como una vela que se funde, recordó la cercanía de aquella muerte buscada cuando él se marchó. Láminas de memoria alborotaban una imaginación en ebullición.
En un abrir y cerrar de oídos se dio cuenta de que Alfonso y Michael la miraban como se mira a una mariposa agonizante. Ella apenas parpadeó dos sonrisas. No se explicaba cómo se mantenía serena. Pero en realidad se estaba partiendo a pedazos. Esa era la verdad.
-Intenta llevar una vida sana, como la que llevas, intenta mejorar, si te parece, tu calidad de vida y en todo este tiempo...aquí me tienes para lo que tú necesites. Lo siento mucho, Raquel. Has tenido mala suerte con ese maldito matrimonio tuyo...- Dijo el médico y amigo.
-No quiero que mi familia lo sepa.- Ella miró tajante a los dos hombres. Alfonso, al fin y al cabo conocía bien a toda la familia de Raquel pero comprendió que tendría que respetar su decisión.
Al llegar a casa, Michael trató de abrazarla pero ella lo rechazó, tal vez por primera vez y se encerró en su dormitorio derrumbada en lágrimas.
Michael entró en la que había sido el dormitorio de los dos.
-No pienses que voy a dejarte sola ahora. Ahora quiero más que nunca estar a tu lado...- Michael hablaba y ella se sentía partida, hecha añicos, sentenciada por amar a un sólo hombre, por reservarse para Pablo, por haber tropezado con aquel ser.
Despacio, respirando corto, agarró un jarrón de cristal y con la cara plagada de lágrimas, lo estrelló contra la pared gritando:
-¿Por qué yo? ¿Qué he hecho? ¿Por qué se me niega un poco de felicidad? ¡Voy a morir como una apestada gracias a ese hijo de puta! ¿Por qué?...-Lanzó, temblando, contra la pared libros y adornos. Su furia gigantesca, extendía cheques que su cuerpo no podía pagar...Hubiera destrozado todo lo que había a su alrededor. Michael trató de calmarla con fuerza y la acogió en sus brazos. Ella logró calmarse, estremecida de dolor. -Le odio, le odio...- Decía casi sin respiración.
-Lo sé. Cálmate, mi amor...por favor...- Lloró y lloró hasta que los lagrimales se le derritieron. Michael abrazándola le decía:
-Te amo...No voy a dejarte n un minuto, no me importa ese virus, voy a estar a tu lado, no vas a poder echarme de tu vida...- Cuando se sintió más tranquila Michael le llevó una pastilla de las que tomaba para dormir. Tomó dos con un sorbo largo de agua. Se echó en la cama y se quedó dormida. Michael la ayudó a desnudarse y él se acurrucó a su lado.
Esa semana, como cada semana, tenía cita con su psicólogo. Michael quiso acompañarla.
-Oscar, estoy tan asustada. Sé que necesito a Michael pero ¿qué clase de vida puedo ofrecerle a él? Está en constante peligro a mi lado y me va a ver morir...- Al llegar aquí no pudo evitar echarse a llorar. Michael siempre tomándola de la mano habló al psicólogo:
-Yo quiero estar con ella, la vida tiene sentido sólo a su lado. El tiempo que le quede deseo vivirlo junto a ella...- El terapeuta le recordó:
-Michael, sabes que posiblemente vas a verla morir. ¿Serás tan fuerte como para soportar esa presión?
-Voy a intentarlo. La amo. Es todo cuanto sé.
Al salir de allí, por primera vez, no se sintió mejor. Pasaron los días. Los dos se empeñaron sin decir nada en seguir la vida que llevaban. Sin decir demasiado. Aquella tarde Raquel lo esperó. Por primera vez se retrasaba. Pero seguro que tendría una razón.
-Hola, mi amor...-Dijo él al llegar.
-Hola. –Se besaron y se sentaron juntos. Frente al fuego. Como jugando, le quitó el tazón de cacao que ella tenía entre las manos y le dio un sorbo. Luego volvió a besarla y le dijo al oído: "te amo". Ella no dijo nada. Sólo forzó una sonrisa. Últimamente se había convertido en una experta fingidora de sonrisas. Las fabricaba de todos los colores y atributos. Una para cada ocasión, para cada par de ojos, para cada frase.
-¿Has cenado?-Preguntó él.
-No. ¿Te apetece cenar o lo has hecho ya?- Preguntó ella.
-¿Yo? ¡Claro que no! Y vengo muerto de hambre...-Los dos se sentaron a la mesa ya preparada para la cena. Mientras comían, Michael le contaba la marcha de la academia.
-Hemos decidido alargar las clases hasta las nueve y media de la noche. Viene cada vez más gente. Hoy tuvimos una reunión, por eso he venido más tarde, ahí se acordó lo de acabar a las nueve y media. Supone que entran más alumnos...
-Pero, es mucho trabajo. Me refiero a ti. Tienes las clases en el instituto británico desde las nueve hasta las dos. Luego en la academia, desde las cuatro y media... ¿No te convendría dejar el instituto...?
-No, por ahora no. Tendría que estar muy seguro de que las cosas funcionan en la academia al cien por cien... Además no me importa el trabajo...- Al acabar la cena, entre los dos recogieron la mesa y limpiaron la cocina.
Cuando Raquel se metió en la cama su novio la abrazó con unas ganas que a ella le parecieron extrañas. Hacía muchos días que no habían hecho el amor. Michael la había cubierto de besos y mimos pero no habían llegado a tener sexo. Ella no se lo reprochó. Ambos estaban asustados y creyó que era normal.
-Te deseo mucho esta noche...- Dijo él. Raquel recibió sus besos y caricias con temor.
-¿De veras quieres? No me lo debes...- Esa frase lo paralizó. Tendido en la cama mirando el brillo de la lámpara caer del edredón.
-Yo quería hacerte el amor, verdaderamente, Raquel.
-Te pones en peligro...¿No te das cuenta?- Raquel lo miraba con una mezcla de temor y dolor.
-¿Quieres decir que vamos a vivir juntos y no vamos a tener sexo? ¿Eso quieres?- Michael, raramente nervioso le gritó por primera vez. Ella se echó a llorar.
-Quiero que te vayas.- Le dijo ella- No soporto más esta situación. Me siento culpable. Es como si tuviera que darte las gracias cada día por tu compañía y no quiero tener que "pagar" más compañías masculinas...- El reaccionó con un coraje aplastado y la abrazó y la besó a ojos cerrados.
-No. No voy a dejarte. Ya lo decidí hace mucho. Prefiero vivir contigo todo el tiempo que vivas. Si son quince años habremos vivido quince años felices. Si son sólo dos años, habrán sido los dos mejores años de mi vida. Eso me hace vivir. Tú me das vida...- La muchacha, abrazada a su pecho, se calmó. Michael siguió- Raquel, quiero que sepas algo que tal vez no te he dicho claramente antes. Nunca en mi vida me han faltado cosas, he tenido la mejor comida, una bonita casa, un auto caro, dinero para gastar, viajes...pero eso no me ha hecho feliz. Yo quería amor. No lo encontré. No encontré mucho en mis padres, demasiado ocupados siempre con sus clases de la universidad, las fiestas...Me crié casi solo. Luego te encontré a ti. Tú me has dado tanto amor, tantas buenas experiencias. Cuando estoy contigo me siento útil, esta casa es mi único hogar. No me eches de aquí...Te amo. No te das cuenta de que yo te necesito más a ti que tú a mí. No sabes cómo dependo de tu amor. Tal vez no te lo he dicho más para que no me lastimes...no sé, pero es la mayor verdad que te he podido decir hasta ahora. Te amo...-
Raquel lo besó con dulzura, con labios como esponjas, besó sus ojos húmedos por un llanto de hombre, besó su cuello terso y acarició con la yema de los dedos el pecho que tanto quería de aquel hombre. Ella se desprendió de aquel camisón transparente y sus senos se alzaron como un decreto de luces sobre la boca de Michael que la bebía derretido de dudas. Tal vez podrían parchear el recuerdo y volver a ser dos, volver a hacer el amor, tranquilos, seguros, soñando.
Raquel lamió con saliva de estrellas aquel cuerpo que tanto amaba. Por primera vez se sintió protegida y protectora, sintió que era aquél su esposo. Su único verdadero marido. El de para toda la vida. Templó malezas de plata con sus besos, succionó uno a uno, poco a poco, cada dedo de los pies del muchacho, redondeó con sus curvas desnudas los cuencos masculinos y temblados que la recibían vagabundos, con bocas abiertas, pidiendo caricias. Tejió mil rayas con una lengua de témpano, poseyó a cuatro manos aquel cuerpo que estremecía duendes, tostaba miradas en el vientre plano, bajo su piel pálida, sembró torrijas de palabras dulces dentro de la boca...Y con el cuidado de una amapola al aire, cubrió la cumbre de amor de su hombre con el fragmento plastificado bajo nubes de mieles, como un juego, deslizando silencios vociferados de amor desnudo a través de su pecho. Bailando con trozos de luna le aplastó el hambre con una cadencia arrugada y feliz. Desde sus ojos, con el cabello revuelto sobre la cara y casi tocando la punta más atrevida de sus senos lo veía bajo su perfume tarareando miradas al cielo y llevándole el compás con las manos sombreadas en las caderas de mujer que trasladaban roces al vapor de sus pechos. Michael comenzó a sentirse recorrido por miles de cintas que le cosquilleaban jadeos, eran cada vez más los caracoles de seda que crujían nidos de placeres entre los dos...Hasta que aquella bandada de animales de fantasía explotaban en el aire y llovían copos plateados de éxtasis dormido. La presión de las manos enlazadas de la pareja tiritó versos de final feliz y entre los dos compraron una tregua de amantes extenuados.
Ella se deslizó despacio cayendo sobre el pecho de Michael. Lo abrazó y le dijo "te amo". El apenas podía hablar y la acarició con duzura. Aquella cama revuelta hacía tachaduras de fantasmas en aceite y reía sola en una tómbola de estrellas hechas añicos. Cuando volvieron a ser dos, Michael la abrazó otra vez.
-Prométeme una cosa...-le dijo él casi susurrante- Prométeme que a partir de ahora siempre llevarás contigo un par de preservativos...Como si formara parte de tu coquetería, igual que llevas tu perfume o tu lápiz de labios en el bolso...¿Lo harás?
-Claro que sí. También a mí me gusta la posibilidad de hacer el amor en cualquier sitio...- Ella le contestó excitada por la promesa.
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