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domingo, 21 de junio de 2015

Trabajar hasta el desmayo en las fábricas de Camboya

Trabajadoras de una fábrica textil en Phnom Penh (Camboya).

Trabajar hasta el desmayo en las fábricas de Camboya

  • Las operarias de las fábricas se desvanecen en masa por coser 14 horas al día

  • El Gobierno quiere acallar con nuevas leyes a sindicatos y ONG

  • En 2014, más de 1.800 empleados perdieron la consciencia por la precariedad

Tras enronquecer durante años con sus protestas, la última vez que unieron sus voces las 600 trabajadoras de la fábrica taiwanesa de Kin Tai, en Camboya, fue en un improvisado grito de alegría. Después de un lustro de lucha sindical, las mujeres que cosen los jeans Armani -que cuestan en Occidente más que sus salarios mensuales- acababan de recibir algo poco frecuente: una buena noticia. La empresa se comprometió con Armani a instalar un sistema de irrigación que salpique agua sobre las planchas metálicas que hacen de tejado, aliviando unas décimas la temperatura infernal que registra la fábrica y donde cosen hasta 14 horas seguidas para amasar un sueldo de apenas 100 euros al mes.
¿Una excesiva muestra de alegría? No para unas mujeres agotadas - entre30 y 40 visitas diarias a la enfermería, según una investigación del Phnom Penh Post- sometidas a horarios extenuantes y que terminaban desvaneciéndose de calor y agotamiento, repitiendo la pauta que marca desde hace cinco años la vida de las camboyanas, obligadas a trabajar -literalmente- hasta el desmayo.
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Ellas pueden considerarse unas afortunadas en un país cuyo sector textil ocupa a 600.000 trabajadoras (el 92% son mujeres) en unas 600 fábricas subcontratadas por las marcas occidentales y que exportan por valor de 5.000 millones de dólares al año (lo que equivale al 80% del total de exportaciones camboyanas). Esa es la cara del negocio; la cruz es una industria levantada sobre miles de desmayos entre operarios mal alimentados, agotados por exceso de horas y falta de sueño, estresados por el trato de sus empleadores -el 93% de las empresas son de propiedad extranjera, que ni siquiera hablan jemer-, expuestos a químicos y hacinados en locales mal ventilados donde las temperaturas son superiores a las que se viven en el exterior.
Todo suele empezar con un solo desmayo. Flojera en brazos y piernas, visión borrosa, presión en el pecho y un desvanecimiento súbito que se extiende como la pólvora, en efecto simpatía, entre el resto de los trabajadores como si un virus se hubiera apoderado del aire que respiran.

'No podía respirar'

«Hacía mucho calor y mucha humedad en la fábrica. El ventilador no funcionaba ese día y la temperatura en la zona de costura era insoportable. Vi a otros trabajadores desmayarse cerca de mí. Me sentí mareada, con dolor de cabeza. No podía respirar. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en el hospital, donde me estaban suministrando fluidos y oxígeno». Prum, entonces de 23 años, se desmayó junto a otros 60 colegas en noviembre de 2012, cuando trabajaba en Y&W, que abastece al gigante norteamericano Costco.
Empleadas atendidas en el hospital tras un desmayo colectivo.
Sólo aquel año se registraron 2.107 desmayos en 31 incidentes acontecidos en 29 empresas, 200 menos que los contabilizados por el Free Trade Union -ONG que vela por los intereses de los trabajadores- en 2011, cuando los desmayos de los trabajadores saltaron a los titulares después de que más de mil se desvanecieran en una jornada fatídica que devolvió el foco a las condiciones extremas de trabajo en Camboya, la sastrería del mundo occidental. En 2013, fueron 823 quienes perdieron la consciencia y en 2014 se registraron más de 1.800 desmayos.
La pauta no cambia porque no hay interés en cambiar una situación que roza la esclavitud. El sueldo medio apenas supera los 100 euros, los contratos suelen ser temporales, no hay plus por antigüedad ni remuneración en la baja por maternidad, no hay posibilidad de enfermarse y seguir percibiendo el salario y las horas extraordinarias son una obligación. Todo eso, sumado a las altas temperaturas, genera las condiciones perfectas para un fenómeno que se repite de forma continuada desde 2010 sin que el Gobierno haya puesto medidas, más allá de consejos como dormir o alimentarse mejor.
Las huelgas de trabajadores, las protestas y la lucha sindical son diarias, pero no cambian las cosas. La ausencia de compromiso es tal que se comprende que, hace dos semanas, el titular del Phnom Penh Post fuera la llegada de una delegación de Armani a Camboya para interesarse por la situación de Kin Tai después de que una investigación del mismo medio revelase que «entre 30 y 50» trabajadoras acudían diariamente a la enfermería, a menudo tras desvanecerse y, la mayoría de las veces, al borde del desmayo a causa del calor y el exceso de trabajo. El Consorcio para los Derechos de los Trabajadores estimó que la temperatura dentro de la nave supera los 37 grados, más que la que se registra fuera.
Lo más llamativo es que, en 2014, las protestas habían arrancado a la citada empresa el compromiso de instalar el sistema de enfriamiento. Nunca lo hicieron, como tampoco lo habían hecho cuando, cinco años atrás, el Consejo de Arbitraje sentenció en contra de Kin Tai obligando a sus dueños a paliar la situación. Según la responsable sindical en la fábrica, Chheang Thida, las peticiones de abrir puertas y ventanas fueron rechazadas por la empresa porque «creen que vamos a distraernos».

'Una excepción'

Trabajadoras de una fábrica de Phnom Penh. REUTERS
«No sólo yo, todos los trabajadores nos pusimos a gritar de alegría tras escuchar que finalmente tendríamos aspersores de agua», explicaba al Phnom Penh Post Long Na Ty, una costurera de 28 años que en el pasado había sufrido desmayos. Un día después, era instalado el ansiado irrigador. «Ahora hay que esperar que esto se convierta en la norma, no en una excepción», valora Joel Preston, consultor del Community Legal Education Center, en permanente contacto con sindicatos y trabajadores y uno de los organismos que más ha investigado las condiciones de trabajo en las fábricas.
Aunque no hay cifras de 2015, un simple vistazo a la prensa local incide en la gravedad del problema. El 9 de enero se reportaron 200 desmayos en una sola fábrica de la provincia de Kandal; el 23 de febrero, más de un centenar de los trabajadores de Grand East Footwear International Corporation eran ingresados el mismo día tras desvanecerse, a causa de inhalar sustancias químicas; unos días antes eran 60 los trabajadores que se desmayaban en una sola empresa. «Son jóvenes, no consumen suficientes calorías, trabajan demasiadas horas y no duermen lo que deberían», detalla Sokny Say, presidenta de Free Trade Union, en conversación telefónica desde Phonm Penh. Al frente de la ONG que vigila las condiciones laborales, Say ha visto todo tipo de tropelías. «Las empleadas trabajan en condiciones que de por sí les ponen en peligro, a 39 y 40 grados sin ventilación, en instalaciones masificadas... Apenas se puede respirar y no se cumplen las mínimas condiciones higiénicas. Los supervisores son casi todos chinos, que se limitan a gritar, lo que genera depresiones y estrés».
El caso de Kin Tai fue seguido de cerca por Joel Preston. «El historial viene de lejos. El empresario se había comprometido a instalar un sistema de enfriamiento a finales del pasado año pero nunca ocurrió».
Los suplementos por antigüedad no existen, y los 100 euros mensuales no dan para alimentar, alojar y garantizar la educación y sanidad de las familias de las trabajadoras. Lo bastante jóvenes para forzarse al máximo, lo habitual es que coman arroz con vegetales en los puestos del exterior de la fábrica: carne y pescado están fuera de su alcance.

'No están bien nutridos'

«No están bien nutridos, trabajan muchas más horas de las lógicas y tienen que asegurarse de trabajar, sea cuales sean las condiciones para obtener beneficios por extras, aunque estén enfermos o tengan que manipular agentes tóxicos», prosigue Preston.
«En general, nos llega información sobre entre siete y 10 casos de desmayos diarios y unos 20 trabajadores acudiendo a enfermerías por pérdidas de conciencia o por debilidad extrema», continúa por teléfono desde la capital camboyana.
La manipulación de agentes químicos empleados en el tratamiento de las prendas y del pegamento empleado para fijar el calzado es otro factor destacado que contribuye a los desfallecimientos. Pero hay un elemento sociológico que, mezclado con la realidad anteriormente contada, explica la extensión del fenómeno.
La espalda de una empleada enrojecida tras el Gua Sha.
El hecho de que 200 personas se puedan llegar a desvanecer el mismo día y a la misma hora no se explica sólo por problemas de nutrición o agotamiento, según psiquiatras como Maurice Eisencruch, de la Universidad australiana de Monash, quien, en un detallado estudio, apunta a una posibilidad ya adelantada por expertos al diario Cambodia Post: se trata de brotes de histeria colectiva, surgidos de la fuerte espiritualidad de los camboyanos y de los horrores de la Historia reciente del país y nutridos por el estrés y la falta de alimentación y de descanso.

Nueva legislación

El Gobierno prepara nuevas normas para regular las ONG y los sindicatos destinadas a acallar y perseguir toda crítica. Uno de los proyecto de ley, que no ha sido consensuado con la sociedad civil ni presentado al público pero del cual se ha filtrado una versión, establece «un umbral mínimo excesivamente alto de trabajadores para formar un sindicato», señala Human Rights Watch, así como «criterios de elegibilidad para el liderazgo sindical que discriminan a las mujeres y a los no nacionales, y son peligrosamente vagos, lo que facilita su manipulación por parte de los dueños de las fábricas». El proyecto también «da amplios poderes a los funcionarios del Ministerio de Trabajo de suspender el registro de sindicatos».
«El Gobierno propone una ley que pisotea los derechos de los trabajadores a organizarse y permitirá el cierre de sindicatos independientes», valora Phil Robertson, subdirector para Asia de Human Rights Watch.
Si el Gobierno camboyano tiene poco interés en mimar a su industria textil, las empresas occidentales que la explotan para maximizar sus beneficios con el mínimo coste presenta el mismo desdén. «Las empresas occidentales conocen todas estas cuestiones. Debería ser un grave problema para ellas, porque han suscrito códigos de conducta y han hecho promesas a sus clientes sobre el cumplimiento de leyes laborales y respecto a la seguridad en la producción de sus productos que no cumplen», insiste Joel Preston. «Tienen una absoluta responsabilidad, ya que están sacando beneficios desmesurados a costa de los trabajadores del sector textil. Sería muy fácil para ellos presionar a las empresas proveedoras para que normalicen las condiciones de trabajo».

El Gua Sha: masajes de metal para resistir

Desvanecerse en las fábricas de Camboya es un factor de riesgo. «Si te desmayas, te vas» es una consigna entre algunos empresarios que rescinden contratos a aquellos que se ausentan para visitar al médico. La mayoría de los trabajadores opta por acudir a las enfermerías de las fábricas y recurrir a un método tradicional, el Gua Sha o raspado, un agresivo masaje donde se frota una pieza metálica contra el cuerpo como forma desesperada de mantenerse consciente. El responsable de la enfermería de la fábrica de Kin Tai admite que unos 30 trabajadores recurren a diario a esa práctica, aunque, a su juicio, «ayuda poco». Según un estudio gubernamental de 2013, la necesidad mínima para vivir en Camboya oscila entre los 157 y los 177 dólares mensuales. El salario mínimo apenas roza los 128 y la desprotección laboral más absoluta rodea a los operarios en un país cuyo régimen favorece a los empresarios. Los expertos coinciden en que las soluciones «sólo pueden provenir de los empresarios». Falta voluntad oficial.
 
 
 http://www.elmundo.es/internacional/2015/06/21/5585ac0c268e3eca7b8b457a.html

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